Javier Núñez, ganadero de La Palmosilla, recogió por la mañana el trofeo a la mejor ganadería de 2022, y por la tarde se llevó, seguro, un disgusto de los que tardan en olvidarse. Las expectativas estaban muy altas tras su indiscutible triunfo del año pasado, y la decepción ha sido tan sorprendente como demoledora para el ganadero y los toreros, pero no para las peñas, que, con el ánimo despierto del primer día de feria, cantaron, bailaron y comieron como si no hubiera un mañana.
La verdad es que la impresión reinante es que la corrida tenía gafe; a medida que salían los toros, parecía inaudito que, uno a uno, destacaran por su mansedumbre, falta de fuerza, ausencia de clase y exceso de aspereza. Ni uno solo de los seis permitió el triunfo de una terna con hambre de triunfo, pero que no encontró el camino ante oponentes tan sosos y sin calidad. Ciertamente, los tres últimos ofrecieron más facilidades, pero no para la satisfacción de nadie; toros descastados, con escaso recorrido y sin gracia alguna en las venas.
En fin, las cosas que pasan; que en esto del toro no hay larga distancia entre el triunfo clamoroso y el pinchazo más desconcertante. Y que cada tarde es una cura de humildad. No es difícil imaginar el mimo con el que el ganadero habrá elegido esa corrida, y es justo acompañarle en el sentimiento ante el desencanto de la tarde.
¿Y los toreros? Siete orejas cortaron a los toros de este mismo hierro el año pasado en esta plaza, y seis silencios ensordecedores han escuchado hoy. Otra paradoja.
Y lo intentaron, claro que sí. Derrocharon actitud, entrega y pundonor, pero no pudo ser.
A Rafaelillo se le notó especialmente molesto porque, con seguridad, lo había apostado todo a esta corrida para enderezar una temporada dificultosa en los despachos. Bondadoso fue su primero, blando, sin recorrido, que punteaba al final de cada muletazo, sin clase, sin nada… Y el cuarto, con algo más de vida, pero sin fuerzas y sin el ánimo suficiente para colaborar a un triunfo.
Manuel Escribano, tan maltratado por las empresas, dio una de mucha y blanca cal y otra de negra arena. A sus dos toros los recibió de rodillas en la puerta de chiqueros con sendas largas cambiadas; a los dos los banderilleó, mejor al primero que al quinto, que llegó al segundo tercio con muchos pies y no le permitió el lucimiento en los pares al violín, y destacó en todo momento por su entrega, su templanza, también, y su depurada técnica. Esa fue la de cal. La de arena la protagonizó con el estoque y el descabello. Mal, muy mal. Atraviesa un momento preocupante con la espada, asignatura que debe estudiar y corregir de inmediato.
Y el mexicano Leo Valadez, muy variado con el capote, por navarras, zapopinas y escobinas (unas chicuelinas al revés, muy vistosas), y decidido con la muleta, tampoco pudo redondear la tarde esperada. Duro y complicado fue el tercer toro, al que hizo un trasteo meritorio; y más movilidad demostró el sexto, al que recibió y despidió de rodillas muleta en mano, pero sin que su airosa labor llegara a los tendidos.
Por cierto, aunque pueda parecer lo contrario, nadie pareció aburrirse en la plaza; entre comida y bebida (la sombra come y bebe como el que más), los cánticos y los bailes del primer día de feria, los únicos compungidos eran el ganadero y los toreros; los demás, a lo suyo.
La Palmosilla/Rafaelillo, Escribano, Valadez
Toros de La Palmosilla, bien presentados, serios y astifinos; mansos de solemnidad, blandos, nobles, sosos, ásperos y deslucidos; mejor comportamiento tuvieron los tres últimos.
Rafaelillo: estocada desprendida (silencio); pinchazo y estocada (silencio).
Manuel Escribano: cinco pinchazos y dos descabellos (silencio); pinchazo _aviso_ estocada trasera y seis descabellos (silencio).
Leo Valadez: bajonazo (silencio); estocada caída y tendida, un descabello _aviso_ y dos descabellos (silencio).
Plaza de Pamplona. 7 de julio. Primera corrida de San Fermín. Lleno.
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