Bibiana Collado Cabrera (Burriana, Castellón, 38 años) se preocupa mucho de que lo personal sea visto como colectivo. Sentada en una terraza del centro de Madrid, la escritora tiene un discurso claro y certero para referirse a la desigualdad de clase, uno de los temas principales de Yeguas exhaustas (Pepitas de Calabaza) aunque no el único porque también trata la violencia machista, el acceso al mercado laboral o el esnobismo cultural. Es el primer libro de narrativa de esta licenciada en Filología Hispánica que ejerce de profesora de bachillerato y que había firmado ya diversos poemarios interesantes.
Pregunta. Hay una frase que está al principio del libro y es como una declaración de intenciones: “Un pobre no puede permitirse dejar de trabajar ni un solo día. Una pobre, menos”.
Respuesta. Sí, lo veo así. El libro trata sobre el trabajo, de nuestros propios cuerpos y de nuestra manera de entrar y salir del trabajo y el campo cultural. Me parece importante dejarlo marcado desde el principio. Desde el primer capítulo, el imaginario de los de abajo está marcando a los personajes y su afectividad.
P. Hace un relato de mujeres extenuadas, llamadas yeguas exhaustas. ¿Buscaba despertar la conciencia de todas esas yeguas que no saben que no pueden vivir así?
R. En realidad, buscaba mostrar aquello que yo sentía que apenas se muestra. Cuando escribo, siempre lo hago con la sensación de hacerlo de aquello que no me encaja, de la fisura, de la no correspondencia. Tenía la sensación de que no hacía más que consumir productos culturales, como libros, películas o música, en los que nunca aparecían cuerpos cansados. No aparecían personas que vinieran reventadas de trabajar todos los días y como eso condicionaba sus vidas. Me parecía interesante poner eso en el primer plano y ver qué pasa. Porque, al final, somos la mayoría. El título es verdad que remite a nuestras abuelas y nuestras madres, pero, realmente, somos todas y todos. Es transversal.
P. Diferencia dos maneras de estar en el mundo: los de arriba y los de abajo.
R. La diferenciación está. El gran éxito de nuestra sociedad capitalista es que se nos olvide cuando sigue estando, que nosotros mismos hayamos borrado esa diferencia. Es importante señalarlo porque estamos recibiendo constantemente violencia de clase: económica y de imaginario. Nos sigue marcando. Hablamos mucho de violencia machista y es importante, pero quizá deberíamos hablar más de violencia cultural sistemática. Una violencia que no deja de ser contra la mayoría. Es lo más sorprendente.
P. ¿Los productos culturales actuales no ayudan?
R. Intentan siempre que nos proyectemos en un horizonte que no es el nuestro. Por ejemplo, la mayoría de adolescentes de este país, independientemente del barrio que sean y de la clase que sean, ven Élite. Es su referente y donde ellos proyectan sus expectativas. Es muy complicado que le preguntemos a una persona a qué clase pertenece y diga que es de clase obrera. Hay un borrado, aunque creo que ahora lo estamos recuperando. Hay una escritura que lo está recuperando, que está hablando de dinero, de trabajo, del imaginario de clase, de elitismo y clasismo. Una escritura que busca romper esos estereotipos que nos han hecho creer que podemos llegar a cualquier parte y no es verdad. Vivimos en un país en el que hasta antes de ayer la pobreza estaba muy generalizada con un imaginario anclado a la tierra, pero con la Transición quisimos ser muy modernos y se nos ha borrado todo del cuerpo. Y ese imaginario es real. La precariedad que tanto nombramos hoy en día no es más que la herencia de la que venimos.
P. Según su libro, el franquismo también dotó de un imaginario a través del cine, la televisión y la prensa para los pobres, como otra forma de control.
R. Por ejemplo, con los ruralines y las ventajas para agrupar a los pobres en las Cajas de Ahorros de las provincias. Creó todo un imaginario que no se ha sabido transformar. Lo que se ha hecho es borrarlo. Entonces, de repente, eso pasó a ser de mal gusto, rancio y no lo queríamos. Hay una carencia.
P. Dice también que este clasismo también se ve reflejado en la música.
R. Utilizo la música para muchas cosas, pero la más importante para explicar que la historia de la recepción de determinada música es, de alguna manera, la historia de la evolución de una comunidad. De repente, una comunidad siente una carencia y hay una demanda y se fija en un producto cultural como Camela. Esto interpela de una manera transversal a un país entero, pero, luego, evoluciona y se avergüenza en bloque de esto, lo rechaza. Pero, más adelante, se reconcilia. ¿Pero desde dónde se reconcilia? ¿Invitando al friki a la fiesta para reírse de él? Hay algo también fascinante: cómo un grupo sin apoyo discográfico consigue desde los márgenes y la periferia saltarse al sacrosanto capitalismo y la industria musical y ponerse en el centro. Y que un país entero a los diez segundos reconozca una canción. ¡Es fascinante! Es un fenómeno social y casi antropológico.
