Conseguido lo más complicado, al deshinchar las subidas de precios desde dobles dígitos hasta niveles considerados normales, la inflación española abandona aguas turbulentas para navegar ahora por mares más tranquilos, no exentos de alguna ola puntual que recuerde los tiempos de tormenta. En julio, este indicador se situó en el 2,3% frente al mismo mes de 2022, cuatro décimas más que en junio, según el dato adelantado publicado este viernes por el Instituto Nacional de Estadística. La entidad apunta como causas la subida de los carburantes, un descenso menor del vestido y calzado y unos paquetes turísticos que suben más que en julio del año pasado. En el lado opuesto, caen la electricidad y el gas, que subieron en 2022. Si se mira la tasa mensual, la inflación repunta una décima frente a junio.
La pequeña variación apunta a una tendencia temporal, la de la estabilidad, que a medio plazo se enfrenta todavía a dos amenazas: unos precios de los alimentos aún desbocados que pueden dar nuevos sustos por la sequía, y un efecto base poco favorable en la recta final del año, cuando la comparativa con el curso pasado probablemente vuelva a alejar la cifra del 2% recomendado por el Banco Central Europeo. La subyacente, que excluye la energía y los alimentos frescos, se muestra más persistente, y cerró el mes en el 6,2%, tres décimas más.
Superado lo peor de la crisis inflacionista —resumida en más de dos años de importantes pérdidas de poder adquisitivo para los hogares—, el reto pasa ahora por atravesar los falsos llanos y meses trampa de la mejor manera posible. “El dato adelantado del IPC de julio apunta a una estabilización de los precios”, ha valorado la vicepresidenta económica, Nadia Calviño.
Para ese objetivo, España pedalea en una posición de privilegio frente a sus socios europeos, con la tasa más moderada de las grandes economías, y a falta de conocer la evolución de julio, solo está por detrás de Luxemburgo en toda la zona euro. La desescalada ha sido especialmente veloz: más de ocho puntos recuperados desde el verano negro de 2022, cuando llegó a haber un pico del 10,8%. Los precios están ahora más altos que entonces, pero al frenar con fuerza el ritmo de subida y crecer los salarios, se ha estrechado el enorme diferencial abierto en los últimos tiempos por el alza del coste de la vida.
El de julio es el segundo mejor dato desde marzo de 2021. Pero, ¿qué ocurrirá en los meses venideros? Para Leopoldo Torralba, economista de Arcano Economic Research, batirá las previsiones más pesimistas. “El efecto base es clave y por eso la inflación acelerará hasta final de año, aunque el promedio será al final inferior al 4,5-5% esperado por muchos hace unos meses”, señala. Ese mejor comportamiento de la inflación, en un contexto favorable por el abaratamiento de la electricidad y los combustibles, redundará en una mejora de la competitividad de las empresas españolas, que pagan menos por suministros comprados en el mercado doméstico. Ese fenómeno se ve reforzado por unos sueldos que se han quedado rezagados. “España lleva ganando competitividad casi continuamente desde la Gran Recesión, al subir nuestros salarios menos que en Europa”, apunta Torralba.
Raymond Torres, director de Coyuntura Económica del centro de análisis Funcas, calcula que el efecto base hará repuntar el IPC hasta rozar el 5% a finales de año. “Hubo incrementos muy débiles del IPC el año pasado durante los mismos meses en la segunda parte del año”, recuerda. La subyacente, que excluye energía y alimentos frescos, seguirá por encima de la general, y se moverá como los dientes de una sierra. Torres ve tendencias dispares: los precios de los servicios seguirán relativamente altos por la buena evolución del sector turístico, mientras que los industriales desacelerarán más porque incorporan más rápidamente la caída de las cotizaciones energéticas.
Problemas con el grano
En cuanto a los alimentos, que encadenan cuatro meses moderándose, pero aún subieron un 10.3% en junio, el último dato conocido, el analista cree que continuarán creciendo a doble dígito a final de año. “La decisión de Rusia de suspender su participación en el acuerdo de exportación de grano está presionando los mercados internacionales, y debería traducirse en precios más altos. Además, estamos en sequía; no solo en España, sino en el sur de Europa”, explica.
Hay otras fuerzas tirando de los precios en sentidos opuestos. Por un lado, los decepcionantes datos conocidos esta semana de los PMI europeos anticipan una posible contracción de la actividad. Eso siembra incertidumbre por el lado del crecimiento, pero ayudaría a enfriar la inflación. Igual que la revalorización del euro, de un 10% frente al dólar en los últimos 12 meses, que permite comprar en el exterior más barato y rebajar así los costes, especialmente los energéticos.
Por otro, el empleo en España está en su mejor nivel de los últimos 15 años, y las perspectivas del Fondo Monetario Internacional publicadas también esta semana envían un mensaje más optimista, con revisiones al alza del crecimiento para España (un punto más de lo previsto) y un ligero avance para la zona euro (una décima más). En teoría, eso se traduciría en más dinero en el bolsillo de los consumidores, y por tanto mayor capacidad de pago incluso en un entorno de precios elevados, lo cual puede ralentizar el aterrizaje de la inflación.
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