La cita tal vez no sea literal (Google ha sustituido al prescindible ejercicio de la memoria, pero aunque la mía sea anciana y achacosa, todavía funciona) pero creo recordar que en las primeras páginas de El extranjero Albert Camus escribía: “Maté a un hombre al que no conocía en una playa de Orán porque hacía calor “. Qué desgracias puede provocar el maldito calor. Que la locura, la depresión y los nervios no tengan límites, que todo se paralice por ese bochorno que castiga el cuerpo y el alma. Hay películas que chorrean calor, en las que ocurren cosas y comportamientos provocadas por él, este huele, se siente, se convierte en protagonista.
El erotismo y el calor han tenido estrecha relación en el cine. Hay pocas películas tan sensuales, retorcidas y volcánicas como la excelente Fuego en el cuerpo. Allí Kathleen Turner se convierte en la diosa más carnal, manipuladora, perversa. Pobre William Hurt. Su destino será trágico. Pero que le quiten lo bailado. En su cadena perpetua lamentará el engaño, pero seguro que se sigue excitando con el sexo tórrido y permanente que compartió con la diabólica. Y vimos las piernas y las bragas de esa criatura fascinante y explosiva llamada Marilyn Monroe en La tentación vive arriba gracias a su inaplazable necesidad de refrescarse con el aire que sale del metro. Y las mujeres con buen gusto de cualquier época y lugar guardarán devoción y excitación por el Brando con la camiseta chorreando sudor que grita inconsolablemente “Stella” en Un tranvía llamado deseo, y ante el deseado, alcoholizado y desdeñoso Paul Newman (su perseguidora es nada menos que la señora Liz Taylor) en La gata sobre el tejado de zinc.
Pero hablemos del calor protagonizando la épica. David Lean lo utilizó en la secuencia más impresionante de Lawrence de Arabia. Ocurre en el desierto de Wadi Rum. Lawrence se expone a ser devorado por el sol para recoger a su sirviente que se perdió en la noche, desafiando a la inquebrantable fe del ejército árabe en que el destino ya está escrito por Alá. Y todo es sudor en El puente sobre el río Kwai, aunque la flema y la obstinación del torturado coronel inglés que interpreta el magistral Alec Guinness se empeñe en que no le afecte. Y cuenta el ejecutor Willard que todo olía a fiebre y descomposición en la guarida de la selva donde habita el coronel Kurtz. Ocurre en Apocalypse Now, en el corazón de las tinieblas, con ese señor de cráneo afeitado susurrando como un sonámbulo: “El horror, el horror…”.
James Stewart estaba postrado en una silla de ruedas, mimado por Grace Kelly, aburrido hasta la desesperación y sin aire acondicionado en el sofocante verano de Nueva York. ¿Qué hacer? Pues observar impúdicamente la vida de los vecinos de enfrente. Y luego ocurre lo que ocurre. Y hay extraordinarias películas de cine negro en las que todo dios está aún más desencajado por el calor, como en Sed de mal y en Chinatown. Y cómo no, sientes en la atmósfera de muchos westerns que todo está ardiendo por dentro y por fuera. Uno de mis favoritos es Los profesionales: Burt Lancaster y Jack Palance enfrentados a muerte en un desierto mexicano, uno muy herido, ambos machacados por el sol, se cuentan cosas como estas: “Al principio, en la revolución, como en el amor, todo es hermoso. Pero ambos tienen un enemigo temible, que es el tiempo. Nos quedamos porque nos enamoramos, nos vamos porque nos desencantamos, regresamos porque nos sentimos perdidos, morimos porque es inevitable“. Y cada vez que lo escucho o lo recuerdo, me aparece un nudo en la garganta.
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