Dos circunstancias han marcado la vida hasta ahora de Enrique Aparicio (Alpera, Albacete, 35 años). Primero un deseo: quería, un día, escribir una novela. Y segundo, una realidad: era un chaval “maricón, gordo y de pueblo”, como se define a sí mismo en sus redes; tres trampas mortales para la autoestima que requiere armar y mandar manuscritos. De privilegios de clase mejor ni hablamos.
Lo que media entre esas circunstancias y la publicación, ahora, de La mancha (Plaza y Janés), es una historia muy del siglo XXI: Aparicio se labró una fama con proyectos que él mismo iniciaba en internet bajo el nombre de @esnorquel. En 2019 comenzó el más exitoso de ellos, el podcast confesional ¿Puedo hablar!: junto a Beatriz Cepeda (@perradesatan) y una serie de invitados, Aparicio iba desglosando públicamente sus complejos como maricón, como gordo, como persona de pueblo (Alpera tiene 2.326 habitantes). Como todo lo que él creía que debía esconder. Salieron 200 capítulos, algunos grabados ante miles de espectadores por toda España; un libro; una obra teatral; su consiguiente gira. Pedro Sánchez lo aclamó en octubre de 2021. En junio, el dúo grabará su último capítulo.
Mientras, Aparicio (sin arrobas ni pseudónimos) cumple aquel sueño de publicar la novela, sobre un joven gay, Valentín, que por la recesión de 2013, debe abandonar su éxito en Madrid y regresar a su pueblo natal. Esta vez, el autor no toma esas circunstancias como trampas mortales. Bien vistos, pueden ser simplemente el punto de partida de una historia mayor.
Pregunta. ¿Qué es la mancha, en letra redonda?
Respuesta. Si yo hubiera tenido 15 años más, mi homosexualidad a lo mejor me hubiera llevado al calabozo. Con 15 años menos, ni hubiera salido del armario: eso los jóvenes ya no lo hacen. Pero fui niño en los noventa y adolescente en los 2000, salí del armario y por cierto lo hice como aprendí que había que salir, con la plantilla Pablo Alborán: cara compungida, gran llanto, como confesando un crimen. A los de mi generación nos toca ahora reevaluar esos años, decir: ‘¿Qué nos ha pasado?’. Si ya no es delito ser homosexual, si soy tolerado, ¿por qué sigo considerándome peor que los demás? ¿Por qué hay más maricas con estos problemas y esta concepción de sí mismos que heterosexuales? ¿Por qué nuestra generación está arrasada en términos de salud mental, con problemas de adicciones?
P. ¿Cuál es su diagnóstico?
R. Habernos criado en un mundo homófobo, tránsfobo, bífobo. Por mucho que ahora palizas siga habiendo (e incluso quien no las sufre explícitamente, sufre violencia implícita), los de mi generación nos hemos hecho adultos sintiéndonos solos. No encajábamos y llevábamos dentro una mancha que intentábamos ocultar. De mayores, hemos pasado de ocultarla a reivindicarla, a veces sin las herramientas que requiere ese salto. Del armario en tu pueblo a la carroza del Orgullo en Madrid, y luego vuelta al armario el domingo por la tarde. Ese choque es lo que representa mi libro.
P. ¿Y qué es La mancha, en cursiva, para usted?
R. El colofón a mi relación con esa infancia y adolescencia. Por fin me he liberado de lo que le está pasando al protagonista en ese verano de 2013. Y pienso, joder, menos mal que no he publicado antes la novela porque habría sido una granada de mano contra mi pueblo y contra mi adolescencia y contra mi infancia, para devolverles el dolor.
P. El libro alerta del peligro de instalarse en el dolor propio.
R. Igual que el protagonista, yo tenía heridas que primero no comprendía y que después, no sabía gestionar. Ahora les doy el espacio que requieren, que no es absoluto. He aprendido a levantar la mirada y ver el resto del mundo. Ya no me define mi adolescencia traumática, así de sencillo. Hasta estoy haciendo el ejercicio de recuperar conscientemente mi acento manchego, que durante muchos años intenté erradicar.
