Sara Tavares (Lisboa, 45 años), compositora, música y cantante portuguesa, murió este domingo en un hospital de Lisboa. Buena parte de sus últimos años estuvieron condicionados por un tumor cerebral que fue la causa de su fallecimiento. En Portugal, la pérdida causó consternación generalizada, del presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, a músicos con los que había colaborado como Paulo Flores.
Saltó a la fama en 1994 gracias un concurso televisivo de talentos que ganó con una imitación de Whitney Houston, que había sido la gran diva de su niñez, y eso la catapultaría como representante portuguesa en Eurovisión antes de alcanzar la mayoría de edad. Quedó en octavo lugar. Lo interesante en la carrera de Sara Tavares comenzó a partir de entonces, cuando empezó a explorar los puentes artísticos entre las dos culturas que convivían en ella: la caboverdiana de sus padres, emigrantes instalados en la Margen Sur del río Tajo, y la portuguesa donde creció.
La reivindicación de su identidad cruzada fue su batalla política. “Aunque mi madre me decía que alisase el cabello, yo no lo hacía. Entendía que mi cabello era bonito. Es un testimonio y una política interna de hacerme respetar por aquello que soy”, explicaba en una entrevista al semanario Expresso en 2022. “Bob Marley decía que una persona no puede cambiar el mundo si no se cambia primero a sí misma. Está comprobado que si alguien hace eso, al menos cambia a las personas de su barrio y de su círculo”, añadía. En la entrevista lamentaba tanto la escasa presencia en programas de televisión de portugueses negros como el mínimo avance de la sociedad lusa en su lucha contra el racismo. “Ya deberíamos tener una estatua de Amílcar Cabral [líder del movimiento por la independencia de Cabo Verde y Guinea-Bissau que murió asesinado en 1973] y todavía me veo discutiendo por qué”, reprochaba.
El primer disco de Tavares, en colaboración con el grupo de gospel Shout!, salió dos años después de la imitación de Whitney Houston en el concurso de talentos y demostró toda la potencia de la artista. El primero en solitario, Mi Ma Bo, salió en 2001. El soul, funk o pop comenzaron a mezclarse con el poso que dejaba en ella la música de Salif Keita o Miriam Makeba. En una entrevista con EL PAÍS en 2006 confesaba que, al viajar a Cabo Verde, había descubierto que sus raíces pertenecían “tanto a un sitio como a otro”. Era una hija de la diáspora africana y del encuentro cultural. Jugaba a la vez con diferentes lenguas y con diferentes ritmos. Su último disco, Fitxadu, se publicó en 2017 y estuvo nominado a los Grammy Latinos. Su última canción, Kurtidu, salió en septiembre.
Con el disco Balancê (2005) estuvo nominada a los premios de la BBC, recibió elogios en The New York Times y se abrió las puertas de los circuitos de las músicas del mundo. Además de tocar la guitarra y el piano, componía canciones que cogían cosas de aquí y de allí y que se nutría de la resiliencia de la artista. Procedía de una tierra lejana y pertenecía a un hogar roto, ambas cosas la empujaron a formarse en la escuela de vida de la calle. Eso, decía, era como hacer tres carreras universitarias.
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