De Lamine Yamal dice alguna gente que a su edad debería estar estudiando en lugar de dar patadas a un balón. Yo me pregunto qué culpa tendrá el balón de las frustraciones personales de cada uno. O todos esos profesores y jefes de estudios que este mismo martes se entretenían viendo el partido y no pudieron evitar el impulso de subirse a la silla para celebrar la finta demoledora con la que el adolescente de moda certificó la defunción figurada de Sergio Reguilón. “Eso no está bien”, diría alguno de ellos. La profesión, como las procesiones, también va por dentro.
El fútbol es terreno abonado para las frases hechas, en especial cuando aparece algún talento extraterrestre tratando de dinamitar las conversaciones. La lengua pide calma, paciencia, pero el cuerpo quiere mambo, y con Yamal se te van los pies al compás de una música que no suena encorsetada, tampoco improvisada. La técnica es depuradísima en él, como la Fuerza, por lo que intuir habilidades de Jedi no tiene mayor mérito que el de intentar no negarlo. Solo tiene 16 años, cierto. Pero en apenas un par de amistosos ya ha hecho más por el arte y el fútbol que algunos aguerridos veteranos con varias válvulas y ADN ajeno impregnando la puntera de sus botas.
El problema es sideral para un Xavi Hernández que prefiere berlinas de segunda mano, bien revisadas y acondicionadas a su medida, que es la de un Barça parco en brillos y reticente en las oportunidades con los más jóvenes. Solo la economía de guerra catapulta al talento desde las categorías inferiores a un primer equipo absolutamente desconectado de la base, puede que hasta de los principios. Araujo, Balde y Gavi derribaron la puerta en ausencia de fichajes lustrosos que llenaran portadas y cerrasen bocas, el sueño de un entrenador sin audacia. “Con la marcha de Dembélé habrá que reforzarse”, dijo el de Terrassa nada más terminar el Gamper. Cabría preguntarse cuántos equipos en el mundo son capaces de ningunear así a Ansu Fati, Abde, Ferrán Torres o el propio Lamine Yamal.
Supongo que entender a Xavi en sus peticiones tiene algo —o mucho— que ver con la edad adulta, con eso que algunos identifican como sentido común. No se debe jugar con la carrera del muchacho, cierto. O de los muchachos, que el uno es adolescente, pero los otros no andan muy por encima de los 20 años. Al lado del míster se alinean quienes han visto esta película muchas veces: la de un joven talentoso que se corrompe por el éxito temprano y acaba vendiendo batidos proteicos en sus redes sociales. Pero, ¿y si por una vez asistimos en directo al nacimiento de una verdadera y poderosa estrella? ¿Por qué en otros deportes sí admitimos la eclosión del adolescente y en el fútbol vivimos en directo con el freno de mano bien echado?
A veces, un entrenador solo tiene que elegir entre su propia supervivencia o el cielo. El Barça propuesto por Xavi es, en origen, un equipo robotizado que solo emociona cuando algún efebo barbilampiño salta al campo y lo deja todo perdido con tiza de colores. Comprendemos sus temores, incluso compartimos algunas de sus inquietudes. Pero que nadie trate de convencernos de que lo mejor para un futbolista joven es no jugar. Y aburrirse, tanto como esos asistentes que ya solo saben mirar los partidos a través de una App y, si algo sale mal, preguntar al Solucionador de problemas de Windows.
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