Una barrera separa la alfombra roja del festival de Venecia de las masas que acuden a ver desfilar las estrellas. La razón resulta tan evidente como sensata: evitar que la pasión de los fans fagocite a los actores, así como el riesgo de accidentes. La separación permite, además, que sean los propios divos quienes marquen los tiempos. Acercarse al público, firmar autógrafos, posar para una foto, dejarse adorar un rato e irse. A su antojo. Pero este año los astros más deseados de la Mostra han levantado un nuevo muro, más alto y polémico: su silencio.
Casi todos los filmes más esperados del certamen, de Maria a Wolfs, de Queer a Babygirl, han limitado al mínimo histórico, o incluso rechazado, cualquier entrevista o actividad con periodistas. Rueda de prensa, por obligación, y fin. El director artístico, Alberto Barbera, no ha parado de repetir que la 81ª edición, que termina mañana sábado, ha registrado la mayor asistencia de celebridades en décadas. Jamás hubo tantas. Y, además, tras el vacío del año pasado por la huelga de actores. Pero nunca habían dicho tan poco. Lo que ha generado un comunicado de alarma firmado por decenas de redactores, y una protesta que terminó convertida en pregunta a Barbera, el día de la inauguración. Respondió que no es asunto del festival, y poco puede hacer.
Se trata de distribuidores, agencias de ventas y, seguramente, de los propios directores y actores. El modelo, últimamente, ya solo tenía sentido para la promoción: periodistas invitados a una hora de vaporetto para “una entrevista de 10 minutos” con director y actriz protagonista; y, por el otro lado, intérpretes encerrados en micro charlas una tras otra, donde las preguntas se repiten idénticas, o mesas redondas, donde las cuestiones vuelan de un tema a otro sin conexión. El silencio, en realidad, ha funcionado para las compañías: se ha hablado de las estrellas y sus filmes, aunque ellas no han dicho nada. Y, de paso, buscar el vínculo directo con el público les ahorra el filtro crítico de la prensa. Cara al futuro, sin embargo, se precisa un replanteamiento del modelo. Un cambio más, entre tantos que afrontan cine, industria y periodismo.
La buena noticia es que, a falta de la voz de cineastas e intérpretes, las películas sí contaron mucho. Una pista sobre lo que deparará el palmarés mañana, pueden darlo las listas con nota media y estrellitas que otorgan críticos italianos e internacionales: La habitación de al lado, de Pedro Almodóvar, Harvest, de Athina Rachel Tsangari, Queer, de Luca Guadagnino y The Brutalist, de Brady Corbet, están entre las favoritas. Aunque la película más comentada en los pasillos fue seguramente esta última. Una obra colosal en todos los sentidos: tres horas y media, una ambición narrativa y fílmica desmesurada, un rodaje en 70 milímetros y celuloide, todo un reto para su distribución, así como una interpretación inolvidable de Adrien Brody, candidato desde ya al Oscar al mejor actor protagonista.
Cuando se anunció la programación, sorprendió la menor cantidad de nombres conocidos, para los estándares de Venecia. A posteriori, la mezcla ha resultado exitosa. La Maria Callas de Pablo Larraín encarnada por Angelina Jolie, la Folie à Deux del Joker de Joaquin Phoenix con Lady Gaga, o el reencuentro en pantalla entre George Clooney y Brad Pitt captaron inevitablemente la luz de los focos. Pero hubo espacio y gloria para filmes menos conocidos. Y de eso, al fin y al cabo, se trata: además de invitar y aplaudir a los Almodóvar o Guadagnino, el Lido debe lanzar a sus herederos.
Vermiglio, de Maura Delpero —como casi siempre, de las cuatro o cinco obras italianas seleccionadas, merece realmente la pena una—; El jockey, de Luis Ortega, así como The Brutalist y Harvest causaron asombro y fascinación, alumbraron ideas nuevas, algún fallo y las ganas de seguir el futuro de sus autores. Dea Kulumbegashvili tiene 38 años y tan solo dos películas en su currículo, pero ya venía con un aval notable: su ópera prima, Beginning, ganó cuatro premios en San Sebastián en 2020, incluida la Concha de Oro. April ha confirmado a una directora implacable, fiel a su cine hasta las últimas consecuencias, sin concesiones.
