El 6 de julio, el jueves tan fresquito en los Pirineos, la temperatura media del aire de la Tierra medida a dos metros sobre la superficie fue de 17,23 grados centígrados, nuevo récord histórico, una temperatura similar, según los expertos, a la de hace 120.000 años, cuando el catastrófico periodo interglaciar eemiense, y quizás para estar a la altura de las mediciones, el Tour decidió anunciar en Burdeos que el verano había llegado, más de 30 grados en las carreteras y tráfico de bolsas de hielo en las cunetas para las nucas de los ciclistas, que, exceptuando al danés feliz, Jonas Vingegaard, repudian el calor, lo temen por sus consecuencias incontrolables y decisivas sobre el rendimiento.
“Hacía mucho calor y humedad, me sorprendió”, dice Carlos Rodríguez, que ascendió el Puy de Dôme entrenando a primeros de junio y el primer elemento que considera de su experiencia es el calor. “Pero, a mí la verdad, creo que se me da bien el calor”, añade el jovencito de Almuñécar, Granada, debutante en el Tour a los 22 años y quinto en la general después de los Pirineos hermosos. “No sé si es que de dónde sea uno tendrá algo que ver, pero bueno, es algo yo creo que es innato que se te dé bien o mal, pero de momento a mí yo creo que no se me ha dado nada mal el calor”.
Hierve el Tour que atraviesa el Périgord hacia el Limosín. Hervirá el domingo en los Volcanes del Averno, en la subida al Puy de Dôme. Hace su entrada en escena el cooling, las estrategias de refrigeración de los equipos, el último factor diferencias del rendimiento junto a la nutrición, la tecnología del peso y el aerodinamismo y el entrenamiento.
“En el equipo hemos intentado entrenar en calor dentro de lo que se podía, pero la verdad es que el tiempo no ha respetado en ninguna parte y poco se ha podido hacer”, explica Carlos Rodríguez, cuyo equipo, el Ineos, es, junto al Jumbo, uno de los que más despliega imaginación en busca de soluciones prácticas y originales, y del conocimiento que las sostenga.
“En el Tour intentaremos tomar todas las medidas posibles para mantener al cuerpo refrigerado”. Si el cuerpo no se enfría, la pérdida de líquido por el sudor hace que la sangre sea más densa, que fluya peor, que elimine menos toxinas por los riñones. El golpe de calor es un riesgo cierto.
Pese a que el calor no es aún abusivo, roza los 30 grados, la humedad del Dordoña cercano, y los viñedos de Pomerol, lo hace sofocante en Libourne, y alrededor de cada autocar de equipo se desarrollan escenas de frío, y auxiliares de todos los equipos vigilan y espían lo que hacen los vecinos. Unos se acercan a firmar con chalecos de hielo sobre el maillot; otros enfrían las manos en cubos de hielo. Muchos llevan parches en el cuerpo que miden el volumen sudor que pierden, y la cantidad de sodio, para poder equilibrar las bebidas hidratantes, cantidad de aguas, cantidad de sales, siempre buscando el equilibrio. La mayoría cuenta con un termómetro interno que mide la temperatura del core, pues cada ciclista es un mundo y hay que individualizar los protocolos. Jorgenson, del Movistar, se recalienta con 16 grados y humedad, y otros, como Vingegaard, son lechugas frescas con 35.
Dicen que los del EF tienen preparados guantes helados, y los del Soudal muñequeras frías; los del Ineos preparan granizados para que los beban los ciclistas. Y los encargados de la logística organizan equipos de auxiliares para poder entregar avituallamiento cada 20 kilómetros, bidones frescos, sales y geles, y bolsas de hielo que refrescan las espaldas. “Es importante estar muy bien hidratado, beber mucha agua y beber agua fría para intentar descender la temperatura interna”, explica Borja Martínez, investigador de fisiología del ejercicio de la Universidad de Almería, que busca las razones por las que, por ejemplo, todo el mundo se enfría la nuca y las espalda cuando, según la lógica, es justamente la espalda la zona que más suda del cuerpo, la refrigeración natural, y si se enfría no suda.
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