El aire pesado y húmedo en la llanura de vastas praderas y pantanos entre Texas y Luisiana invita a la pereza. Un pecado imposible en Port Arthur, uno de los enclaves principales en esta zona cero de la energía de EE UU. La localidad transmite un ambiente de ciudad de nueva frontera: excavadoras aquí, grúas allá, flamantes barrios enteros, escuelas por construir, infraestructuras en marcha. La oferta de empleo es insaciable: no se cubren todos los puestos en oferta. El flujo de nuevos trabajadores ha agotado las viviendas disponibles; los alojamientos prefabricados están a la orden del día. Una moderna fiebre del oro ha sacudido a este núcleo energético: la desatada por el gas natural licuado (GNL), el más reciente maná para el sector de los hidrocarburos.
“El GNL es un pilar extremadamente importante de nuestra economía”, asegura el juez del distrito, Jeff Brannick. “Con la ampliación de sus plantas y otras, nuestra industria química ya tiene 36 marcas que suministran productos a prácticamente todo el sector de consumo estadounidense”.
Hasta hace diez años, esta industria era casi inexistente en Estados Unidos. Solo cuando los avances tecnológicos le permitieron explotar sus abundantes reservas de gas de esquisto en Texas se convirtió en productor. A lo grande. Ya dispone de siete grandes plantas de licuefacción, que exportan 13.000 millones de pies cúbicos diarios. Este año adelantará a Australia y Qatar para convertirse en el mayor suministrador mundial. Y, con toda una serie de nuevos proyectos en cartera, planea afianzarse en la pole position, con una ventaja cada vez mayor frente al resto.
El negocio del GNL, una modalidad que congela el gas natural para licuarlo y permitir su transporte en barco, se ha disparado en todo el planeta. El año pasado, con los precios por las nubes, se importaron 409 millones de toneladas, frente a los 386,5 millones de 2021. La guerra en Ucrania fue el principal factor: privada del gas ruso barato al que se había acostumbrado, Europa se lanzó a comprar este producto a diestro y siniestro para llenar sus reservas y se convirtió en el principal importador del mundo: el 40% del gas que consumió en 2022 fue de ese tipo, que viaja por barco en estado congelado.
Es un bien caro, complicado logísticamente y dañino para el medio ambiente. Pero sus defensores argumentan que su distribución está menos sujeta a vaivenes geopolíticos. Al menos, para Occidente: el presidente de EE UU, Joe Biden, garantizó el suministro a la UE y el Reino Unido, mientras países como Bangladés o Pakistán vieron cancelar sus contratos en favor de Europa el año pasado. Además, alegan sus partidarios, el gas es un buen comodín mientras se emprende el largo camino hacia el cambio energético y la neutralidad de carbono.
“Es la solución perfecta porque es limpia, su disponibilidad se puede aumentar o reducir con rapidez de acuerdo con las necesidades, algo que las renovables que dependen de las condiciones meteorológicas no pueden hacer con tanta facilidad”, presume Corey Grindal, jefe de operaciones de Cheniere, la principal productora estadounidense.
La demanda de este producto, auguran los expertos, va a continuar creciendo, alentada por unos precios más moderados este año, una Europa que aún necesita esa fuente de energía y una Asia que recupera el tono de su actividad económica.
Las ambiciones estadounidenses quedan patentes en Port Arthur y sus alrededores, uno de los grandes núcleos de producción estadounidense de GNL y lugar clave para las aspiraciones de este país de liderazgo en el sector. Ya se ha instalado allí GoldenPass, una joint venture estadounidense-catarí que producirá 18 millones de toneladas de gas al año a partir del año próximo, cuando espera entrar en funcionamiento.
A pocos kilómetros, Sabine Pass es un hervidero de actividad. Un buque, Pavillion Aranda, llena sus depósitos de gas licuado. Otro, el Esther Spirit, baja hacia el mar con toda la carga que le permite el calado del canal; a su entrada en las aguas profundas del golfo se aprovisionará del resto. Un tercer carguero sube hacia el norte, vacío, para esperar su turno. Cada año pasan por este canal 1.830 buques con LNG, según las cifras de la autoridad portuaria. Cada uno de estos buques puede cubrir las necesidades de calefacción de 43.000 hogares estadounidenses durante un año, según el Departamento de Energía.
Inversiones para crecer
Sabine Pass, que comunica el lago Sabine con el golfo de México, acoge la mayor planta de producción de GNL de Estados Unidos y la segunda más grande del mundo. Un mastodonte de cuatro gasoductos y seis trenes de licuefacción, cada uno del tamaño de una terminal de aeropuerto pequeña y que producen en total 30 millones de toneladas cúbicas de gas al año. Promete crecer: Cheniere, su propietaria, planea una ampliación ya en sus últimas fases preparatorias que aumentará la fabricación a cincuenta millones de toneladas en 2029.
