La colina de la Sabica, la que acoge la Alhambra y el Generalife de Granada, reunía para los árabes todas las cualidades necesarias para la protección de la ciudad y ya en el siglo IX aparecieron las primeras construcciones defensivas. Años más tarde, con la llegada de la dinastía nazarí, en el XIII y hasta el XV, se construyó la ciudad palatina que hoy se puede visitar. Seis siglos de construcción y uso en los que se pasó por alto conscientemente ―porque ya estaba allí según todas las investigaciones― uno de los mayores riesgos a los que se enfrentaba entonces y ahora el monumento: el Tajo de San Pedro. Se trata de un enemigo lento y discreto pero siempre al acecho, un cortado de 65 metros de alto cuyo vértice estaba hace siglos a más de 40 metros de la Torre del Cubo de la Alcazaba y que ahora, este mes de noviembre de 2023, está en el entorno de los 22. Si no hay ningún incidente excepcional, faltan siglos para que el tajo alcance a la Alhambra. Pero si lo hay, y la lluvia torrencial es el mayor enemigo, los plazos se acortan. Aún hay tiempo pero, tras cuatro décadas de búsqueda de soluciones más o menos despreocupadas, esta es la hora definitiva.
Y a pesar de todo, no fue el agua sino los terremotos los que dirigieron la mirada al tajo. Los movimientos sísmicos de enero y febrero de 2021 aceleró la decisión, asegura Antonio Peral, arquitecto conservador de la Alhambra. Durante dos semanas, Granada vivió cientos de terremotos y el monumento sufrió daños de diversa gravedad, lo que puso en alerta a su dirección. “Reunimos a un grupo de expertos que han revisado la situación y todas las propuestas anteriores. También, por supuesto, han sugerido algunas nuevas y ahora estamos reevaluando todo”, explica Peral.
La razón por la que en décadas anteriores no se ha adoptado ninguna solución es porque, en general, “todas eran muy invasivas con el aspecto visual del paisaje”, muy ingenieriles en su mayoría. Es el caso de la propuesta de instalar mallas para frenar la caída del terreno. “No solucionaban el problema o no todo y, además, ninguna solución debe cambiar el aspecto visual”, dice el arquitecto, que explica también que ya se han realizado trabajos para alejar la circulación del agua del vértice del tajo, el área clave en este asunto. Así las cosas, la opción más viable y menos invasiva en este momento es la bioconsolidación del terreno.
La leyenda urbana cuenta que el Tajo de San Pedro es el resultado de la explosión de un polvorín. Una más de las preciosas leyendas sobre la Alhambra y que, en este caso, no es cierta. O no del todo. El tajo, explica José Miguel Azañón Hernández, catedrático de Geodinámica de la Universidad de Granada (UGR), estaba allí ya cuando se construyó la ciudad palatina y es un accidente natural causado probablemente por la erosión del río Darro, a sus pies, que fue remodelando el terreno y, a la vez, creando el tajo con sucesivas caídas de terreno al ir desgastando la montaña original. A eso hay que añadir más de dos decenas de riadas relevantes documentadas en la zona y, por supuesto, una fuerte incidencia humana, como la explosión del polvorín, la construcción de una ermita cercana que luego se convirtió en la actual iglesia de San Pedro y que hizo que el meandro del río afectara aún más al tajo, incendios varios, la construcción de una acequia, etc. Natural o artificial, la actuación sobre el tajo produce una pérdida de terreno cifrada entre uno y dos centímetros al año, que se incrementa notablemente con incidentes excepcionales.
Más de un centimetro al año
Dos acontecimientos de ese tipo, uno natural y otro de origen humano, están recogidos en la literatura. En 1954 se produjo un incendio, escribe Francisco Valladar en su Guía de Granada en 1890, y “poco tiempo después de este desgraciado suceso comenzaron los desprendimientos de terrenos en lo que hoy se llama Tajo de San Pedro, lo que causó notables desperfectos en la Alcazaba y aun a los restos del Cuarto Dorado”. El 5 de marzo de 1600 hubo una crecida del Darro y, cuenta Juan Velázquez de Echevarría en Paseos por Granada y sus contornos, de 1764, “cayó de la terrera de San Pedro tanta arena y piedra, que estuvo el río detenido tres horas sin correr: lo mismo habrá hecho antes, pues todo ese canal, que ha hecho en el lado de la Alhambra, es nacido de lo que ha lamido el río; y cada día nos da nuevos sustos”.
La lluvia torrencial es especialmente masiva y tiene efectos relevantes. En 2012, recuerda Azañón, una se llevó por delante bastante más de ese centímetro e incluso los últimos restos del paño de muralla cristiana que quedaba en el entorno del tajo. De hecho, en un estudio de 2005, el propio investigador cifraba la distancia a la Alhambra en 23,8 metros. Menos de dos décadas después, está en el entorno de los 22 –la próxima medición tendrá lugar en unas semanas–, con lo que la tasa media de pérdida de terreno en estos años es bastante superior al habitual centímetro anual.
Carlos Rodríguez Navarro, catedrático de Mineralogía y Petrología de la UGR, explica que la opción que están manejando, y que ya está en pruebas en zonas similares al tajo en el entorno de la Alhambra, es la bioconsolidación o biomineralización bacteriana. Se trata de generar carbonato de manera natural –al modo de las estalactitas y estalagmitas– para consolidar y apretar el terreno. Es un conglomerado con arcilla que se hincha con el agua para luego retraerse. Es un material, en definitiva, que tiende a aflojarse y no a compactarse.
Cementación bacteriana
El equipo de investigadores, además de tener una vigilancia constante sobre el terreno –dos fotos al día y escáneres del tajo cada tres o seis meses, según necesidades–, está probando en otra zona del entorno alhambreño una solución líquida que, en contacto con las bacterias propias del suelo, genera carbonato cálcico y, esperan, autofabrique una película de calcio que impida su expansión y contracción. Por ahora es la solución más respetuosa con el aspecto superficial del tajo que han encontrado. Hace apenas dos semanas se terminó de alimentar el espacio de pruebas, comenta Carlos Rodríguez, y en unas semanas se sabrá “el grado de cementación bacteriana conseguida y la resistencia que aporta al terreno”, añade.
No es urgente pero, en definitiva, salvar la Alhambra del modo más natural y menos invasivo posible es la tarea no pequeña de Azañón, Carlos Rodríguez Navarro, Kerstin Elert (investigadora de la UGR) y un conjunto amplio de científicos de la propia Alhambra, de las Universidades de Jaén, Málaga y Barcelona, el Instituto Geológico y Minero de España y el suizo Centre de Recherche sur l’Environnement Alpin. En 1520 está documentado un relleno de tierras al pie del tajo como primer intento de protección. 400 años después, aún se le da vueltas a cómo salvar la Alhambra.
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