Acabo de enterarme, con tristeza, de que hoy miércoles ha muerto en Barcelona Juan Ramón Capella, catedrático emérito de Filosofía del Derecho en la Universidad de Barcelona. Capella había nacido en Barcelona el año 1939, el año en que terminó la Guerra Civil. Fue discípulo de Manuel Sacristán (1925-1985) y de su maestro aprendió a combinar un espíritu analítico con otro profundamente crítico (de raíz marxista, en el caso de ambos). Sacristán fue uno de los primeros cultivadores de la lógica formal en España y Capella dedicó su tesis doctoral (que publicó Ariel en 1968: El derecho como lenguaje) a los estudios analíticos de teoría de las normas de la mano de la incipiente lógica deóntica. Estudió en París con uno de los padres de la lógica deóntica junto con Georg Henrik von Wright, Georges Kalinowski. Después sus pasos se decantaron hacia una concepción más crítica de la filosofía, con los autores marxistas de referencia como cabecera.
Fue uno de los profesores de la recién creada Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Barcelona en los años 70 del siglo pasado, junto con colegas como Alejandro Nieto, que también nos ha dejado recientemente, o Isidre Molas. A principios de los años 80 obtuvo la cátedra en la Universidad de Barcelona. En ella creó un grupo de estudiosos que seguían su filosofía crítica siempre a la búsqueda de la emancipación de los humanos.
A finales del siglo pasado impulsó las publicaciones de la editorial Trotta, en la cual él mismo publicó una decena de libros relevantes, de crítica de las categorías jurídicas y políticas, entre los que tal vez destaca Fruta prohibida (1997). Y, también, una recomendable biografía de Manuel Sacristán, La práctica de Manuel Sacristán. Una biografía política (2005) y una autobiografía llena de autenticidad, Sin Ítaca. Memorias 1940-1975 (2011). Tal vez entre sus papeles haya dejado la continuación de estas memorias, que sus discípulos cercanos sabrán rescatar.
Siempre preocupado por los elementos de dominación que quedan en nuestras sociedades y que obstaculizan la generación de una comunidad de personas libremente iguales, ejerció su mirada crítica también frente a nuestras instituciones democráticas. Impulsó y coordinó, siempre en Trotta, como editor y autor un libro -cuando se cumplían 25 años de la Constitución española, en 2003, un año en que hubo muchas publicaciones panegíricas de nuestra democracia constitucional- con el elocuente título de Las sombras del sistema constitucional español.
Lo recuerdo como un profesor y un conferenciante extraordinario. No sólo por la perspicuidad de las ideas que expresaba, sino también porque era capaz de seducir a la audiencia con su aterciopelada y bella voz.
Hasta donde sé no le tentó la política profesional nunca. A la manera de Sacristán, se veía como alguien que debía elaborar las ideas con las que construir una sociedad más justa, pero no se veía a sí mismo como un político profesional. Sin embargo, ejerció la agitación intelectual y cultural tanto cuanto pudo, por ejemplo, desde la fundación en la redacción de la revista Mientras Tanto.
Fue sin duda uno de los renovadores de la filosofía jurídica y política en España que, después de la guerra había quedado, casi totalmente, en manos de un pensamiento escolástico de pocos vuelos, demasiado a menudo apologeta de la dictadura franquista. Hace algunos años le pregunté en un almuerzo, por qué nunca había mostrado interés en la corriente que se conoce como marxismo analítico, que eran filósofos de su generación (Gerald Cohen, John Roemer, Jon Elster, por ejemplo) y me dijo que no compartía, a menudo, sus preocupaciones intelectuales. Tal vez porque, al revés que estos autores, nunca mostró gran interés por la obra del mayor filósofo político de la segunda mitad del siglo XX, John Rawls. Sea como fuere, su sólida formación analítica y su marxismo crítico le hacen el más digno acreedor, entre nosotros, al título de marxista analítico.
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