En 1992 yo apenas había atravesado la veinteina, era un chaval que me peleaba con la disciplina y buscaba una vida diferente en las lecturas, en las películas y en la música. Por aquel entonces el misterio seguía siendo algo que aumentaba el valor de las cosas: aún era una aventura adivinar el rostro de un director, los antecedentes de una actriz o los nombres de los integrantes del grupo que habías descubierto. Aún no se podía conseguir con un click en el móvil. Ese año me compre el Slanted and Enchanted de Pavement en Fusa, la única tienda de música que había en Getxo.
Me gaste 1.200 pesetas en el vinilo de un grupo del que no había escuchado absolutamente nada. El grunge reinaba por aquella época, el Nevermind de Nirvana sonaba día y noche en radios, televisiones y, lo que es peor, en los coches de mis amigos. A mí todo aquello no me transmitía nada, ni los lamentos de Cobain, ni los alaridos de Eddie Vedder lograban rozarme, el panorama musical era un páramo de emociones para mí, que tanto me había apoyado en las canciones para salir a flote. Las catedrales que eran los discos de The Cure, o de los Smiths habían sido sustituidas por el humo del grunge, por su épica hueca y sus previsibles riffs.
Sin embargo, aquel disco de Pavement lo cambio todo. Recuerdo el día en que lo abrí, con cuidado, rasgando la abertura del vinilo con un boli, mirando las ilustraciones de su interior mientras me liaba un porro. Cómo posé con cuidado el vinilo en el plato del tocadiscos que me había regalado mi padre y cómo nada más empezar a sonar Summer Babe supe que estaba ante algo distinto. Ese sonido humilde pero decidido ofrecía rincones inexplorados. Una frescura llena de encanto, unas melodías libres, sencillas , redondas y propias.
Rompían con todo sin romper nada. Un grupo de guitarras abriendo nuevos caminos no es algo fácil de encontrar y menos aún marcar un estilo propio desde la primera nota. Escuché ese disco hasta que se borraron los surcos, In a Mouth a Desert se convirtió en el himno intimo de mis días, Zurich is Stained en la canción que hubiese querido hacer y ya estaba hecha. Pixies, Dinosaur Jr y otros aparecían, sonaban bien, tenían canciones brutales, pero no llegaban a donde llegaba Pavement, que disco a disco iban afianzando un mundo propio, distinto, que giraba a una velocidad diferente, que encontraba caminos nunca pisados. Nunca superaron el vendaval de aire fresco que fue Slanted and Enchanted, pero nunca abandonaron un discurso que se sujetaba en la espontaneidad y el oxigeno limpio y puro de quien hace música libre. Para mí siempre han sido un mundo aparte, el mundo Pavement que me ha acompañado, ajeno a las modas, lejos de cualquier lugar común.
Es el grupo de mi juventud. Hasta anoche no les había visto nunca en directo, nunca lo había necesitado ni buscado. Un cierto temor a que se me cayeran como me ha pasado con otros grupos claves para mí, la pereza de hacer real algo que pertenece a mi imaginación. Sí, les he visto en vídeos y tal, pero aún seguían siendo el misterio al que no necesito resolver. Han pasado treinta y un años desde que puse a girar aquel vinilo y al fin les he visto. Ha sido en un escenario gigante, frente a una multitud sedienta de hits, algo de lo que Pavement carece.
Es de alabar que un mega festival como el BBK Live ofrezca su escaparate máximo a un grupo como el de Malkmus: da fe de su buen gusto y del respeto para un grupo que pertenece a la memoria íntima de muchos carrozas como yo. Pero tengo que decir que ha sido un regalo envenenado. Al convertir lo intimo en publico corres el peligro de quedarte en tierra de nadie, de que esa intimidad pierda su emoción, de que el público no conecte.
Pavement son demasiado importantes y buenos como para tocar en el escenario principal de un festival. Su personalidad se difumina entre luces y decibelios innecesarios. Es muy difícil sumergirte en la belleza delicada de Stop Breathing mientras un chico cargado con una bombona de cerveza te ofrece rellenar tu vaso. Casi imposible que la elegante sacudida de Gold Soundz no parezca hueca entre miles de chavales que la escuchan por primera vez o que In a Mouth a Desert no pierda toda su grandeza tratando de sonar grande.
Su grandeza es la sencilla complejidad
He disfrutado, por momentos he vuelto a mi Seat Panda aparcado de madrugada frente al mar inundado por la felicidad de Range Life, pero también he sufrido viendo algo tan importante para mí expuesto en un lugar que no es el suyo. La grandeza de Pavement reside en su sencilla complejidad para llegar a lugares muy íntimos, en sus melodías perfectamente imperfectas, en una personalidad que no necesita mostrarse. Ha sido un concierto diferente, extraño al lado del trap, el reguetón, los bombos a negras y el intrascendente exotismo.
Así como en sus comienzos abrieron puertas con sus guitarras retorcidas y sus melodías intransferibles siguen siendo una especie extraña en este mundo cerrado de los festivales. Sin hits, sin un éxito comercial reseñable. Después de más diez años separados, su aparición en este circuito es difícil de entender. No me gustan los reencuentros, las reuniones. Sentí mucha tristeza viendo a Pixies en Barcelona, por ejemplo. Voy a dejar que este mal trago caiga en el olvido para volver a escucharles como hago muy a menudo en la quietud de mi habitación, que es cuando de verdad alcanzan la altura que merecen.
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