Paco Cepero recibe en su casa de Jerez (Cádiz), situada en la misma calle donde nació hace 81 años. A unos pocos metros, en el mismo barrio de San Miguel, nació el escritor José Manuel Caballero Bonald, al que recurre con frecuencia para reafirmarse en su renuncia a cualquier retirada debida a su edad: “Él escribió que somos el tiempo que nos queda, y yo digo que voy a vivir el tiempo que me queda. A mí la creación me da vida”. A modo de demostración, el guitarrista pasa de inmediato a relatar los proyectos que tiene en marcha, con Ana y Esmeralda Rancapino, por ejemplo, hija y nieta del veterano cantaor de Chiclana. También composiciones recién creadas que, incapaz de hablar sin tocar, interpreta a la guitarra. No faltan los versos, que se agolpan escritos a mano en un folio… Su capacidad creativa, no cabe duda, muestra una incombustible fertilidad.
El encuentro se produce en uno de los días en los que el artista se encuentra presentando un nuevo disco, Made in Cepero, el octavo dedicado a la guitarra flamenca de concierto. Los últimos siete los ha publicado tras el regreso a su ciudad natal unos años antes del cambio de siglo, un retorno que habría de suponer la vuelta a los orígenes, no solo geográficos. La sonanta en todas sus formas había llenado su vida desde que era apenas un niño, tocando en fiestas a Terremoto o Tío Borrico, pero cuando, después de casi cuatro decenios, dejó Madrid y se mudó a Jerez, el aterrizaje no fue fácil. “El teléfono no sonó en cinco años. Yo no existía en el mundo de la guitarra”, recuerda con indisimulado dolor. “Y sin ella, no soy nadie”. Cuenta que, si se quejaba, le decían que tocase, que era lo suyo. Y se puso a ello.
Ya en 1977 había editado un primer disco en solitario, Amuleto, así que retomó con nuevas fuerzas la disciplina de concierto. En la primera entrega, De pura cepa (2000), incluyó la rumba Agua marina, una composición que acumula millones de escuchas en las plataformas. “No creo que vuelva a hacer algo tan redondo”, confiesa orgulloso. La fuente, sin embargo, no se agotó ahí y siguieron llegando más y más obras, incluida una para guitarra y orquesta, La suite Gades, de 2012. La última, Made in Cepero, con ocho temas de guitarra flamenca, presenta dos cortes —una balada y una salsa— en los que, por primera vez, se atreve a poner su voz en una grabación.
Realmente, a él lo de cantar le viene de antiguo: “He sufrido dos operaciones de garganta por lo mismo y siempre he pasado mis composiciones cantándolas, porque nunca he sabido escribir música”. El guitarrista, no se olvide, es un prolífico compositor con cerca de un millar de títulos registrados, entre los que, por citar algunos, se encuentran grandes éxitos como Amor, amor, de Lolita, o Esta cobardía, de Chiquetete, canción que fue incluida en un LP del que se vendieron más de un millón de ejemplares. Pertenecen esos discos a la etapa (años ochenta y noventa) en la que también ejerció de exitoso productor discográfico de todo tipo de artistas, de Rocío Jurado o Manolo Escobar al mexicano José José, un tiempo que él señala como glorioso, pero mayormente en lo económico: “Entonces se vendían muchos discos y las producciones llegaban a ser millonarias, pero eso sabemos que se acabó”. En cualquier caso, al hablar de sus composiciones, a Cepero le gusta recordar —y destacar— que también ha compuesto 14 marchas para diversas cofradías procesionales, de las que se siente especialmente satisfecho.
Su última grabación podría suponer la condensación del estilo de su autor, aunque lo mismo podría ocurrir con cualquiera de las grabaciones anteriores: Corazón y bordón (2004), Abolengo (2007), Sueño latino (2017) o Vivencias (2021). Propietario de un lenguaje unánimemente reconocido como propio y perfectamente identificable, declara que una de sus principales preocupaciones ha sido la de sonar a él: “Nunca he querido perder mi línea y creo que tengo mi personalidad, que se me reconoce, aunque se me escuche de lejos”. De hecho, confiesa que hace mucho que no oye discos de guitarra. ¿Inútil, pues, solicitarle su opinión sobre el estado de la disciplina? No, él tiene muy claro que “hoy día se está tocando muy bien”, pero que “con tanta técnica se está perdiendo flamencura”.
Si se le pregunta por sus aportaciones a las seis cuerdas, tira de modestia y responde que eso lo tendrán que decir otros. No obstante, cree haber ayudado a que se toque más despacio y destaca sus silencios, rememorando lo que un día un crítico de Madrid que no recuerda escribió: “Los silencios de Paco Cepero hacen música”. “También”, declara, “creo que la síncopa es muy mía, como la búsqueda del temple y la melodía”. “Soy un hombre melodía”, repite con frecuencia, siempre después de haber recalcado que, ante todo, se considera músico.
La dedicación a la guitarra de concierto no le impide olvidar una etapa imprescindible de su carrera, la de tocaor para el cante: “Si de algo presumo es de haber sido un buen acompañante”. Fue La Paquera de Jerez la que le dio su primera oportunidad profesional y con ella se curtió para enrolarse después en la compañía de un exitoso Manolo Caracol, con el que recorrió mundo. En su tablao de Los Canasteros trabajó cuando se trasladó a Madrid en 1963, pero también en el de Torres Bermejas, adonde llevó a un joven José Monge, Camarón de la Isla. Posteriormente, vendría el tiempo de los festivales flamencos de Andalucía, en los que se revelaría como un tocaor renovador y brillante que lució con La Perla de Cádiz, Juan Villar, Pansequito o, entre otros, Turronero, con el que constituyó un exitoso dúo.
Nunca ha dejado de prestar atención a la disciplina y él mismo ha puesto su atención, asesorado y hasta apadrinado a artistas como Antonio Reyes, Rancapino Chico o Samuel Serrano. Del cante actual piensa que goza de muy buena salud: “Hay nuevos valores muy interesantes y capacitados, aunque faltan cantaores con personalidad, transmisión y pellizco, quizás porque están sobrados de técnica y faltos de la necesaria fatiga”. A los jóvenes que recibe dice haberles transmitido siempre la importancia de la humildad, porque “es muy importante no creerte nunca nada”.
El maestro, tras su larga carrera, acumula más de dos docenas de galardones y distinciones, entre los que destacan la Medalla al Mérito en las Bellas Artes (2003), la del Mérito al Trabajo (2018), que nunca se le entregó, el premio Compás del Cante (2014) y los nacionales de Jerez (1975) o de Córdoba (1977). Es, además, Medalla de Andalucía, Placa de Oro de la provincia de Cádiz e Hijo Predilecto de su ciudad natal, reconocimientos que se amplían cada año que pasa. A pesar de ello, y con un poso de amargura, no deja de reivindicarse con contundente serenidad: “Creo que no se me ha dado el sitio que merezco”.
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