Tenemos en España cruciales asuntos sobre el tablero, pero dijo Bobby Fischer que lo importante en el ajedrez son los buenos movimientos. Podría haber añadido que da igual si se juega con piezas negras o blancas. Independientemente del mapa político y de los colores, tenemos prioridades que nos requieren movernos con destreza, inteligencia y estrategia. Pero, sobre todo, con determinación, convencidos de lo que necesitamos como país y como sociedad. Estaremos muchos de acuerdo en el proyecto de una España moderna, avanzada, deseable para vivir y prosperar. Sí, lo más rica posible. Y sabemos cuál es la principal razón de que los países sean ricos: lo son porque innovan, porque invierten y porque se aseguran de que esa inversión y esa innovación se transfieran a la sociedad.
Sabemos que la innovación y la ciencia siguen sin estar en el centro de los debates ni en primera línea de la agenda política. Quizás porque son asuntos que generan cierto consenso, y el foco tiende a ponerse en aquellos otros que provocan discrepancia y aspereza. Es de agradecer que no haya ruido partidista en torno a cuestiones que inciden en los servicios públicos, en el bienestar de la sociedad y en nuestro prestigio como país. Pero además necesitamos que suenen. Que entendamos que su efecto es multiplicador y transversal a la economía, la industria, la formación y el empleo. No es tarea y responsabilidad de un ministerio concreto, sino de toda la acción de Gobierno. Ahora que estamos a las puertas de una posible nueva legislatura, sería el momento y quizás la última oportunidad de asumir la innovación como una cuestión de Estado y trabajar a todos los niveles, institucionales y civiles, para impulsarla. Elevarla a prioridad nacional y generar concienciación en la sociedad para que lo demande.
También dijo Aristóteles que “el movimiento es el paso de la potencia al acto”. Sin olvidar nuestras carencias, sería un ejercicio sano fijarnos también en nuestras fortalezas: nuestra presencia en el ámbito mundial de la ciencia y la tecnología se ha reforzado, según el último índice de Presencia Global del Instituto Elcano; además, diferentes estudios publicados este año vienen reflejando que los españoles cada vez valoramos más la ciencia y su relevancia para la sociedad; tenemos talento para hacer excelente investigación y, de hecho, estamos por encima de la media europea en número de doctores y en población con educación superior, y contamos con una Ley de Ciencia y un pacto, respaldado por más de 80 entidades, que fija el compromiso de alcanzar el 3% del PIB en inversión en I+D en 2030. Una partida en la que no nos valdrá hacer tablas.
No se terminan aquí las buenas piezas que tenemos para jugar: España figura entre los primeros países en capacidad de producción de energías renovables y contamos con el 20% de los proyectos de hidrógeno verde en el mundo. Estamos gestionando unos fondos europeos que suponen una oportunidad sin precedentes para regenerar nuestro músculo innovador si sabemos orientarlos bien y dirigirlos a aquellas industrias en las que podemos ser campeones: biotecnología, telecomunicaciones, investigación clínica, sector aeroespacial… Y podemos seguir siendo un importante polo de atracción de inversiones globales gracias a nuestras infraestructuras y comunicaciones, pero también a nuestro talento, posición geoestratégica, calidad de vida…
Tenemos toda esa potencia, pero para elevarnos y diferenciarnos entre los países de nuestro entorno necesitamos pasar a la acción. Esto es, movernos. Dado nuestro potencial económico y nuestro bagaje científico, no sería descabellado aspirar a acercarnos a los 10 primeros países del mundo en inversión en I+D, muy por encima del puesto 25º que ocupamos actualmente. Lo podemos conseguir si incrementamos la inversión pública, pero fundamentalmente si estimulamos la privada, de manera que cada euro invertido por el Estado se vea correspondido por dos euros invertidos por las empresas. Para ello, será necesario contar con marcos jurídicos y fiscales estables que animen a las compañías a acometer grandes proyectos y traer inversión, así como promover procesos ágiles, desburocratizados y transparentes que permitan su rápido despliegue.
Además de incrementar nuestra inversión, deberemos disponer bien las piezas para asegurar una transferencia sostenible a la sociedad. No sólo dotar de recursos a las instituciones científicas y académicas, sino conectarlas con la sociedad civil. Un buen ejemplo de esa conexión lo tuvimos durante la pandemia, cuando la colaboración entre empresas y entidades investigadoras dio como fruto encomiables proyectos que conjugaron innovación y servicio a la sociedad. Nos vino a demostrar de lo que somos capaces en España cuando nos acucia la necesidad. Nos vendría bien recordar esa lección en cada movimiento que proyectemos.
También necesitaremos colaboración público-privada y marcos regulatorios adecuados para potenciar la industrialización de la I+D. Hablamos de elevar a escala industrial la implantación de proyectos de muy alto calado tecnológico, a fin de que puedan ser trasladados al mercado. Además de reforzar nuestra capacidad innovadora y productiva, serviría para apoyar a nuestras start-ups industriales en esa transición de la fase de investigación a la de crecimiento. Generaríamos así masa crítica industrial, con un peso mayor en el PIB que se acerque al objetivo del 20%, lo que dotaría de solidez y resiliencia a nuestro sistema económico. Necesitamos tanto peones y caballos como torres y alfiles, es decir, empresas más grandes que a su vez ayuden a crecer a las medianas y pequeñas.
Pero no olvidemos que, por magníficas piezas que tengamos, quienes las mueven son las personas. Los desajustes en nuestro mercado laboral podrían subsanarse conectando mejor nuestros sistemas universitario y de formación profesional con las empresas, adaptando las ofertas formativas a los cambios tecnológicos y sociales. Y a largo plazo, debemos abordar de una vez por todas un sistema educativo perdurable, que supere ideologías y ponga la máxima prioridad en formar a las personas y a los profesionales del futuro. Que instaure una verdadera sociedad del conocimiento en la que nadie se quede atrás. Porque necesitamos a todos.
Y dijo otro maestro del ajedrez, Capablanca, que “hay que eliminar la hojarasca del tablero”. Haríamos bien todos, instituciones y empresas, en fijarnos una estrategia clara de país y no dejarnos llevar por maniobras de despiste. La partida de la innovación es decisiva para nuestro futuro, el tiempo corre y necesitamos jugadas maestras.
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