El lunes seguían agitadas las aguas del lago de Zúrich, aún estremecidas, como la memoria de los testigos, por la belleza y la desmesura de la última obra maestra de Tadej Pogacar, la absoluta, la locura genial que le llevó al arcoíris. La mayor apreciación admirativa, boca abierta sin envidias, solo maravillamiento, llegó de Eddy Merckx, monarca absoluto de la historia, la referencia con la que solo Pogacar se mide, la única con la que solo le podemos medir. “Está claro que Pogacar ya me ha superado”, reconoció el Caníbal a Philippe Le Gars en L’Équipe. “Ya lo empecé a pensar viendo lo que hizo en el Tour [seis victorias de etapa y una exhibición única de superioridad sobre los mejores ciclistas del mundo], pero, visto lo de Zúrich, ya no tengo la menor duda. Yo nunca llegué a atacar a 100 kilómetros de la meta en un Mundial…”
Y el elogio de Merckx no hace sino condenar al querubín esloveno, rubito, casi imberbe, con espinillas y 26 años, a convertirse él en la referencia para todos. “La historia es ahora él, Pogacar”, proclama Alexander Roos, el cronista del diario francés, y solo los números, interpretables siempre, pues responden a diferentes épocas, y no reflejan más que las victorias, no el estilo, la manera, la belleza, pueden hacer pensar lo contrario.
Pero los números están y generan obsesiones a veces deprimentes, como la que creció dentro del joven Tiger Woods, que tenía clavada en la pared de su dormitorio la lista de los 18 majors de Jack Nicklaus, el Eddy Merckx del golf (seis Masters, cinco PGAs, cuatro US Open, tres Open, para ir poniéndoles una cruz con sus propias victorias, y, y todo el mundo le jaleaba y le ayudaba en la contabilidad, Woods se quedó en 15 (cinco Masters, cuatro PGAs, tres US Open y tres Open). Y ese juego también genera en la afición una dinámica de lista de la compra en la que también Pogacar, el Tiger Woods del ciclismo, participa a su pesar. “Cuando gano algo”, le decía hace unos días al científico Peter Attia en su pódcast sobre alto rendimiento, “no puedo estar pensando en cuánto me falta para igualar a Merckx porque entonces no lo disfruto, y, además, nunca se sabe cuál será la última victoria… Pero quiero ganar los cinco monumentos, y me faltan París-Roubaix y San Remo. San Remo es la que me va a mandar a la tumba, tengo el presentimiento. Probablemente, voy a morir en el intento. Me estoy acercando mucho [en cuatro participaciones en la Classicissima, que Merckx ganó siete veces, ha quedado tercero, cuarto, quinto y 12º], pero aún estoy muy lejos, es increíble. Pero para que quede claro, es un objetivo. Y luego ya veremos si hay sitio para Roubaix o no. Y, por supuesto, la Vuelta. Fue mi primera gran vuelta, en 2019, a los 20 años, y fui tercero. El podio fue un gran avance para mí con tres etapas, el maillot blanco, y quiero volver y sellar el acuerdo con el maillot rojo, seguro”.
Pogacar no regresó a la Vuelta porque hasta este 2024 solo corría una carrera de tres semanas al año. En 2024 corrió y ganó Giro y Tour, y, quizás, si no hubiera puesto por delante el Mundial podría hasta haber intentado ganar también la Vuelta, una asignatura que deja para 2025, después del Tour.
Merckx es el campeón de las 445 victorias en una carrera que se extendió 13 temporadas, de 1965 a 1977, aunque 158 de aquellas victorias corresponden a critériums y kermeses de pueblo. Para conseguirlas, el belga, como los ciclistas de la época, alcanzaba hasta los 151 días de competición al año (y sin contar los meses de invierno dedicados a las pruebas de Seis Días en el velódromo). En toda su carrera llevó un dorsal durante 1.617 días, una media de 124 días de competición al año y 22 victorias, una por cada seis días.
Pogacar, representante de la época en la que los días de competición se han reducido a cambio de entrenamientos en grupo y concentraciones en altitud, ha disputado en sus seis años en el WorldTour 323 días de competición, a 54 por temporada, en los que ha conseguido ya 86 victorias (14 por año, pero este año son 23 y aún le queda por correr el trío italiano de otoño: Tres Valles Varesinos, Emilia y Lombardía), una por cada cuatro días con dorsal.
Cinco Tours, cinco Giros, tres Mundiales, siete San Remo, récord de la hora, cinco Liejas, dos Flandes, tres Roubaix, dos Lombardías y una Vuelta, son las grandes victorias de Merckx, a las que Pogacar opone, tres Tours, un Giro, dos Liejas, un Flandes y tres Lombardías. Merckx está en todos los subconjuntos de los grandes campeones de la historia, clubes de los que Pogacar acabará siendo socio seguramente: con Alfredo Binda, Fausto Coppi y Bernard Hinault, los cuatro pentacampeones de alguna grande que han ganado al menos un Mundial; con Rick van Steenbergen, Binda, Óscar Freire y Peter Sagan, con los que han ganado tres Mundiales; con Jacques Anquetil, Felice Gimondi, Hinault, Alberto Contador y Vincenzo Nibali, con los que han ganado las tres grandes al menos una vez, y con Coppi, Anquetil e Indurain, el grupo de los grandes campeones que han batido el récord de la hora.
“Ah, el récord de la hora”, le dice Pogacar al fisiólogo Attia de un desafío que Eddy Merckx afrontó en 1972 en el velódromo olímpico de Ciudad de México con una bici de geometría tradicional y neumáticos hinchados con helio, “Nunca más volveré a intentarlo”, dijo el belga después de dejar el récord mundial en 49,431 kilómetros. “He sufrido más que nunca en mi vida”. “Pensé mucho en intentarlo en su momento”, añade Pogacar, “pero hace dos años llegó Filippo Ganna y lo dejó en 56,792 kilómetros, y creo que es mucho para mí. Creo que me falta constancia, no logro ser muy regular con la bici de contrarreloj”. Y como él piensa su equipo de fisiólogos, que creen que el récord de la hora es cuestión de muchos vatios absolutos (550 vatios movió Indurain durante 60 minutos, un absoluto), de mucho tamaño, de algo de aerodinamismo y de mucha técnica en el velódromo. Asignaturas que el genio de Pogacar, su arte único, aún no domina.