La autora georgiana muestra en la pantalla y en plano fijo un parto malogrado y un aborto clandestino. Material para los escalofríos y la reflexión del público. Y para la reivindicación del derecho de cada mujer a la interrupción voluntaria de su embarazo, justo en una época en que su derogación por parte del Supremo de EE UU y la batalla de la presidenta italiana, Giorgia Meloni, en su contra intentan ponerlo en duda.
Curiosamente, del cine georgiano vino también otro de los sucesos más significativo del festival: las primeras proyecciones de la película The Antique, seleccionada en la sección paralela Giornate degli Autori, fueron canceladas a raíz de una denuncia de tres compañías ante la corte de Venecia por una disputa sobre la autoría del guion del filme. Para la cineasta, Rusudan Glurjidze, la razón real era evidente: “Estoy en el centro de Europa y estoy siendo censurada. Es muy preocupante”. Su teoría ata la nacionalidad rusa de una de las tres demandantes (la productora Viva Films) con el tema del largo: la expulsión masiva de migrantes georgianos en 2006.
El recurso de Giornate degli Autori ante el fallo logró que la justicia autorizara finalmente a mostrar el filme en sala, hoy viernes. En Moscú, por cierto, tampoco gustaría Russians at War, documental de Anastasia Trofimova, una cineasta infiltrada con un batallón del ejército de Putin en el frente ucranio. Y la otra guerra que hace temblar al mundo, la ofensiva israelí en Gaza, también tuvo su presencia y polémica en el certamen: unos 300 artistas animaron a boicotear el largo Why War, de Amos Gitai, porque fue “creado por productoras cómplices de Israel que contribuyen al apartheid, la ocupación y ahora el genocidio”. El veterano director instó a ver la película, primero, y aseveró que no ha recibido un solo euro público del Estado israelí.
En este festival un aluvión de películas de todos los géneros y países se metió muy a fondo en política. Y, sobre todo, en el auge de la extrema derecha. Ficción y documental, de ayer y de hoy, para intentar denunciar, pero también entender. La lista se fue alargando cada día: en el concurso, The Order, thriller de Justin Kurzel inspirado por una banda terrorista supremacista que asustó a EE UU en 1983, o The Quiet Son, de Muriel y Delphine Coulin, sobre la radicalización de uno de los dos hijos de un padre viudo en Francia; el vistazo al pasado de la serie M. El hijo del siglo, sobre el ascenso de Mussolini y basada en la biografía del duce de Antonio Scurati, o del documental Riefenstahl, sobre la cineasta de la propaganda nazi. Y los interrogantes muy recientes de Homegrown, que sigue a tres extremistas defensores de Trump hasta el asalto al Congreso del 6 de enero de 2021, Separated, sobre la separación entre menores y sus familias en la frontera que impuso la política migratoria del expresidente de EE UU, o Apocalipse nos trópicos, centrada en cómo el auge del fundamentalismo religioso impulsó el triunfo del expresidente Jair Bolsonaro en Brasil.
En realidad, el cine siempre ha contado los tiempos que vive. Así que quizás más sorprendentes resultaron otros dos temas que dominaron la Mostra. Hasta el propio Barbera se declaró impactado por otra tendencia, sobre todo en el concurso principal. Se vieron secuencias muy explícitas en Queer, el bum de la industria del porno en Italia en Diva Futura, masturbación femenina pese a la presión y la mirada de Dios en Vermiglio, y Babygirl ofreció la visión más atrevida. Una directiva encarnada por Nicole Kidman empieza una relación extrema de dominación con un becario recién contratado por la empresa. Para abordar los límites entre abuso, opresión, placer y consentimiento. Y reivindicar la libertad sexual femenina.
Disclaimer, de Alfonso Cuarón, también incluye secuencias eróticas sin tapujos. Y Los años nuevos, de Rodrigo Sorogoyen, filma momentos de sexo oral apasionado. Ambas obras, a la vez, contribuyeron a otra tendencia del certamen: el enorme interés hacia las series, tanto como para disputarle el protagonismo al séptimo arte, justo en su festival más antiguo. Familias como la nuestra, de Thomas Vinterberg, se sumó a la aventura en la pantalla pequeña del cineasta mexicano, a la confirmación del talento del español y a los ocho episodios sobre Mussolini para convertir la producción televisiva en uno de los pilares de esta edición. Otra invitación a pensar a fondo en el futuro. Por lo menos, en el sector, las ideas nunca faltan: es su pan de cada día.
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