Dibujante y novelista, Juan Manuel López, Juarma (Deifontes, Granada, 42 años) publicó en Blackie Books Al final siempre ganan los monstruos (2021) y este año Punki. Con la primera, que empezó como la segunda en un club de lectura en una red social, agitó el avispero: una voz narrativa original e hipnótica al servicio de una historia radicada en un trasunto de su pueblo, un lugar sin esperanza lleno de jóvenes adictos y desamparados. Punki regresa a Villa de la Fuente, nombre en la ficción del pueblo, y Juarma a la violencia, la desesperanza y a un humor terrible que acaba llenando las páginas de una ternura inédita.
Pregunta. Dejó dicho en varias entrevistas que de crío el objetivo era salir del pueblo.
Respuesta. Creías que fuera te ibas a encontrar un mundo diferente, y luego fuera muchas veces todo era peor de lo que había en el pueblo. Al final acabas añorándolo un poco.
P. Sus amigos.
R. Bien. Tampoco hablamos mucho de esto. Se han enterado algunos. Unos se lo están leyendo, otros sé que no se lo han leído. Cuando los veo no hablamos de libros, ni de que he hecho un libro. Tomamos una cerveza y hablamos de tonterías, lo de siempre.
P. Algunas historias las conocen.
R. Saben que si me mancho, me mancho yo. Si alguien se pega un tiro, me lo pego yo. Los que más me conocen saben lo que estoy contando. Otra gente que me conoce menos intenta buscar referencias reales y se va a perder, porque no las va a encontrar.
P. Ahora vive en Puerto Sagunto, Valencia.
R. Por amor, no por trabajo.
P. Ha sufrido la precariedad laboral, ha trabajado directamente sin contrato. Campo, construcción, bares. ¿Hubiera sido el escritor que es sin eso?
R. No, desde luego. Intento hacer algo con esa rabia. No ya solo la rabia de la precariedad, de los trabajos y las condiciones con que los encuentras, sino ese tiempo en que estás buscando trabajo. Termina una cosa, tienes que buscar otra y tratar de vivir al día. Mis personajes tienen esa angustia de vivir al día, la ansiedad y las ganas de que explote todo.
P. ¿La angustia y la ansiedad son dos atajos para llegar a la droga?
R. Bueno, no soy médico. Cada uno llega de una forma o de otra. Pero si tienes ansiedad y bebes alcohol o consumes alguna sustancia y resulta que te calma, supongo que te lleva a beber con naturalidad. Pero cuidado con esto: hay muchos más factores, no te levantas por la mañana y decides que ya está, que hay que ponerse a beber o drogarse.
P. Mucha gente habla de evasión. Sus personajes se evaden porque hay algo que no está bien. A veces directamente nada está bien.
R. Pero no es una evasión lúdica. Cuando se convierte una cosa en hábito es autodestructivo y terminas, como en la novela, diciendo que da igual si me muero. Te da igual por donde salga el sol porque sabes que el día siguiente va a ser peor que el anterior. Hay situaciones de las que no puedes salir o no puedes cambiar, ni está en tus manos cambiar ni elegir. Cosas que te hacen la cabeza polvo.
P. Habla, y escribe de ese momento en que se acaba la jornada laboral, durísima física y mentalmente. Cómo hay quien se mete en el bar y no sale casi hasta que empiece de nuevo el trabajo. Esa voz interior que dice: bebe y desconecta. Y esto está muy presente en los pueblos, que son precisamente los núcleos más desatendidos en salud mental. Donde no se habla tanto de depresión.
R. Sigue siendo un estigma. Pero al menos, ahora, si alguien padece una enfermedad mental que sea visible, lo ves, sabes que esa persona está mal y se cuida. Pero hace 20 o 30 años, si tú decías “estoy triste”… no se hablaban de esas cosas. Tú no le decías a un amigo que tienes ansiedad o rabia, lo que sea.
P. Escribía a lápiz, a máquina, ahora a ordenador.
R. Antes usaba un rotulador para escribir, luego tuve una máquina eléctrica de mis padrinos de Francia que me la regalaron y no tenía letra ñ. Los cartuchos de tinta duraban nada. Era muy complicado tener algo presentable para enseñarlo a alguien.
P. No cree en el ascensor social. Tiene que ver mucho la suerte.
R. En la vida, todo. Hoy estamos hablando de una cosa que puede pasar una vez entre muchísimas veces. No es normal que me haya pasado todo esto por estar escribiendo en una red social.
P. ¿Llegó a abrumarse?
R. Me agobia tener que hablar mucho porque a veces no te preguntan sobre el libro, te preguntan por cosas de las que no quieres hablar. Yo no suelo hablar de mí casi nunca con nadie. Y ahora tengo que improvisar. Tengo que decir algo. A veces eso te agobia un poco. Me lo tomo como un trabajo, como en la hostelería, como en el campo, como en la obra; si hay que hablar, pues hablo. Si hay que presentar, pues presento. Unos días tienes más ganas, otros días tienes menos, otros días te pones más nervioso, otro día tal. Y sí: la suerte en mi caso es todo. No es normal que haya llegado el libro a la editorial y que hayan apostado por mí sin conocerme de nada.
P. La crítica destaca su estilo.
R. A mí me gustaba escribir desde muy jovencillo y me obsesionaba mucho tener mi propia voz, aunque nadie me leyera. Pensaba una estructura de una novela, de cómo puedo hacer esto, inventar personajes, fijarte en cosas que luego te pudieran servir. Me gusta escuchar historias, me gusta que me las cuenten y a mí me gusta escribirlas.
P. Sus novelas son políticas.
R. El tema de todas es el desamparo, el abandono, lo irremediable. Hay política desde la primera palabra hasta la última.
P. Y hay violencia.
R. Parecida a la que he vivido. En el instituto había peleas impresionantes. Y allí no venía ni la Guardia Civil. Eran peleas brutales a las que nadie se acercaba. Al final se cansaba la gente de pegarse y se paraba la pelea. Y como estaba el centro de salud cerca, alguno acababa allí.
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