P. En el libro, el protagonista está atascado entre quién él siente ser por dentro y cómo le define su entorno. Su forma de solucionarlo es refugiarse en internet. En su caso, casi toda su carrera pública se ha desarrollado a través de personalidades online. Antes que Enrique Aparicio usted ha sido @esnorquel en su podcast y, más brevemente, EsnorquelDJ en un grupo musical, Monterrosa, que bebía de la estética cibernética. ¿También se refugió en internet?
R. Del mundo analógico te tienen que llamar. Yo tengo un podcast porque nadie me ofreció hacer radio. He subido mis canciones a Spotify, mis podcasts a iVoox, mis artículos a Medium… Es la posibilidad que se abrió un día que vino un señor de Telefónica —ni Movistar te digo ya; de Telefónica— a casa a poner un módem. En esa habitación adolescente, en la que yo me había encerrado para protegerme de la mirada de mi familia, de mis paisanos, ahí podía mostrarme de otras maneras a los ojos de los desconocidos en internet. No me sentía seguro en el tú a tú yendo a la carnicería de mi pueblo, pero sí escribiendo en un Fotolog.
P. ¿Es casualidad que ahora usted resuelva ese conflicto saliendo del refugio de lo digital, con un producto tan analógico como un libro?
R. Tiene sentido. No solo estaba navegando, a veces naufragando, por internet; también estaba leyendo, nutriéndome de otras cosas. Esa combinación es, creo, muy generacional.
P. Su mayor éxito hasta ahora ha sido ¿Puedo hablar!. ¿Cómo lo ve ahora?
R. Dimos una tecla al abordar los problemas de salud mental desde el punto de vista del usuario, no del profesional. No era un psiquiatra que te explica cómo detectar la depresión, era un “así detecté yo mi depresión”, “así experimento yo la ansiedad”. Mucha gente no había escuchado a nadie decir, oye, ir al psicólogo es esto…. Nos consta que, gracias a escucharnos, muchos han pedido ayuda. El momento en el que llegó fue muy importante porque no había un hashtag #saludmental como hay ahora. No había 700 resultados, si uno los sabe buscar, especializados en todo.
P. Pese al éxito, nunca gozó de patrocinador.
R. ¿Puedo hablar! ha tenido muchísimo recorrido pero no el suficiente como para convertirse en mi profesión. Depende exclusivamente de esta casa, de mi ordenador, de que yo esté ahí editando y subiendo programas. Tal vez si Bea y yo, en vez en empezar en 2019, lo hubiéramos hecho el día que empezó La pija y la quinqui pues a lo mejor… quizá para cuando llegó el dinero a los podcasts nosotros ya éramos gallina vieja. O si fuéramos más monas o si estuviéramos delgadas…
P. ¿Podemos considerarle personalidad de internet?
R. A mí internet no me ha dado un trabajo, me lo he generado yo.
P. ¿Se le da bien el mundo digital?
R. Hay quien tiene mucha pericia para estar en internet, lo comparte todo y le sale solo. No soy esa persona. Poner un tuit para mí es pensar un buen rato, en ese sentido soy muy analógico. Quiero pensar que lo que yo ofrezco en internet ya es una cosa trabajada, no algo a las bravas. Me manejo muy bien con esa producción de ideas que no son de inmediato, quizá por eso tengo los seguidores que tengo [12.200 en Instagram, 10.000 en X] y no más. Hay gente que hace muy bien esto de: “Esta mañana ocurre algo y a las tres de la tarde y tienes un reel de tres minutos dándote mi opinión”. Yo reivindico el internet un poco lento. Algo que probablemente me va a dejar fuera de juego en muchas cosas. Me gusta que sea así.
P. ¿Cuál es la principal lección que extrae de estos cinco años?
R. [Piensa unos segundos] Que hice bien inventándome cosas. Hice bien dejando el pudor a un lado para ofrecer al mundo cosas que han resultado útiles y sanadoras para mucha gente. Estaba bien ser yo, eso entonces no lo sabía. Tenía terror a no ser suficiente, a no valer. Ahora sé que valgo. A veces crees que si los demás reparan en ti el tiempo suficiente se van a dar cuenta del gusano que eres. Para mí estos años, esta novela, suponen levantar la mirada de mis heridas y permitir que el mundo me mire a mí.
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