Unos chavales montan una empresa en un garaje y enseguida la cosa crece hasta convertirse en una multinacional. Ese éxito basado en el esfuerzo y el talento es el mito del emprendedor, y está al alcance de cualquier que tenga los suficientes arrestos. Paula Solanas (Barcelona, 29 años) investiga en su nuevo libro, El club de los unicornios (Península), cómo hemos importado esa idea, propia de Silicon Valley, y la hemos integrado en el ecosistema español. Lo hace a través del estudio de cuatro empresas: Glovo, Cabify, Idealista y Jobandtalent. Sin obviar el lado oscuro de algunas de estas compañías, sobre todo en cuanto a las condiciones laborales. “Son modelos que en muchas ocasiones acaban teniendo desencuentros con la ley o generando precariedad”, dice la autora, “además, envuelven en un aura de modernidad las posturas que tendría cualquier patronal clásica”.
Pregunta. ¿Existen los unicornios?
Respuesta. En el mundo de los negocios, sí. Se trata de esas empresas jóvenes y prometedoras que sin haber salido a bolsa son valoradas por sus inversores en 1.000 millones de dólares. Ahora eso casi da risa, porque hay superunicornios cuyo valor se calcula en 100.000 millones. Se llamaron unicornios porque era algo como mitológico, que parecía imposible. Pero existen.
P. ¿El mito del emprendedor es una patraña?
R. No sé si patraña. Un emprendedor es simplemente cómo llamamos ahora a un empresario. Pero quizás le hemos dado una épica exagerada y se ha fomentado la idea de que no podemos poner puertas al campo y de que todo lo tecnológico tiene que ir hacia adelante a cualquier precio. Muchos empresarios multimillonarios se han convertido en iconos.
P. Se promueve el pensamiento positivo. Y el culto al fracaso.
R. Sí, ese pensamiento Mr. Wonderful, ese mensaje positivo de superar todos los obstáculos echándole muchas horas porque todo el equipo va a una, como una familia, con una implicación total del trabajador.
P. Y las ideas de desregulación y casi determinismo tecnológico: la tecnología tiene que avanzar libre porque siempre significa progreso.
R. Es un marco mental que consiste en creer que el Estado burocrático y las regulaciones limitan las ideas de negocio y no dejan llevar su tecnología hasta donde querrían. En las primeras empresas de Silicon Valley esto se tenía por un pensamiento revolucionario, contra lo establecido, aunque ahora nos parezca muy propio del establishment económico de corte liberal. Además, tampoco hay que confundir la crítica de esos modelos con estar en contra de la tecnología. Lo importante es cómo se hacen las cosas. Lo estamos viendo con la Inteligencia Artificial.
P. Antes el empresario se caricaturizaba con chistera y puro, ahora son jóvenes hipsters de aspecto inofensivo.
R. La estética del emprendedor ha dado un giro. También en la forma de hablar, de vestir, con sudadera, tejanos y skate (aunque se tenga 40 años), y que se va de fiesta con la gente de la oficina. También ayuda a que hagamos esa distinción. Son empresas que cuidan mucho la imagen que proyectan.
P. Algunas de estas empresas son conocidas por sus malas condiciones laborales. ¿En qué consisten?
R. En Cabify hay jornadas largas, grandes presiones por parte de las flotas de coches que trabajan para la plataforma para llegar a ciertos objetivos de facturación: no es tan laxo y libre como se prometía. En cuanto a Glovo, es conocida por acumular millones en sanciones por operar con falsos autónomos y resistirse a contratar a todos sus trabajadores. Los trabajadores de plataforma, en general, sufren mucha ansiedad: algunos me contaron que sueñan con las alertas que les llegan al móvil con encargos.
P. ¿Qué nos anima a pedir tantas cosas por Glovo?
R. Dice el periodista Héctor García Barnes que es una forma de subcontratar nuestros marrones. Aunque lo tengamos que pagar, porque más barato sería bajar nosotros mismos al supermercado. Lo de pedir comida a domicilio, en realidad, ya estaba inventado, pero lo han optimizado gracias a la tecnología.
