Lagun ha sido la librería más atacada por la violencia ultranacionalista, además de víctima de la ultraderechista durante el franquismo, recuerdan Gaizka Fernández y Juan Francisco López en Allí dónde se queman los libros, el último texto presentado en la librería donostiarra. Pero Lagun representa, sobre todo, la ética y la coherencia en la defensa simultánea de la cultura y la democracia que le hizo resistir ataques sin parangón en el espacio cultural nacional. De tal modo que se convirtió en símbolo de la resistencia civil contra ETA, como tituló y desarrolló un documental de 2018, del que este periodista es coautor del guion. El cierre de Lagun, 55 años después de su nacimiento en la Parte Vieja donostiarra, coincide con el fin del ciclo vital de la generación del 68 a la que pertenecían sus fundadores, María Teresa Castells, fallecida en 2017, e Ignacio Latierro, de 80 años.
La defensa del binomio cultura y democracia marcó a Lagun desde su origen, como señala Latierro: “Nacimos en 1968, en plena efervescencia política y cultural. Quisimos contribuir, como otras librerías abiertas entonces, a extender la cultura democrática y la oposición al franquismo cuyo final se acercaba”. La iniciativa partió de Castells en 1967, animada por el editor madrileño Javier Pradera, que nueve años después sería primer jefe de opinión de EL PAÍS. “Pradera, amigo de María Teresa y su marido, José Ramón Recalde, jugó un papel decisivo. Nos asesoró sobre las editoriales y los catálogos de autores”.
Castells incorporó a Lagun a Latierro y a Rosa Cuezva, su pareja. Compartían militancia antifranquista. La denominación Lagun (compañero en euskera) la sugirió Koldo Mitxelena, unificador de la lengua vasca y amigo de la familia Castells. Castells y Recalde fueron detenidos en 1962. Recalde fue torturado y estuvo encarcelado más de dos años. Latierro recuerda que Pradera temía que su militancia antifranquista condicionara partidistamente a Lagun: “Pronto comprobó que queríamos una librería de vanguardia y, también, profesional. Pero nuestra militancia antifranquista nos endureció para afrontar lo que vino después”.
“Nuestro inicio coincidió con el boom de la literatura latinoamericana, con Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, el libro más vendido de Lagun; con el interés por la historia con La España del Siglo XIX y La España del siglo XX, de Manuel Tuñón de Lara; la recuperación de historiadores republicanos como Claudio Sánchez Albornoz y Américo Castro y la nueva generación de historiadores vascos como Antonio Elorza y Juan Pablo Fusi. Ciencia Nueva y Alianza con Jaime Salinas y Pradera destacaban entre los libros políticos”, recuerda Latierro.
Libros prohibidos en la playa
Los libros prohibidos los compraban en Francia y los almacenaban en la trastienda. Eran de Ruedo Ibérico, Librería Española y Editorial Ebro. El más vendido fue La Guerra Civil española, de Hugh Thomas. Andrés Recalde, hijo de María Teresa, recuerda cómo siendo críos hacían de tapadera colocando los enseres que llevaban a las playas francesas encima de los libros prohibidos, dentro del coche, al cruzar la frontera.
Su labor editorial la combinó con su compromiso antifranquista. Lagun cerró siguiendo el llamamiento de los partidos democráticos por la condena a muerte a seis militantes de ETA en 1970; por la huelga general de octubre de 1973 y por los cinco fusilamientos en 1975. Castells sufrió sanciones gubernativas y permaneció un mes encarcelada. Poco después, la ultraderecha explotó una bomba en Lagun que, por error de sus autores, se limitó a romper los cristales del vecindario.
Lagun fue lugar de encuentro. Al comienzo la frecuentaban el poeta Blas de Otero y Sabina de la Cruz; Gabriel Celaya y Amparitxu Gastón. Enseguida se sumaron Fusi, Raúl Guerra Garrido, Fernando Savater o Juan José Solozabal. Más adelante Fernando Aramburu. El novelista donostiarra Luis Martín Santos, que fue íntimo de la pareja Recalde-Castells y compañero de militancia antifranquista, falleció antes de abrirse Lagun. Su novela Tiempo de silencio permaneció en sus estanterías como homenaje al amigo muerto. Latierro recuerda especialmente a Joaquín Forradellas: “Ya murió. Era el cliente más habitual. Profesor de un instituto donostiarra muy humilde. Pero un gran filólogo cuya firma aparece con la de Francisco Rico en su primera edición de El Quijote”.