P. Rozalén contaba a este periódico que ella se avergonzaba de adolescente de tocar la bandurria y de sus conocimientos folclóricos y ahora su música reivindica todo eso. ¿El proceso de reconciliación está llegando a muchos?
R. Sí, por supuesto. Estamos en un momento muy hermoso. Es positivo. Se está dando en las generaciones más jóvenes y en productos musicales de todo tipo.
P. ¿Considera que usted viene de una familia de los abajo?
R. ¿Y qué entiendes por los de abajo? (Risas). Creo que la mayoría venimos de los de abajo. Cuando hablo de los de abajo no solo hablo de lo económico. Hablo también de lo imaginario, de lo simbólico. Siempre digo lo mismo: mi madre, aunque se muera con tres mansiones y dos Ferrari, se morirá pobre porque la pobreza la tiene en la cabeza. La pobreza es un imaginario que nos atraviesa y que nos condiciona. Hace que, sin querer, agachemos los hombritos, que no nos sintamos cómodos en determinados espacios… A otros sí se les ha educado para estar confortables.
P. ¿Definiría su libro como político?
R. Claro. ¿Y qué libro no lo es? Incluso cuando un libro intenta escapar de ello ya es una posición política.
P. Otro de los temas del libro es la violencia machista, representada en una pareja masculina maltratadora. Escribe: “El autoodio en las mujeres es un legado difícil de borrar”.
R. El autoodio, en realidad, me sirve también para los hombres. Es algo que afecta a los de abajo. Intenté que esa violencia machista fuera también una violencia de clase. Por eso, él es mucho mayor y profesor universitario. Él utiliza para humillarla y manipularla ese juego de referentes culturales. Ese jueguito de tortura psicológica y preguntas tipo: ‘¿Anda, no conoces a este grupo de música?’. Me interesaba que estuviera intricado, que la violencia machista y la cultural fueran inseparables. Unir la clase y el género.
P. ¿Un problema añadido puede ser la falta de conciencia de la víctima?
R. Más que eso quizá lo que yo me planteaba era por qué nos sentimos tan cómodas en determinadas situaciones que no deberían resultarnos tan cómodas. Nos han enseñado a tolerar mucho nivel de dolor y daño, a sentirnos cómodas con las espinas y las zarzas. Por eso, esa pregunta del primer capítulo: ‘¿Cuánto dolor tengo que soportar para que yo tenga derecho a la queja?’. Como la pregunta: ‘¿Cuánto de malo tiene que estar un pobre para decirle a su patrón que no puede ir a trabajar?’. Vivimos en una sociedad en la que vivimos todos con un alto porcentaje de daño. A veces, nos sorprendemos todos cuando conocemos autolesiones de los adolescentes y, en realidad, todos estamos infligiéndonos pequeños daños: apretamos las manos o las mandíbulas, nos comemos las uñas o los padrastros, tenemos insomnio… A cada uno le sale por una parte. Nuestros cuerpos nos están relatando antes de que nosotros mismos sepamos relatarnos.
P. Es interesante también esta reflexión: “La vieja masculinidad no puede soportar depender del dinero de una mujer más joven”.
R. Lolita nunca paga la cuenta. Esa frase que está en el libro lo sintetiza muy bien. El personaje de Pedro se siente constantemente cuestionado y herido porque no puede ocupar ese papel económico del hombre adulto y que consiente a su amante todos los caprichos. Por eso, Pedro es un personaje angustiado. Hay mucho daño y dolor que no encajan del todo en él y más cuando quiere entrar en esa élite cultural.
P. Los hombres también tenemos una educación de la que tenemos que saber desprendernos.
R. Totalmente. Estamos todos intentándolo a ciegas y a tientas construyéndonos. Por eso, pongo el personaje de Sebas que es bienintencionado pero que también está en la tarea de construirse.
P. También se refiere en su libro a que todas las mujeres, al final, son cuerpo y deseo en potencia y el mundo las somete a una comparación constante, incluso ellas mismas lo hacen. ¿Hasta qué punto es difícil que la mujer deje de estar atravesada por eso?
R. No tengo respuesta. Te diría que yo misma me gustaría no estarlo tanto, pero no puedo. Todos queremos ser deseados. Cada uno utiliza su estrategia para conseguirlo.
P. Más ahora que vivimos en una vida cada día más exhibicionista y la imagen importa mucho más que nunca, incluso en la cultura.
R. Totalmente. Pero ahora también afecta a los hombres. No es algo solo de las mujeres. Soy profesora de instituto y veo a los chicos de bachillerato trabajadísimos de gimnasio y muy conscientes de exhibir su cuerpo. Por desgracia, la tónica ha sido a igualar a nivel de proyectar cuerpo y deseo. No por debajo. Cada vez nos parecemos más en lo malo. Es terrorífico. Me produce mucha angustia.
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