Cómo sentirse un poco jefe
P. ¿Por qué seguimos siendo clientes de plataformas de las que se conocen malas prácticas?
R. Supongo que no somos inmunes a sus estrategias de marketing. Y es que nos hacen la vida más fácil. Además, podemos sentirnos un poco jefes contratando a alguien que nos gestione alguna cosa. Si queremos optar por el consumo responsable, como indico al final del libro, cada vez van surgiendo más opciones.
P. ¿Idealista?
R. La objeción que se le puede hacer, a este y otros portales inmobiliarios, es que generan una expectativa de precio en los propietarios que no es real, porque el precio que se anuncia es de oferta, no el precio al que se terminan pactando las ventas o alquileres. Se ha propuesto que haya otras plataformas donde los inquilinos puedan tener más información sobre las condiciones en los que están los pisos o sobre los abusos de los caseros. Eso haría la situación más equilibrada, porque ahora la posición de fuerza la tiene el propietario.
P. El fundador de Idealista, Jesús Encinar, ha tenido posiciones muy firmes en cuanto a los asuntos de la vivienda.
R. Sí, ha sido bastante combativo defendiendo posturas neoliberales y criticando algunas regulaciones. Ha sido muy crítico con la ocupación, un asunto en el que se ha generado mucho discurso del miedo, cuando antes se ponía el foco en el problema de las familias para acceder a la vivienda o en el drama de los desahucios. Los dos hermanos Encinar no han escondido sus opiniones, aunque últimamente tienen un perfil más bajo en redes.
P. Otra cosa que se ha importado de Silicon Valley es una postura fuertemente antisindical.
R. Las empresas tecnológicas han pasado unos años muy buenos. 2021 fue récord en inversión en capital riesgo. En 2022 hemos visto cosas distintas: despidos masivos en el sector. Son cambios que quizás hagan despertar esa preocupación por lo laboral. He conocido discursos de extrabajadores tan identificados con la empresa que llegaban a ver con buenos ojos su despido. Me resulta muy sorprendente esa identificación que se logra entre la empresa y el trabajador.
P. El teletrabajo, por ejemplo, hace difícil el roce necesario para el surgimiento de ideas sindicales. Sin embargo, en la puerta de los restaurantes fast food donde esperan los riders eso es fácil. Son espacios de socialización brutales.
R. Es un trabajo muy atomizado y solitario, pero se generan esos puntos de encuentro en las esperas: ahí empezaron a surgir conversaciones donde se compartían las preocupaciones de unos y otros. De ahí viene la fuerza para las primeras asociaciones de riders, como Riders x Derechos. Los sindicatos mayoritarios llegaron mucho más tarde.
El germen de Tuenti
P. En muchas de estas empresas del Silicon Valley español, según se ve en el libro, están implicados los fundadores de la extinta red social Tuenti.
R. Tal vez fueron los primeros que se creyeron mucho este papel del emprendedor disruptivo en España. Zaryn Dentzel, Félix Ruiz, Bernardo Hernández, Adeyemi Ajao, sus nombres acaban apareciendo en diferentes de estas empresas. Fueron de los primeros que empezaron a poner oficinas más informales, a hacer fiestas, a vestir de otra manera. Pones una empresa y te conviertes en millonario antes de los 30… Tienes que seguir haciendo cosas. Como se conocen, van colaborando, como creando un club donde todos, por cierto, son hombres.
P. ¿Está calando fuerte entre los jóvenes esta ideología californiana? Nunca se vio a tantos deseando ser inversores. Por ejemplo, las criptomonedas.
R. Antes, el que pensaba en ser inversor o empresario, o lo había visto en casa o en una escuela de negocios. Ahora esta idea romantizada se difunde por internet, y además se explica con cierta claridad: cómo evitar esa vida de trabajo estable de 9 a 5, convertirte en tu propio jefe y que tu dinero trabaje por ti. Pero el mito del inversor es diferente del mito del emprendedor. Se ven mucho también en las series y en las películas. Ambos están creciendo.
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