Durante muchos años, el director de cine mexicano Arturo Ripstein y su compañera y guionista, Paz Alicia Garciadiego, buscaron la versión original de la película Profundo carmesí, de 1996. Es la historia de un hombre y una mujer que se convierten en amantes y cómplices, basada en la pareja real de dos asesinos seriales estadounidenses en los años cuarenta. Era la versión del director, la que contenía las tres escenas que fueron eliminadas “por moral”, como lo cuenta el mismo Ripstein, y la que incluía los más de 25 minutos que, en su momento, también tuvo que cortar por orden de sus productores y ante la amenaza de que, si se negaba a hacerlo, no habría estreno. Tras múltiples peripecias para hallar los más de 32 rollos perdidos, Ripstein y Garciadiego han conseguido por fin recuperarlos y la versión completa se estrenará por fin en la próxima edición del Festival de Venecia, que comienza el 30 de agosto. En el camino de esa búsqueda, además, encontraron también el material original de La mujer del puerto, que rodaron en 1991.
A casi tres décadas de haber realizado ambas producciones, Ripstein asegura que no se considera un director representativo del cine mexicano y que siempre ha sido un autor periférico, que observa ahora con cierta decepción cómo el “buenismo” y la corrección política en el arte han abolido las palabras y el diálogo.
Han pasado casi 60 años desde que Arturo Ripstein (Ciudad de México, 78 años) filmó su primera película (Tiempo de morir, 1965). Antes, había crecido entre foros de grabación, entraba y salía de las salas de cine y de las producciones en las que pedía fervientemente que le dejaran participar. Su padre, Alfredo Rispstein, había sido un productor eminente que trabajó en un centenar de películas y convivió con los actores y actrices más representativos de la llamada Época de oro del cine mexicano —que abarcó las décadas de 1930 a 1950—.
Así conoció al director español Luis Buñuel, quien marcó un parteaguas en su trayectoria y cuya compañía contribuyó en lo que sería el futuro de su cinematografía. En una entrevista para este diario, en 2016, Ripstein recordaba sobre el aragonés: “Él tenía 62 años y yo 18. Al principio lo llevaba en coche y cargaba su portafolios, después ya me dejó pasar a su casa. Conversábamos, íbamos al cine juntos. Sin ser amigos, era generoso y amable conmigo. Estaba muy solo, nadie se le acercaba: daba miedo porque era Buñuel. El genio asusta. Y la profesión no le quería, porque no podían compararse con él”.
Es por eso por lo que el recorrido de su filmografía lo ha colocado en un lugar prominente en la historia del cine nacional, aunque en cada oportunidad que tiene aprovecha para negarlo: “Yo siempre he tenido una pata en el cementerio. No soy representativo del cine mexicano en absoluto, siempre he sido periférico y últimamente, soy periférico de la periferia”, asegura, contundente. De cerca le sigue Garciadiego, su esposa y guionista de sus películas desde 1985, cuando comenzaron a trabajar juntos después de que él descubriera en ella a una extraordinaria contadora de historias.
Ese carácter de revancha y de transitar lo más lejos posible del espectáculo y lo comercial lo ha acompañado desde siempre. Cuando le pidieron que recortara la duración y retirara las escenas de Profundo carmesí —protagonizada por Regina Orozco y Daniel Giménez Cacho— amenazó con no aparecer en los créditos, aunque, cuenta, eso en realidad no significara nada. Pese a ello, acató las indicaciones y la película recibió tres premios y ovaciones en el Festival de cine de Venecia de 1996. “No tenía ganas de que mi película estuviera mutilada. Tuve la precaución de guardar una copia con las escenas cortadas por lineamientos morales”, recuerda.
El recorrido de las películas extraviadas
Ripstein pidió solo una cosa cuando le negaron estrenar la versión original de Profundo carmesí: que le permitieran hacer una copia con la película tal cual la realizó. El material fue resguardado por un amigo de la Universidad de Stanford, con quien pasó varios años, hasta que él tampoco tuvo suficiente espacio en casa y lo devolvió. Entonces, pasó a manos de una amiga de la pareja, en San Francisco, EE UU, quien las guardó en un almacén de la desaparecida empresa Pacific Filmes Aracade. Tras el cierre de la compañía mandaron recoger los rollos para depositarlos en la Filmoteca de la UNAM, pero se dieron cuenta de que la versión que tenían entonces no era la completa.