El de Cheniere es solo uno de los grandes proyectos de expansión que prevé el sector en EE UU. Sempra Energy aspira a construir otra planta en Port Arthur; Venture Global ha dado luz verde a la primera fase de sus instalaciones en Plaquemines, en Luisiana, y sigue adelante con los preparativos para la segunda para un proyecto de 20 millones de toneladas al año. Desde el año pasado, proyectos por un valor total de 40.000 millones de dólares han entrado en la fase definitiva de inversión. Para 2027, la producción podría sumar 125 millones de toneladas más por año. Sería un salto del 70% con respecto a la actual y aproximadamente la cuarta parte del consumo de la UE en 2022.
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce y algunas voces piden precaución: no todos los proyectos que se presentan acabarán haciéndose realidad. Una parte fundamental del proceso pasa por obtener los contratos de venta de gas a largo plazo —15, 20 años mínimo— necesarios para garantizar la viabilidad de las nuevas instalaciones y, con ella, recibir financiación.
Es una meta más fácil para las grandes compañías que para las start-ups. Cheniere anunciaba la semana pasada la firma de un acuerdo con la noruega Equinor para el suministro de 1,75 millones de toneladas anuales durante 15 años, un paso más hacia la ampliación de Sabine Pass. En cambio, Tellurian, fundada por el padre del GNL en Estados Unidos, Charif Shoukri, se ha visto obligada a poner terrenos a la venta después de perder varios contratos.
La incógnita de la demanda futura
También es posible que la demanda crezca por debajo de la gigantesca oferta que está en camino. Además de EE UU, Australia, Qatar y otros países también prevén inversiones faraónicas y flamantes instalaciones. Para 2027 se producirán en todo el mundo 80 millones de toneladas métricas más por año, según el Instituto de Economía Energética y Análisis Financiero (IEEFA, por sus siglas en inglés). “Hay fuertes razones para pensar que el mercado global simplemente no puede absorber tantos suministros tan rápidamente”, apunta el IEEFA en un comentario.
Entre otros motivos, este centro de estudios ha venido apuntando que el apetito desmesurado de Europa por el GNL puede caer en los próximos años, dada su hoja de ruta para la transición energética, que le obliga a reducir su consumo de gas. En Asia, las fluctuaciones en los precios y los cambios en los contratos han llevado a países emergentes como Pakistán o Bangladesh a anunciar nuevos proyectos de generación de electricidad mediante carbón, un combustible mucho más contaminante.
Otros son más escépticos sobre estas previsiones. “Quizá la demanda europea caiga en 10, 15 o 20 años, a medida que otros proyectos de generación de energía se ponen en marcha. Pero a corto plazo, la demanda de GNL estadounidense en Europa será bastante similar a la que ha sido en los últimos 18 meses”, predice Selby Bush Lilley, vicepresidenta regional de Sempra Infraestructure, operadora, entre otros, de la planta Port Arthur GNL.
La propia ciudad de Houston, a dos horas de carretera de Port Arthur, es un ejemplo de aquello de “en casa del herrero, cuchillo de palo”. Tras seis grandes inundaciones en cinco años, este gran núcleo del sector de la energía en EE UU puso en marcha en 2020 un plan de acción para fomentar el uso de energías renovables y reducir en un 40% su huella de carbono para 2030. Todos los edificios municipales se alimentan ahora de energía renovable.
“Si se puede hacer en Houston, la capital mundial en la energía, se puede hacer en cualquier parte”, declaraba la semana pasada el alcalde de la ciudad, Sylvester Turner, a un grupo de periodistas extranjeros. “No ha sido fácil, pero a veces la madre naturaleza tiene maneras de convencer hasta a aquellos que no quieren ver las cosas”, subrayaba, en alusión a aquellas inundaciones.
El futuro, en Asia
La industria, por su parte, replica que el sector aún cuenta con mucho recorrido, en tanto las renovables alcanzan madurez. El futuro del GNL, asegura, no se encuentra en Europa, sino en una Asia donde reside la mitad de la humanidad y cuyas necesidades de energía van a seguir en aumento en el futuro previsible.
“El gas natural probablemente continuará en el sistema energético durante décadas”, apunta Kenneth III, de la Universidad Rice en Houston. “Aunque las nuevas tecnologías ofrezcan opciones competitivas para los servicios que el gas natural aporta, se necesita tiempo para desarrollar las cadenas de suministro y las infraestructuras que hacen falta para desplazar al gas natural de sus usos actuales. Además, si se reduce la demanda de gas natural, bajará su precio, lo que desalentará una rápida destrucción de la demanda”.
En Port Arthur, mientras tanto, continúa la actividad febril. “Nosotros seguiremos produciendo. No se puede cambiar de repente y de la noche a la mañana dejar los combustibles fósiles. Es algo que dependerá del mercado y, evidentemente, las políticas federales tendrán un impacto en lo rápido que se haga la transición energética. Pero para mantener la vitalidad económica de Estados Unidos y para continuar el suministro a otros países, vamos a tener que seguir haciendo lo que veníamos haciendo durante una larga temporada”, sostiene el juez Brannick.
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