Los últimos datos sobre los precios al consumo llegaron el miércoles pasado, y eran mejores de lo que incluso los optimistas se esperaban. Por lo que a mí me consta, hasta las noticias en los medios omitieron, en general, matizaciones como “pero las preocupaciones persisten” que parecían obligatorias a la hora de cubrir las buenas noticias sobre la economía de Joe Biden. Lo que no quiere decir que todo el mundo esté contento. Los republicanos más o menos se niegan a aceptarlo, sin duda preocupados por la posibilidad de perder el que constituye casi su único tema importante de campaña, lo que les dejaría sin nada de lo que hablar aparte del despertar social y Hunter Biden. Y ha habido algunas reacciones de bastante enfado por parte de economistas que se habían comprometido con la sombría visión de que nos enfrentaríamos a un desagradable “índice de sacrificio”, o sea, que controlar la inflación requeriría años de desempleo elevado.
Pero este informe era de todo menos sombrío. En él se insinúa la firme convicción de que podríamos estar encaminándonos hacia un aterrizaje suave, es decir, una vuelta a una inflación aceptable sin un gran aumento del desempleo. Aún no hemos llegado a ese punto, y hablaré brevemente de lo que todavía puede ir mal. Pero el desenlace feliz que no hace mucho se consideraba una quimera ahora parece más probable.
Para entender lo que nos dice el informe, primero hay que saber que pocos analistas serios prestaron demasiada atención a las dos cifras que dominaban la mayoría de las noticias: la inflación general y la inflación “subyacente”, que excluye los alimentos y la energía, a lo largo del año pasado. La inflación general se ha visto impulsada en gran medida por oscilaciones claramente temporales de los precios volátiles: el descenso del 16,5% que registraron el año pasado los precios de la energía no va a repetirse.
Por otro lado, la inflación subyacente está dominada por los precios de la vivienda, que van un año o más por detrás de los alquileres de mercado. De modo que la inflación subyacente sigue reflejando el gran subidón de los alquileres en 2021-22, probablemente impulsado por el aumento del trabajo a distancia más que por lo que está ocurriendo actualmente en la economía. Así que la mayoría de nosotros nos fijamos ahora en medidas que intentan ignorar estas distorsiones. Yo soy un fan de la “supersubyacente”, la inflación subyacente que excluye la vivienda y los coches usados. Otros prefieren otros índices, pero todos cuentan la misma historia: un rápido descenso de la inflación subyacente, a pesar de que la tasa de desempleo es la misma que hace un año.
La inflación supersubyacente, por ejemplo, estaba en el 3,5% en el último año, en un 2,7% anual en los últimos seis meses y en 1,1% en los últimos tres. Ni siquiera yo me creo la cifra de los tres meses, probablemente rebajada por el ruido estadístico, pero la cifra de los seis meses ha descendido desde el 6,8% de hace un año, y no está muy lejos del objetivo del 2% de la Reserva Federal. Y, como ya he dicho, este descenso se ha producido sin que haya aumentado el desempleo. ¿Por qué han ido tan bien las cosas? Parte de la respuesta reside probablemente en que, hasta hace poco, las perturbaciones relacionadas con la pandemia seguían provocando cierta inflación, pero esas perturbaciones han ido desapareciendo. Parte de la respuesta también puede ser que cuando la economía está en plena ebullición, las políticas que la enfrían — como las recientes subidas de tipos de la Reserva Federal— pueden reducir la inflación sin grandes efectos adversos para el empleo.
Entonces, ¿qué puede ir mal todavía? En primer lugar, esto podría ser un truco para despistar estadístico; los llamativos datos podrían estar haciendo que las cosas parezcan mejores de lo que son. No creo que eso esté ocurriendo, pero a cualquiera que haya seguido los datos de la inflación en los últimos años siempre le preocupa esa posibilidad. En segundo lugar, la mayoría de los cálculos sobre la inflación subyacente siguen situándose muy por encima del objetivo de la Reserva Federal (aunque no mucho en el caso de mi índice preferido), y algunos economistas sostienen que deshacernos de ese último trocito será doloroso. Todo lo que puedo decir es que llevamos bastante tiempo escuchando esas advertencias sobre la “última milla” en la lucha contra el aumento de precios y, hasta ahora, la inflación subyacente ha seguido cayendo. Además, si bajar hasta el 2% va a resultar verdaderamente difícil, ¿deberíamos siquiera molestarnos?
Por último, podríamos sufrir una recesión, aunque no la necesitemos para controlar la inflación. Hasta ahora, la economía ha hecho gala de una extraordinaria resiliencia frente a la subida de los tipos de interés, pero la política monetaria a menudo funciona en diferido, por lo que, mezclando metáforas, es posible que todavía haya una recesión en la recámara.
O sea que, aún no hemos aterrizado en la pista y no está garantizado que el aterrizaje vaya a ser suave. Pero sorprendentemente, ahora parece al alcance de la mano.
Y si conseguimos ese aterrizaje suave, espero que veamos cierta reevaluación de la política económica de los últimos años. Tanto el Gobierno de Biden como la Reserva Federal han sido objeto de duras críticas por no haber advertido inicialmente el riesgo de que un gran gasto federal manteniendo bajos los tipos de interés provocaría una subida de los precios. Pero han presidido una notable explosión de creación de empleo, que no solo ha revertido la pérdida de puestos de trabajo que experimentamos durante la recesión provocada por la pandemia en la que ha sido una de las recuperaciones más rápidas de la historia moderna, sino que también ha creado el que posiblemente sea el mejor mercado laboral en una generación. El estallido de la inflación en 2021-2022 supuso un golpe, pero si resulta que ha sido temporal y termina sin un sufrimiento importante, será difícil evitar la conclusión de que la política económica en los últimos tiempos ha sido, a fin de cuentas, de lo más beneficiosa.
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