El Everest está desierto, en silencio, salvo por las ráfagas de viento que ahora todo lo azota: los helicópteros han desaparecido, las tiendas se han desvanecido y con ellas todo el trajín que coloreaba la montaña hace apenas unas semanas. En sus laderas, no obstante, figuran los cuerpos de cinco montañeros desaparecidos el pasado mayo, que se unen a las 12 muertes confirmadas hasta sumar la cifra histórica más elevada de fallecidos registrada en una temporada: 17. Los testigos relatan una primavera caótica en la vertiente sur (Nepal) de la codiciada montaña, marcada no solo por un número exagerado de muertos sino por una legión de aspirantes enfermos, afectados por congelaciones o exhaustos rogando un helicóptero en el campo 2 para abandonar lo antes posible su sueño roto.
La cifra récord de fallecidos pasará sin pena ni gloria y nunca alcanzará la relevancia que tuvieron los 15 cadáveres diseminados en las pendientes de la ruta normal del Everest en 1996, el año que quedará fijado como el del gran drama de la montaña, ampliamente recogido en Mal de altura, de Jon Krakauer.
El terremoto que sacudió Nepal en 2015 dejó entre 19 y 24 muertos en el campo base del Everest, arrasado por una monstruosa avalancha a resultas de la cual no solo perdieron la vida escaladores sino personal de trabajo del campamento que no cuenta como fallecido en acción, de ahí que el récord de difuntos pertenezca a 2023. En 2014, otra avalancha segó las vidas de 16 sherpas mientras equipaban la cascada de hielo del Khumbu.
En 1996, la toma inadecuada de decisiones por las dos compañías de guías occidentales que protagonizaron el drama explicó la abultada lista de fallecidos, guías incluidos. En 2023, la explicación tiene también que ver con la comercialización de la montaña. Pero el Gobierno de Nepal prefiere aventurar hipótesis menos ajustadas y señala con ambas manos al cambio climático. Es cierto que esta primavera ha resultado más fría de lo acostumbrado estos últimos años, y que se han dado mayor número de congelaciones que en el pasado reciente, pero ninguno de los 12 fallecidos cuyos restos se han podido encontrar murió congelado. Al margen de los tres sherpas que desaparecieron sepultados por la rotura de una serac (masa de hielo inestable) mientras equipaban la parte baja de la ruta, las otras nueve muertes se explican por la exposición a la altitud extrema y sus consecuencias imprevisibles en los organismos. Ninguna murió haciendo cola para pisar la cima.
Esta primavera se citaron con la cima 478 clientes repartidos entre 48 compañías que proporcionan logística y guías. La mayoría de dichas agencias son de Nepal, y algunas reciben el calificativo de bajo coste. Existe una diferencia sustancial entre una compañía de guías y una que ofrece servicios en la montaña y coloca en la misma a sherpas que no son guías. El que paga para tener un guía a su lado lo hace delegando en éste no solo la toma de decisiones sino la garantía de que nunca lo abandonará a su suerte. Y eso se paga caro. Incluso hay clientes que viajan con dos o tres sherpas escoltándoles minuto a minuto.
Ser sherpa no significa ser guía: son muy pocos los guías de Nepal que pueden mostrar la credencial internacional y los relatos recientes revelan casos de trabajadores sherpas que abandonan a sus clientes cuando éstos dejan de ser autónomos. Las empresas occidentales de guías se centran en la seguridad de sus clientes, especialmente a raíz de la tragedia de 1996, mientras que muchas agencias baratas no sienten ese compromiso con su cliente más allá de su obligación de proporcionar ciertos servicios logísticos en la montaña. Es una cuestión tanto cultural como económica. Un buen guía se anticipa al cansancio extremo de su cliente y le obliga a renunciar antes de que sea tarde; también se preocupa de que nunca le falte oxígeno artificial, un bien que se paga muy caro en el Everest y que no todas las agencias pueden permitirse en abundancia. De hecho, estos últimos años se han denunciado robos de botellas de oxígeno almacenadas en los campos de altura de la montaña. Además, un buen guía no permite que su cliente se extravíe, algo que explica en parte por qué han desaparecido cinco montañeros esta temporada. Por último, las agencias occidentales exigen un currículo alpinístico a sus clientes, mientras que las de bajo coste claman que no se requiere formación previa.
Otro grave problema que alimenta estas tragedias tiene que ver con las motivaciones de los clientes mucho más interesados en obtener la foto de cima que en asumir que el Everest debería ser un hito (no un inicio) en sus carreras de alpinistas.
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