A las pocas horas de conocerse el encierro de Doña Ángeles en la iglesia de la Divina Pastora de Motril, dos primas de su hijo atendían a los medios de comunicación visiblemente contrariadas con todo lo ocurrido en las últimas semanas. “Queremos que Jenni diga la verdad”, exigió Vanesa Ruiz en varias ocasiones. “Pero vamos a ver, ¿estamos tontos o qué?”, se preguntaba una indignadísima Demelza Mejías, que parecía no terminar de comprender qué era eso tan grave que había hecho el primo Luis. Un poco más tarde y entre gran revuelo mediático, llegaban a la citada capilla un médico y la policía: Doña Ángeles llevaba cuatro horas en declarada huelga de hambre y el resto del país comenzaba a preocuparse.
Que el suspendido presidente de la RFEF haría servir a su familia como primer escudo de contención se intuía casi desde el mismo momento en que, con voz afectada de telenovela turca, se dirigió a sus dos hijas para nombrarlas representantes casi únicas del feminismo verdadero. “Vosotras sí que sois feministas”, les dijo en aquel esperpento asambleario donde tantísima gente se levantó para aplaudir su soflama. Algunos de los más generosos en el esfuerzo, ahora lo sabemos, aprovecharon el momento para tomarle las medidas al propio Rubiales y poder así enterrarlo sin grandes dramas al primer pescozón de verdad, que llegó con sello de la FIFA: así funcionan las cosas allá donde se juegue con dinero, poder y otras cosas del comer.
Ese sálvese quien pueda debió dejar muy descolocado a un Rubiales que no se esperaría tan rápida y furibunda reacción de quienes, apenas unas horas antes, comían de su mano y Dios quiera que no le pusieran morritos. Por retirar, le retiraron hasta el teléfono y el ordenador, espero que con tiempo suficiente para borrar todas las cookies y las búsquedas del historial. Traicionado y arrinconado, Rubiales apenas encontró en su huida hacia delante a la familia —que siempre está ahí, o al menos lo está de momento— y a toda una serie de periodistas, analistas, opinadores, agotadores, influencers, aspirantes, fresqueros y pequeños trols de internet que se sintieron interpelados por el ataque frontal del primo Luis al feminismo militante.
El manual se lo conocen al dedillo, casi se podría decir que lo inventaron ellos: poner el foco sobre la víctima, dudar de su palabra, de sus motivaciones para denunciar, y cuestionar todo aquello que tenga que ver con la normalidad de una vida cualquiera, lo mismo una sonrisa que una foto en bañador. El vídeo de Jenni Hermoso enviado a la FIFA y filtrado a todos los medios es un claro ejemplo de esto, amén de una torpeza muy al estilo de Willy el Coyote en su caza imposible del Correcaminos: la piedra siempre termina cayendo sobre su cabeza, pero a él solo se le ocurre lanzar una piedra todavía más grande.
Mezclar a su propia familia con personajes tan inestables como los utilizados en la difusión de dicho vídeo, todos ellos agitadores habituales de la ultraderecha y algún que otro conservador muy despistado, no es más que una clara muestra de desesperación. La última baza se juega en el imaginario colectivo de todos esos hombres que, pasados unos días, también se sienten víctimas de Jenni Hermoso. “¿Qué debemos hacer después de esto?”, se pregunta un conocido presentador de televisión visiblemente azorado porque, de repente, no sabe si debe tratar a las mujeres con respeto o con ajuste a la tradición machista. Echa uno cuentas y, al final, no llegan las iglesias.
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