Alexia Putellas nunca quiso ser un referente. Ni acabar convertida en una activista. “Es la gente la que te pone en ese lugar”, le contaba a Juan Irigoyen el pasado marzo. Antes del tsunami que tú ya sabes. Ella solo quería jugar a fútbol. Jugar en el Barça, a ser posible. Ganar. Ser mejor cada día. Ser la mejor. Sus objetivos, claro, como nos pasa a todos, han ido modulándose con el paso de los años. Y, a medida que cumplía unos, iba visualizando otros. Hasta que acabó convertida en La Reina. Y como toda buena historia que se precie, dejó de reinar, tocó fondo y con mucho trabajo y sacrificio persigue hoy de nuevo la corona. Que es redonda y de oro.
Su drama llegó en forma de lesión, como llegan las tormentas perfectas a las vidas de los deportistas. Y su personaje adquirió cientos de matices cuando todavía inmersa en esa lucha interna, tuvo que levantar la voz por una compañera. Y enrolarse en otra batalla por la que llevaba años peleando en la sombra. Que nadie gana nada sin apoyos, sin dinero, sin una estructura mínima. “No me gusta hablar por hablar. Si hago algo es porque me inquieta”, le decía en aquella misma entrevista al redactor, sin saber la que se le venía encima. Inquietud es lo mínimo que la futbolista sintió este verano, después de ganar la Copa del Mundo.
Y hoy, hablado ya todo lo que tenía que hablar, dicho ante los micrófonos todo aquello que tenía que decir en voz alta —”Quien no nos entiende es que no quiere entendernos”, dijo. Y olé, digo yo—, se concentra en ser, de nuevo, la mejor.
Y qué gusto da volver a hablar de fútbol. Que después de tanto ruido podamos pensar en cómo estará adaptándose esta mujer que lo ha ganado todo a una nueva posición en el campo. Imaginarse cómo convierte su vida ya monacal en un martirio futbolero para recuperar el tono y la finura porque no quiere que nadie la vuelva a bajar del trono. Menos si ese alguien se llama Aitana y juega en su mismo equipo, de modo que comparten los éxitos colectivos, esos que hacen sacar brillo a los éxitos individuales. La competencia está en casa. Bendito marrón tiene Jonatan Giráldez. Y menudo problema tiene el Barcelona, ahora ya sin Markel Zubizarreta, que necesita trabajar a destajo en los despachos y maquinar cómo convencer a futbolistas de la talla de Alexia o de Mapi León para quedarse en un club que está en una economía de guerra.
Y no todo es el dinero. O eso se dice. Porque lo cierto es que con dinero se solucionan muchos problemas. En la vida y en el césped. “Firmé porque aceptaron todo lo que les propuse”, explica hoy Juan Carlos Amorós, ese entrenador español convertido en el mejor técnico de la Liga estadounidense, ganador además del campeonato. Lo logró con un equipo con varios nombres españoles, desde el cuerpo técnico hasta la delantera, una Esther González que goza en Nueva York del reconocimiento y la vida que no tuvo en sus últimos meses en Madrid. Lo consiguió, también, con dinero, claro. Ese que no temió invertir el Gotham para pasar de ser uno más a ser el campeón de la que es, todavía, la mejor Liga del mundo, con salarios más que dignos, y visibilidad.
Si el fútbol español que consiguió en los últimos años triunfar en Europa con el Barcelona de Putellas y en el mundo con la selección de Bonmatí quiere defender su estatus necesitará de un mayor músculo económico. Ahora que volvemos a hablar solo de deporte, recordémonos que el éxito nunca viene solo.
Puedes seguir a EL PAÍS Deportes en Facebook y X, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Suscríbete para seguir leyendo
Lee sin límites
_