El joven león, enjaulado durante dos horas y veintiún minutos para ser precisos, marca jerarquía juvenil y ruge en la Catedral después de otro metódico ejercicio de precisión y seriedad. Hasta ese instante liberatorio de felicidad, el Alcaraz circunspecto y sobrio, pero sumamente efectivo, superior, hegemónico en este cambio de guardia que vive la historia del tenis y que él comanda. La victoria contra su colega Holger Rune (7-6(3), 6-4 y 6-4) le convierte en el semifinalista más joven de Wimbledon desde 2007 –entonces un tal Novak Djokovic, 20 años también– y le guía hacia una estación que empieza a ser frecuente, las semifinales de un grande. Son ya tres: Nueva York y París previamente. Saborea ahora las de Wimbledon, por primera vez, aunque su rictus y su forma de ir despachando rondas revela que solo cabe un resultado para él: el título o nada. En todo caso, antes le corresponde un choque con el ruso Daniil Medvedev, verdugo del sorprendente Christopher Eubanks (6-4, 1-6, 4-6, 7-6(4) y 6-1).
“Estaba muy nervioso por jugar unos cuartos de final aquí, y más todavía por hacerlo contra Rune [seis del mundo], pero una vez que entras en la pista no hay amigos. Tienes que centrarte en ti mismo, y creo que eso lo he hecho muy bien. El grito después de ganar el primer set me ha permitido sacar todos los nervios; después, en el segundo y el tercero, he disfrutado mucho”, valora el de El Palmar, séptimo español que alcanza la penúltima ronda del major londinense tras Rafael Nadal (8), Manolo Santana (2), Andrés Gimeno, Manuel Alonso de Areyzaga, Manolo Orantes y Roberto Bautista. “Con Medvedev he jugado dos veces, creo”, añade; “una aquí hace dos años. Será muy duro, creo que su juego se adapta muy bien a la hierba, pero ahora mismo voy a disfrutar de este momento”, añade el ganador después de otra pulcrísima actuación, coronada con un magnífico rendimiento al servicio y habiendo cometido solo 13 errores.
El aficionado contempla lo que hasta hace no mucho era denominado el mañana, pero que hoy ya es un presente de rabiosa actualidad. El tenis puede respirar tranquilo. Pese a que las toneladas de carisma del triunvirato formado por Nadal, Federer y Djokovic sean seguramente insustituibles, los exponentes de la última generación garantizan un jugoso porvenir. No faltarán las emociones fuertes. La nueva página por escribir ya no está en blanco. Al virtuosismo del español le acompañan los latigazos abiertos del danés, que desde el inicio aprieta la mandíbula con tantísima fuerza, con tantas ganas, que no resultaría extraño que esas piezas dentales saltaran por los aires y se desperdigaran por el verde hechas añicos. Aun así, Rune mantiene el temple, contiene el fuego. Es eso o un extravío prácticamente garantizado.
Son unos cuartos de Wimbledon y la situación exige máximo autocontrol. Fuerzas parejas. El duelo pende de un hilo. O eso pretende transmitir. Mentira. En realidad, Alcaraz tiene un plan y lo ejecuta como el perfecto estratega, paso a paso, con sofisticación y haciendo a todo el mundo creer lo que no es. Transcurre la acción en aparente línea recta, pero entre tensión, sin terminar de romper por ningún lado; contenido porque cualquier paso en falso sobre este territorio esconde doble peaje y ninguno quiere patinar. Arremeten, pero con cabeza, sin llegar a desmelenarse. Cuerpeo constante, pero el murciano está conduciéndolo todo hacia donde más le interesa. Pese a que sean compañeros de quinta, cosecha de 2003, el número uno se abre paso hoy con la suficiencia de quien va dos o tres zancadas por delante. Él es el nuevo jefe generacional.
Fuerte con los fuertes
El falso equilibrio salta por los aires en el desempate del primer set, cuando al nórdico se le agarrota un punto el brazo y firma una doble falta de consecuencia fatal. Ahora sí, Alcaraz carga con decisión. Lo tiene, lo sabe. Jugada magistral. Poco importa que un espectador descorche el champán justo cuando él va a sacar para desnivelar, para dibujar un señor iceberg delante de las aspiraciones del danés. Proyecta un tiro combado y observa por el rabillo del ojo la indecisión, así que traza un pasante de revés que decide y libera un atronador grito del español, consciente de que la idea funciona y de que a Rune van a pesarle los instantes delicados. La secuencia se repite en la segunda manga, sin necesidad esta vez de que desemboque en el tie-break. Un garrafal error en un remate a placer, a tan solo un par de metros de la red, propicia la opción de romper y Alcaraz, claro, no perdona. Rara vez lo hace.
Tira otro estiloso pasante de revés y el iceberg de antes se transforma en un inmenso Everest para el rival, tocado pero en pie. No desiste Rune, pero no hay vuelta de hoja. Ha ido elevando progresivamente el nivel el murciano en este trazado por el grande británico, de menos a más, sin ofrecer demasiadas pistas y sí más certezas cada vez. Metió un punto más de gas en la escala previa contra Matteo Berrettini y ante el tramo final de la ascensión se crece, como si lo tuviera todo milimétricamente calculado. En un perfil más moderado, con la humildad del buen advenedizo, no transmite las habituales muestras de expresividad, como si no quisiera desperdiciar una gota de vigor; no hay dedo a la oreja, no hay arenga a la grada. Tampoco carreras estériles. Simple y llanamente, Alcaraz impone su corrosivo proceder y profundiza hacia el tramo goloso del torneo, afianzado y dominante.
Aunque el italiano y previamente el chileno Nicolás Jarry le arañasen sendos parciales, sigue demostrando ser fuerte con los fuertes –superior en seis de los siete últimos pulsos con tenistas del top-10– y el viernes se enfrentará a un enigma llamado Medvedev; precisamente, el hombre que le apeó de su primera experiencia en Londres, hace dos años en la segunda ronda. Entonces, el español todavía era un prometedor proyecto de la exuberante figura que ya es hoy, traducido el presente en un mano a mano entre él y el serbio Novak Djokovic. Uno u otro, se dice. Firmes los dos. Se desconoce, en cualquier caso, por dónde puede salir el viernes el ruso, experto en cemento –aunque zarandeado en la final de Indian Wells disputada por ambos en marzo– y alérgico a la tierra, sin haber emitido antes señales reveladoras sobre el césped. En cualquier caso, mucho tendrá que proponer Medvedev porque hoy por hoy, el que tiene la sartén por el mango (Nole mediante, siempre) es el hambriento Alcaraz. Sin discusión.
Puedes seguir a EL PAÍS Deportes en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.