El Tour del famoso duelo Pogacar-Vingegaard, y Evenepoel, estrella invitada, regresa a la Bonette Restefond, donde Bahamontes ganó dos veces y donde Indurain reinó en el Tour de 1993. Puede que el Tour se muera definitivamente o se revolucione en su ascensión después de haber abordado antes otro gigante (Vars, 2.109 metros) o en su descenso hacia la última ascensión, Isola 2000 (2.124m) en la primera y casi única gran etapa alpina, pero también es el lugar en el que John Lee Augustyn pasó a la historia. También él es ciclismo.
La Bonette Restefond es una rareza en la que un ciclista creyó morir. Una pirámide de gravilla oscura que se alza hasta los 2.802 metros en el Mercantour, el parque nacional de los Alpes del Sur fronterizo con Italia. Nada vez coronarla en primera posición la última vez que el Tour la ascendió, en 2008, Augustyn debió, como todos, darle la vuelta al pico, el bonete de la montaña, por la llamada Cima de la Bonette, una carreterita mínima y estrecha, que lo rodea como una corbata a un cuello, y cuando empezaba a descender, no sabe cómo, se despistó. Miró para atrás, giró la bici. “Me alcanzaron de nuevo y creo que lo que pasó es que, en una de las curvas, estaba mirando dónde volver a la línea, y simplemente iba demasiado rápido y en la línea equivocada. Había una pequeña cosa de arena y simplemente la golpeé y me pasé. Pero al caer, no vi nada. Vi el cielo. Todo lo que recordaba era como nada y fue como, ok, salud, fue un placer conocerte…”, le relata para la ITV 16 años después al periodista británico Matt Rendell. A la vista de todo el mundo, transmitido en directo desde la cima del Tour, el escuálido ciclista sudafricano se deslizó metros y metros por la ladera empinadísima. Parecía imposible que pudiera detenerse. El mundo contuvo la respiración angustiado. “Pero, de repente, me encontré de manos y rodillas clavado en la pizarra y yo estaba como, oh, todavía estoy bien y no pasó nada…”
Augustyn era un chavalín de 21 años, hijo de ciclista aventurero en Port Elizabeth. De adolescente, ganó casi todas las carreras en las que participó en su país. Invirtió el dinero del premio en un billete a Europa, donde participó en la versión junior de la Lieja-Bastogne-Lieja y terminó tercero. En 2007, se unió al Barloworld y se convirtió en compañero de equipo de Steve Cummings, Geraint Thomas y Chris Froome, entre otros. Al año siguiente, John Lee, de 21 años, y Froome, de 22, iniciaron su primer Tour de Francia. “Fue una carrera de desgaste y en la tercera semana el equipo sólo contaba con un puñado de corredores. Estábamos sentados en el autobús y el manager, Claudio Corti, nos soltó eso de, chicos, necesitamos cobertura televisiva, que el patrocinador salga ahí fuera. Y recuerdo al director, Tebaldi, en la radio. “John”, en italiano, “cuando estéis listos, tenéis que iros”. “Y yo giraba el cuello y miraba arriba y no veía nada. “¿Dónde está la cima de esta subida? En realidad tenía ganas de bajarme de la bicicleta. Era tan empinada. Por favor, que termine. Y por favor, que el descenso de unos 20 minutos hasta la línea de meta se me haga muy rápido, de verdad. Pero seguí empujando, con la cámara en la cara. Ahora no puedo parar, el mundo entero lo está viendo”.
Después de gatear de nuevo hasta la carretera, John Lee cogió una bici de repuesto y llegó a la meta. Sin embargo, aunque él no lo sabía en ese momento, el sudafricano ya padecía la enfermedad que acabaría con su carrera, resultado de un cuello de fémur diferente. Fue en el Team Sky, la formación más grande y ambiciosa del mundo, donde finalmente se le diagnosticó la necrosis avascular, que llevaba carcomiéndole la articulación de la cadera desde 2007. Y en 2014, una carrera que había prometido tanto llegó a su fin prematuramente. Ahora trabaja como guía de cicloturismo para millonarios en Italia, donde había comenzado su aventura europea.
Los que se jueguen el Tour en la traca final del fin de semana lo harán en territorio Pogacar, residente en la vecina Montecarlo: en Isola 2000 se concentró y entrenó el calor antes del Tour; el sábado, la montaña alrededor de Niza, con el col de La Couillole, es el jardín en el que se entrena a diario; el domingo, más patio del esloveno, la contrarreloj del Turini y el col d’Éze hasta Niza. “Es una ventaja correr en casa”, dice el líder, que anima a Evenepoel a atacar a Vingegaard –”si yo fuera él lo haría”, dice—y que cree que estaría bien ganar una o dos etapas. “Será bueno para la moral del equipo. La mejor defensa es un buen ataque”. Ninguno atacará solo para mostrar su maillot en la tele. Toman cetonas para aumentar su EPO de manera natural; respiran monóxido en mínimas dosis para aumentar su hemoglobina y adaptarse mejor a la altura. Son hijos de programas perfectamente diseñados y del cálculo, pero les domina el corazón excesivo de todos los campeones. El sentimiento y el orgullo.
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