Un fondo cotizado (ETF, Exchange Traded Fund, por sus siglas en inglés) es, por definición, un producto de inversión que, cual Martini perfecto, combina las ventajas de los fondos de inversión, que permiten acceder al universo completo de mercados, sectores, tendencias…, con las de las acciones, que se negocian a diario y con rapidez. Con el añadido de que son, en lo que a comisiones de gestión se refiere, más baratos que los fondos de inversión convencionales y que incorporan menos riesgos de selección que los valores concretos. Aunque nacieron en el siglo pasado, se han desarrollado en plenitud en los últimos 20 años hasta alcanzar un volumen superior a los 11 billones en dólares, que podrían convertirse, según los datos que manejan los expertos, en 20 billones en poco más de cuatro años.
A lo largo de las dos décadas más recientes, la inmensa mayoría de los ETF que se han lanzado al mercado han sido de “gestión pasiva” o, lo que es lo mismo, indexados. Sus gestores simplemente replican lo más exactamente posible la composición de un índice bursátil (Dow Jones, FT 100, Ibex 35…), de bonos, de sectores, de materias primas… Si a la referencia le va bien o mal, en similar medida irá la rentabilidad lograda por el ETF —hay que tener en cuenta las comisiones del propio ETF, los cánones de Bolsa por compraventa, los gastos de custodia o de cambio de divisa…—.
A modo de resumen, hasta no hace mucho copiar parecía una característica intrínseca de los ETF. Ya no. O por lo menos no en todas las categorías de fondos cotizados. Las grandes gestoras del mundo han dado un paso más en la innovación financiera y están lanzando ETF de gestión activa, que incorporan, tal y como explica Lorena Martínez-Olivares, responsable de ETF para España y Portugal en JP Morgan Asset Management, “una toma de decisión”. ¿Cómo consiguen escapar de la indexación? La gestora, o bien diseña su propio índice o bien trata de batir al de referencia elegido, pero aplicando criterios de selección de valores tras realizar análisis detallados. Este tipo de ETF, explica la experta, mantienen los parámetros de menores costes de gestión, transparencia y agilidad en la ejecución y, al mismo tiempo, “ofrecen una mayor posibilidad de obtener una rentabilidad adicional a la del índice —entre 0,8 y 1,5-2 puntos— sin asumir elevados riesgos”.
Domingo Barroso, director de ETF de Fidelity en España, incide en esta definición de ETF de gestión activa. Se trata, señala, de mantener las características de los índices, con sus sectores, subsectores y compañías, pero “introduciendo un análisis de mercado que vaya más allá de la capitalización bursátil al considerar otros aspectos como la calidad de las empresas, los dividendos que distribuyen, la volatilidad de sus cotizaciones, sus perspectivas, etcétera, de tal forma que habrá algunos componentes de ese índice con mayor peso que en el original”. Así, añade, “se puede lograr un exceso de retorno sobre el índice utilizado, que, sin duda, estará limitado precisamente por la propia referencia, que se modifica pero solo en parte. A cambio, el riesgo también será menor que si no existiera ese modelo a seguir”.
Por supuesto, aclara Antonio González, responsable de Gestión de Activos de Renta 4 Banco, los “ETF de gestión activa, de los que aún hay pocos en Europa, se lanzan tanto en los mercados de renta variable como de renta fija, siendo en la actualidad bastante relevantes los temáticos, los de bonos corporativos o los de inversión sostenible”. A su juicio, es precisamente la multitud de ETF que cada día se lanzan al mercado, incluyendo los muy de moda actualmente de gestión activa, lo que lleva a aconsejar buscar siempre ETF no solo baratos sino grandes, con volumen de negociación diario y, por tanto, con una potente liquidez que ahorre posibles diferenciales de precios de los market makers (creadores de mercado). “No hay que olvidar que un ETF es todo lo líquido que sean los valores que lo forman”, recuerda.
Comisiones
Un ETF es un fondo cotizado con unas comisiones de gestión, en la muy inmensa mayoría de los casos, reducidas. Es cierto que son muy variadas; que la media se sitúa en torno al 0,15-0,2% —las hay del 0,05% pero también por encima del 0,7%— y que, al menos por el momento, no son, a decir de los expertos consultados, más elevadas en los ETF de gestión activa. A estos costes de gestión intrínsecos al ETF hay que añadir otros gastos como los cánones de Bolsa por compraventa, las posibles comisiones de custodia o por cambio de divisas. Y, también los impuestos. Al igual que ocurre con las acciones, en cada compraventa se generan plusvalías o minusvalías que hay que incluir en la declaración de IRPF. Es esta precisamente una de las principales diferencias que tienen respecto a los fondos de inversión, más caros en lo que a comisiones se refiere —de gestión, en general, entre el 1%-1,5%, de suscripción o reembolso y de depositario—, pero que permiten el traspaso de los saldos de uno a otro sin coste fiscal (que solo se hace efectivo en las ventas reales).
Hay también otra diferencia a tener en cuenta: mientras los fondos de inversión en ocasiones ponen freno a la entrada de dinero “nuevo” (porque no tienen capacidad de gestionar más volumen o porque sus gestores consideran que no hay oportunidades suficientes) no es así en los ETF, que no pueden cerrarse y, por tanto, ha de invertirse todo ese dinero “fresco”.
Los ETF, tanto de gestión activa como pasiva, permiten una enorme diversificación de la cartera entre países, zonas, sectores, subsectores, compañías, tipos de productos, bonos gubernamentales, corporativos… En esa medida reducen los riesgos al no concentrar la inversión en valores concretos y únicos y básicamente adaptarse a sus índices de referencia. Aunque es cierto que en los ETF de gestión activa, ese riesgo es algo superior dado que se hace una selección de activos, sin duda, explican los expertos consultados, no es comparable con la adquisición directa de acciones concretas. A cambio, reconocen que los inversores “pueden perderse picos de revalorización”. Tal vez no siempre sean picos en acciones concretas. En los últimos días se habla, y mucho, del tirón bursátil de las tecnológicas de EE UU. En lo que va de año, el índice que agrupa a los 10 gigantes tecnológicos estadounidenses, el Nyse FAANG acumula un alza superior al 70%. Nada mal, pero sin duda menos bien que la subida de cerca del 190% de Nvidia o por encima del 100% de Tesla o Meta.
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