En los años ochenta, recuerda Latierro, decayó el libro político con la consolidación de la democracia. “Vimos que no habíamos tenido en cuenta el libro clásico. No solo en literatura sino en filosofía e historia. Nos adaptamos”. En 1983, empieza el acoso del ultranacionalismo a Lagun. “En julio murió un militante local de ETA al estallarle la bomba que manipulaba. La izquierda abertzale convocó una huelga general. Nos negamos a cerrar. Solo otros dos comercios se negaron, los mismos que cerrábamos para protestar contra el franquismo. Un piquete nos amenazó y pintó el escaparate. Desde entonces fuimos objetivo de ETA porque no coincidíamos con su ideología y querían monopolizar la Parte Vieja, dónde estábamos”, señala Latierro.
La situación se agravó en 1995. La colocación del lazo azul, símbolo de la resistencia a ETA, en el escaparate o la del libro-homenaje a Gregorio Ordóñez, asesinado por ETA, fueron excusas para que la kale borroka atacara la librería. Latierro fija el momento crítico en la Nochebuena de 1996 en que Lagun quedó prácticamente destruida. “Sabíamos que cada vez que nos expresábamos, nos atacaban y resistíamos. Pero aquella Nochebuena, ante la magnitud del ataque, pensé que era el final. Pero desde la mañana siguiente y numerosos días, Lagun se llenó de clientes que compraban libros destruidos y nos animaban a seguir”.
Los ataques continuaron por las noches y en la del 15 de enero de 1997 la kale borroka asaltó la tienda, sacó numerosos libros a la calle y los quemó. “Nos recordó a los nazis en la noche de los cristales rotos”, recuerda el escritor Felipe Juaristi. “Lagun tuvo eco internacional y desde entonces tuvo vigilancia permanente de la Ertzaintza”, comenta Latierro.
Tuvo aún otra prueba más: El intento de asesinato en 2000 de Recalde, marido de Castells, por dos pistoleros etarras. “Fue otro momento de desolación, pero distinto al de 1996. Cuando atacaron a José Ramón no estábamos solos. Existía un importante movimiento ciudadano contra ETA. Además, una vez más, María Teresa exhibió su extraordinaria fortaleza y su insistencia en que no nos doblegarían”. Lagun continuó en San Sebastián, pero cambió de ubicación. Ante la cercanía del final del terrorismo terminaron los ataques.
Tras el eco internacional de Lagun, iniciado el siglo XXI tuvo numerosos reconocimientos, el más importante fue el de los vecinos donostiarras en el Teatro Victoria Eugenia, propiciado por la Diputación gipuzkoana, en 2018, por su medio siglo, al que se sumó el Ministerio de Cultura que concedió la Orden Civil de Alfonso X el Sabio a sus fundadores. En el documental Lagun, algunos de sus clientes más conocidos la definieron como “librería de resistentes, hecha por resistentes”, según Felipe Juaristi; Savater como “foco de irradiación cultural, luego de libertad política” y Aramburu, como “ejemplo ético”. Se convirtió en símbolo de la resistencia cívica contra el terrorismo.
Latierro, su fundador superviviente, quiere recordarla como “representación del espíritu de cambio, de cultura democrática y de reconciliación de la España de finales de los sesenta y setenta. Y también de firmeza y dignidad frente a los intentos de imposición totalitaria”. El escritor Ramón Saizarbitoria reclamaba en el documental que Lagun debe ser reconocida con una placa en su antiguo local y honrar su memoria. “¿Que tenga un reflejo público? ¡Ojalá!”, responde Latierro.
Luis R. Aizpeolea es coautor, junto a José María Izquierdo, del guion del documental Lagun y la resistencia frente a ETA, dirigido por Belén Verdugo y que se puede ver en la plataforma Filmin.
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