Cuando Laura Delgado jugó su primer partido de rugby, era la única novata del equipo. Su entrenador simplificó la tarea: “Tú coge el balón y avanza”. Así descubrió el verbo que cambió su vida: percutir. Y la grada se dio cuenta, aclamando cada embestida: “¡Bimba!”, gritaban, con acento andaluz. Así nació el apodo que ha llevado a la capitana de España a la Premiership inglesa, la NBA del rugby femenino, la única liga profesional de mujeres del mundo. No solo reivindica el hito de ser la primera española en ganar la liga, con el Gloucester, sino su estatus, poder vivir de ello. “El rugby es mi pasión y mi trabajo”.
Esta jerezana de 33 años llegó al oval por accidente, en sentido literal. Deportista desde niña, lanzaba martillo y superó los 50 metros. Después de un entrenamiento, resbaló con la moto, cayó con la cabeza en el bordillo y se rompió el occipital. “Casi no lo cuento, menos mal que llevaba casco”. Seis meses sin hacer deporte agudizaron la curiosidad de probar un deporte colectivo. “Me ofrecieron jugar al rugby y me enamoré”. Y se sumergió en él. “Veía todos los vídeos de YouTube”. Empezó en Cádiz con un grupo escaso de unas diez jugadoras, pero no tardó en mudarse a Madrid ni en debutar con la selección.
Es pilier, la primera línea de la delantera, la más exigida en la melé. Sus ansias de mejora la llevaron a Francia, un referente en su posición. Su siguiente parada fue Filadelfia. La oportunidad inglesa llegó con un amistoso de España en Newcastle, un conjunto entrenado por Tamara Taylor, leyenda de las Red Roses —la selección inglesa—, que no la dejó marchar. Susie Appleby, seleccionadora de rugby a siete, se la llevó después a Exeter, equipo con el que rozó el título el año pasado.
Y se fue finalmente a Gloucester, un vestuario con 28 internacionales. “Nunca había vivido este nivel de entrenamiento”. En la Premiership solo pueden jugar las inglesas y las internacionales con sus selecciones, así que Bimba convive con irlandesas, escocesas, estadounidenses, sudafricanas, galesas y neozelandesas. Ella explica el músculo económico por el apoyo social. “El rugby en Inglaterra es primera potencia. Lo tenían muy claro; empezaron a profesionalizar su selección y luego la liga”. Su tarjeta de presentación fue el compromiso. “Y envalentonarme a todas las experiencias que se me han dado”.
Por eso se había recorrido antes medio mundo rumbo a Nueva Zelanda sin saber si jugaría. “Quería conocer esa cultura, jugar allí, es el país del rugby”. Fue su respuesta el pasado verano cuando España no se clasificó para el Mundial, la excusa para visitarlo. Investigó la Copa Farah Palmer, la competición de más nivel, que lleva el nombre de una leyenda de las Black Ferns —la selección nacional— y cita a combinados regionales como Hawke’s Bay. “Fueron muy amables, pero a la vez fueron muy honestos. Me dijeron que esto no es profesional y que tenían muchísimas jugadoras. Que necesitaban conocerme como persona y ver cómo encajaba en el equipo. Así que me fui para allá con una mano delante y otra detrás”. No estaba siquiera en la lista de las 50 jugadoras del entreno al que fue invitada.
Entrenar la haka
Pero aquello fue amor a primera vista. “Flipé. Juegan a divertirse, a mantener el balón en juego”. Percutir en su máxima expresión. Y se ganó una nueva cita. “Contamos contigo para el siguiente entrenamiento”. Entró en las convocatorias y jugó toda la temporada con el dorsal número 1. Pero su mayor reconocimiento no fue deportivo, sino de sus compañeras: “Queremos invitarte a que seas la primera no neozelandesa que haga la haka”.
La danza con la que los neozelandeses recuerdan a sus ancestros trasciende al rugby. Hawke’s Bay tiene a una encargada de valores que enseñó a Bimba cada gesto. “Las compañeras venían conmigo al vestuario, estaban súper volcadas. Yo las grababa, me grababa y entrenaba en casa. Para mí era un honor incluirme en su cultura”. La letra habla de la tierra, de las mujeres y de sus valores. “No sé qué trabajo hicieron conmigo, pero me sentía como una más sin haber nacido allí”. Tres semanas de preparación para una puesta en escena que dejó boquiabierta a la encargada. “Flipó”. Cuando se marchó porque dejaba el equipo, le dio una cuchara de madera y un collar que ilustra su pertenencia a la familia. “Es como una coronación”. Pero la despedida más emotiva llegó de sus compañeras, que le hicieron una haka. “Yo lloraba y lloraba…”.
Bimba volvió a Inglaterra porque el rugby es su trabajo. Y ya tiene un trofeo para toda la vida. Ahora persigue otra victoria: no ser un caso aislado. “Me encantaría que otras niñas pudieran conocer este deporte. Porque yo no tenía ni idea de rugby, pensaba que era lo mismo que el fútbol americano. Y me ha hecho muy feliz”.
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