Iba para pianista, pero cambió de rumbo, estudió biología y ecología, y ya había rebasado la treintena cuando publicó su primera novela. Desde entonces, Barbara Kingsolver (Maryland, 69 años) lleva 17 libros publicados de ficción, no ficción y poesía, en los que ha tratado asuntos como la historia de una familia de misioneros estadounidenses en Congo (La biblia envenenada, 2020), un país en el que pasó varias temporadas siendo niña (su padre médico viajaba allí para prestar ayuda) o el proyecto que emprendió ella junto a su esposo y sus hijas de alimentarse a lo largo de un año solo con alimentos que obtuvieran de su granja o de los alrededores (Animal, vegetal, milagro, 2008).
Adorada por millones de lectores y distinguida con numerosos premios, las habilidades con el piano de esta autora no cayeron totalmente en saco roto: actuó como teclista en la banda de música Rock Bottom Remainders junto a los novelistas Stephen King y Amy Tan, entre otros. “Fue idea de Kathi Kamen que acompañaba a los autores que estaban en tour cuando paraban en San Francisco y como ella era música, pues acabó descubriendo que muchos de los escritores tocaban instrumentos. Yo duré muy poco, pero lo pasé muy bien”, recuerda conectada por videoconferencia desde su granja en Virginia Occidental.
Kingsolver acaba de concluir la larga gira de promoción por Europa de Demon Copperhead (Navona), su última novela con la que se alzó con el premio Pulitzer en 2023 —ex aequo con Hernán Díaz por Fortuna—. Esta vez su viaje europeo no la llevó a Tenerife, la isla donde pasó un año en 1991 —según cuentan decidió irse allí cuando EE UU entró en la primera guerra del Golfo—, pero Kingsolver habla entusiasmada de su visita a Cádiz, una ciudad que la intrigaba por los libros que había leído sobre el comercio con el continente americano. “Ese lugar estaba vivo en mi cabeza”, afirma con una amplia sonrisa. En su última novela, sin embargo, la escritora no ha viajado a ningún lugar lejano, sino que ha puesto la lupa en la depauperada región donde ella nació y donde hoy vive, los Montes Apalaches.
Centro de minería en tiempos, Apalaches es una de las zonas con mayor índice de pobreza y donde mayor impacto ha tenido la crisis de los opiáceos, y ese es un nervio central en la historia de Demon, el pelirrojo protagonista del libro, cuya vida narra Kingsolver tomando como guía David Copperfield, la monumental obra de Charles Dickens. “Es una región de montañas, un lugar más unido cultural que políticamente, porque se distribuye en muchos Estados (Tennessee, Kentucky, Virginia, Georgia, Alabama, Misisipi). Tiene una larga historia de explotación; sus habitantes han visto sus oportunidades de prosperar totalmente cercenadas. Cuando las minas estaban en activo, todo estaba montado para que no hubiera otro negocio, ni posibilidad de empleo en otro sector, ni oportunidades en educación. A los de aquí nos miran mal, somos lo que llaman hillbillies, los paletos de quienes siempre se ríen”. ¿Territorio de votantes de Trump? “La gente rural tiende a ser más conservadora. Aquí muchos se sienten ignorados, dejados de lado, sin trenes, ni autobuses, con hospitales cerrados y más de dos horas de coche para llegar al médico. Muchos de mis vecinos votan a Trump, sí, y lo comprendo porque están muy frustrados”, explica la autora. Son los olvidados y castigados, cuya miseria no atiende a injusticias raciales. “En EE UU se habla del racismo estructural, pero nunca del clasismo estructural que padece la clase trabajadora, porque aquí pervive el mito de que esta es una sociedad sin clases. Pero la gente que empieza sin nada no sale adelante y siente vergüenza. Se culpa a las víctimas de su pobreza”, enfatiza.
Recuerda Kingsolver que su encuentro con Dickens se remonta a la infancia con Cuento de Navidad. Ha leído todas las novelas del clásico británico, pero David Copperfield no destacaba especialmente en su imaginario hasta que se propuso escribir “una gran saga de mi gente y de mi lugar, que tuviera un contexto”. Quería hablar de la brutal epidemia de los opiáceos y se acordó de Dickens que hablaba de miseria, de vidas castigadas y niños que tenían que trabajar. “Decidí resituar su libro aquí, que fuera esa misma historia dura de amor, humor, de crecer. David Copperfield sería mi plantilla. Me apasionó el reto, era como encajar un puzle con muchas piezas”, apunta.
A menudo califican a Kingsolver de “escritora política”, quizá porque coloca su pluma del lado de quienes padecen injusticias. ¿Qué piensa ella de esta etique0a? “Nunca entiendo lo que quieren decir y no creo que tenga ningún sentido. No escribo libros de fantasía, sino que mis historias están situadas en este mundo lleno de desigualdades, machismo y racismo. Antes había una ansiedad en los círculos artísticos por aquello del realismo social, pero ya se superó”, reflexiona. “Mi escritura no es doméstica, salgo de la casa con las historias de mis libros y abordo cuestiones como, por ejemplo, el abuso infantil. Quizá a las mujeres nos juzguen peor por tener ambición y no quedarnos circunscritas a un universo íntimo”.
Antes de volcarse en las novelas río que arrastran las enormes historias de sus libros, Kingsolver trabajó como periodista freelance y se formó en ciencias, ¿eso la ha ayudado en su carrera literaria? “Soy introvertida y tímida y el periodismo me forzó a llamar y preguntar a gente, me dio herramientas que luego he empleado en la ficción. Con Demon Copperhead investigué sobre el sistema de acogida de menores, y sobre la drogadicción. Mucha de la gente que está enganchada empezó a tomar estas pastillas cuando se las recetó su médico”, afirma.
La ciencia, dice, le permitió abordar la escritura partiendo de una hipótesis para tratar de llegar a una conclusión. Pero, subraya Kingsolver, es fundamental nunca decirle al lector lo que debe pensar: “Compras un libro para tomarte un respiro, no para que te den una lección. Pienso en las novelas como ventanas y espejos. Cuando eres pequeño te permiten ver lo que pasa afuera, y cuando creces ves en ellos un reflejo de lo que sientes. Yo aspiro a que la gente que lea mis libros vea otro mundo y sienta compasión”.
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