Ripstein y Garciadiego llamaron nuevamente a la primera persona que las guardó, en Stanford, que les dijo que todavía conservaba material en su poder. Pero cuando finalmente los rollos llegaron a sus manos, descubrieron que no eran los de Profundo carmesí, sino los de La mujer del puerto, un largometraje basado en un cuento del francés Guy de Maupassant, que narra la relación incestuosa y caótica entre dos hermanos en un México oscuro rodeado de miseria y sordidez, que habían realizado y estrenado en los años noventa en festivales y cines de varios países, pero no en México. Vista con la distancia del tiempo, Garciadiego cuenta sobre aquella película: “Hay parricidio, dos abortos en escena, una hija que le pega a la mamá. Después de no haberla visto en unos 25 o 28 años, la volvimos a ver y me dije: ‘Dios mío, sí me pasé’. La mujer del puerto es de las que prefieres que ciertas gentes no vayan a verla para que no te retiren la palabra. Pero debemos decir que el hecho de que no se estrenara en México no fue por censura. Porque es muy conveniente decir que fue eso, pero no: fue por desidia”, asegura. “Y no nuestra”, complementa Ripstein.
Un doblaje, 25 años después
Una tarde, en su casa de Ciudad de México, buscando una almohada en la pequeña bodega que tenían debajo de una escalera, Arturo Ripstein encontró una maleta. Dentro estaban los rollos de la versión original de Profundo carmesí, que siempre había estado ahí. Después de aquella epifanía, todo comenzó a tomar forma, pero tampoco fue sencillo. “En México hay de todo, lo que nunca hay es mantenimiento”, dice el director mientras comienza el relato de cómo a aquella versión finalmente localizada le faltaba el sonido. “Pregunté dónde estaba la copia del sonido de la película y nadie supo nada”, dice.
El material fue trasladado a la Cineteca Nacional de México —en donde está la obra completa del director— y ahí fueron revisadas y repasadas horas y horas de material fílmico, cuadro por cuadro, hasta completar la secuencia original. “Ahí no trabajan técnicos, trabajan ángeles, de paciencia, de serenidad, con ellos estuvimos años viendo los rollos de la película. Y encontré todas las tomas que se habían quitado. Encontrarlas fue un trabajo agónico y las metimos en la película. Con ayuda de los ángeles de la cineteca”, cuenta Ripstein.
El doblaje se tuvo que volver a hacer. Después de 25 años, Ripstein y García Diego encontraron al reparto original, todos seguían actuando, y les pidieron volver a grabar cada diálogo de la película. “Por fortuna todos los actores están vivos”, cuenta Garciadiego, todavía sorprendida y agradecida. Se convirtieron en lectores de labios profesionales y en el comienzo de 2023 quedó listo el doblaje de Profundo carmesí en las voces de sus actores originales.
Escuchar hablar a Ripstein y a Garciadiego es casi como mirar una de las películas que han hecho juntos, desde 1985, cuando ella comenzó a escribir guiones para él y trazaron un cine hecho de paisajes oscuros, de trozos de esencia humana que revuelve las tripas y que conmociona por la crudeza de la realidad que invade a cada personaje. La última película de ambos fue El diablo entre las piernas, de 2019, un guion que Garciadiego no concibió como material de filmación por tratarse de un tema que considera es un tabú para la sociedad mexicana y que difícilmente pasaría en el cine: la vida sexual de una mujer y un hombre mayores, que conviven en un matrimonio en decadencia.
El futuro de la filmografía de Ripstein está en el pasado. El director siente actualmente un interés por seguir revitalizando algunas de sus películas como ha hecho con Profundo carmesí y La mujer del puerto. Sin embargo, también hay algunas que, recuerda, hubiera preferido nunca haber hecho. La revancha es para él como un boomerang que regresa al mismo lugar. La pareja está interesada en detenerse y mirar lo que está pasando en el mundo y en el cine actual, esperando que eso que tanto detestan, como el “buenismo” y la corrección política, no termine con el arte y el cine, y la oportunidad de construir una versión de la realidad que no sea la peor de todas.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país
Suscríbete para seguir leyendo
Lee sin límites