Llegó el día en que Jaime Santos es profeta en su tierra. Siete meses después de proclamarse campeón de Europa de partidas rápidas, el leonés, de 27 años, triunfó por primera vez en un torneo de gran prestigio internacional en la misma modalidad, el Magistral Ciudad de León en su edición 36. Y lo hizo a lo grande: tumbando en una final trepidante por 2,5-1,5 al ganador de los dos años anteriores, el israelí Borís Guélfand, quien a sus 55 años sigue brillando a gran altura. Santos es el tercer jugador español en 36 años, tras Alexéi Shírov y Paco Vallejo, que gana el torneo.
“Ser campeón de Europa es, objetivamente, un triunfo más importante que el de hoy. Pero esta es una espina que tenía muy clavada después de participar tantos años en el Magistral. Esto me da mucha confianza para jugar dentro de tres semanas la Copa del Mundo en Bakú [Azerbaiyán], donde los desempates son en la modalidad rápida”, explicó Santos a EL PAÍS minutos después de su ansiado triunfo y de ser aclamado por el público, que hizo un pasillo para recibirlo en el vestíbulo. ¿Y la clave? “Quizá la serenidad con la que he subido al escenario. Otras veces, ante compromisos de gran tensión, estaba atacado por los nervios, pero hoy me encontraba relativamente tranquilo”.
La segunda persona más contenta en el Auditorio de León era Marcelino Sión, pero no como organizador del torneo sino como entrenador de Santos desde que este tenía 9 años: “Estoy sumamente satisfecho, pero sobre todo por él, porque esto supone algo que él necesitaba conseguir para seguir progresando, una asignatura pendiente que por fin ha superado. Ganar el torneo frente a rivales tan duros, sin perder ninguna partida de ocho y sin cometer errores graves es un logro de excepcional importancia”.
El primer asalto de la final fue de enorme calidad técnica. Santos logró una posición ligeramente ventajosa con las piezas blancas, y empezó a apretar, armonizando muy bien sus piezas. Sin embargo, Guélfand encontró siempre el camino del equilibrio, por muy estrecho que fuera, hasta el empate, acordado tras el lance 34. Es verdad que poco antes el español disponía de un sacrificio de peón muy interesante pero quizá no tan prometedor como para justificar el esfuerzo y el riesgo.
En el segundo ocurrió justo lo contrario. Santos, a quien todos alaban por su enciclopédica sabiduría teórica, intentó sacar a Guélfand, uno de los más reputados especialistas del mundo en la Apertura Catalana, de los caminos más analizados. Pero el israelí logró llegar al medio juego con la típica pequeña ventaja de ese tipo de partidas. Sin embargo, el leonés estuvo a la altura de las exigencias y forzó una liquidación de piezas que le garantizaba el empate si obraba con un poco de cuidado, como de hecho ocurrió.
La lógica y la biología indican que un jugador de 55 años no debe ser capaz de rendir al máximo nivel en cuatro partidas rápidas consecutivas frente a un rival muy duro. De hecho, el propio Guélfand había reconocido la víspera que la capacidad de concentración es lo que más echa en falta a su edad. Quizá por eso, Santos empezó la tercera con el peón de rey, en busca de posiciones complejas que propiciaran un error de cálculo u olvido táctico de su veterano adversario.
Guélfand recogió el guante del reto y planteó la Variante Dragón de la Defensa Siciliana, una de las variantes de apertura más agudas y analizadas de la historia. De momento, la pelea versaba sobre quién tenía más memoria pero, como ya se ha dicho, Santos destaca mucho en ese ámbito. La 15ª jugada del español fue una novedad, desviándose de una partida de Magnus Carlsen, el número uno del mundo. El israelí no se inmutó y siguió jugando rápido, en una posición equilibrada pero muy tensa.
Sin embargo, Santos estaba donde quería ir: en un lío de cálculos complicados. Ambos fueron imprecisos en los siguientes lances: el español desperdició una oportunidad de lograr clara ventaja; y el israelí otra para mantener el equilibrio. Pero el nivel de las complicaciones no dejaba de subir, y por fin llegó el fallo del jugador más veterano, que el joven aprovechó de manera implacable. Santos estaba a medio paso de triunfar por primera vez en el gran torneo de su tierra, y el más importante de los centenares que se disputan cada año en España.
Pero ese medio paso iba a ser sumamente difícil porque fue Guélfand quien logró esta vez lo que necesitaba, en la cuarta partida: una posición con dos peones de menos pero a cambio de un tremendo ataque al rey tras sólo 18 movimientos. El israelí, desatado en su ansia de victoria, sacrificó una pieza en el vigésimo. Las máquinas decían que esa idea no era del todo correcta, pero sí era apropiada desde el punto de vista práctico porque producía una posición muy difícil de evaluar y gestionar. Los tres resultados estaban dentro de lo previsible.
Santos aceptó el regalo envenenado, dispuesto a defenderse luego con la misma precisión que había exhibido para atacar en el asalto anterior. Y acertó, porque de inmediato se vio que Guélfand se enfrentaba a un dilema odioso en esa situación: forzar el empate por repetición de jugadas o lanzarse como un kamikaze en una posición objetivamente perdedora. Optó por lo segundo, y entonces Santos no hizo la jugada que le daba ventaja decisiva. Sin embargo, el leonés tenía una carta escondida bajo la manga: su elección también ofrecía muchas probabilidades de tablas, que al cabo era lo que él necesitaba para triunfar. Guélfand entendió que ya no tenía sentido jugar al suicidio, aceptó el empate y estrechó la mano del héroe local, triunfador en León veinte años después de que, a los 8, su talento empezara a brillar en torneos infantiles.
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