Fue en el año 1992 cuando, por primera vez, la palabra metaverso se dio a conocer. Fue en la obra literaria de Neal Stephenson ‘Snow Crash’. Sin embargo, su impulso más reciente ha venido de la mano de las grandes empresas tecnológicas en los últimos años con las gafas de realidad virtual, los avatares y las diferentes interacciones tecnológicos. Por ello, Mark Zuckerberg anunció en 2021 que su empresa, Facebook, pasaría a llamarse Meta.
Zuckerberg, que lleva tiempo viendo el potencial del metaverso, es un visionario. Sin embargo, su aplicación en el aula es hoy prácticamente un sueño que aún no se ha hecho realidad, a pesar de lo mucho que se ha hablado de ello. Y es que el 75% del profesorado y el 60% del alumnado aún no ha tenido ninguna experiencia educativa mediada por esta tecnología, tal y como desvela el estudio ‘El metaverso en la educación: retos y usos’, realizado por BBVA y Fad Juventud en el marco del proyecto Educación Conectada tras encuestar a 391 profesores y 361 alumnos.
A pesar de ello, casi un 45% de los docentes entrevistados y cerca del 40% de los estudiantes, tiene curiosidad por aprender a utilizarlo, saber más sobre él, conocer si es mejor que otras tecnologías que ya se están utilizando o en qué se diferencia de ellas.
«El metaverso otorga numerosos avances a la educación», ha asegurado Lidia del Pozo, directora de Programas de Inversión en la Comunidad en BBVA Global, durante la presentación del estudio este martes. «Pero ello -ha advertido- va a requerir reforzar capacidades y competencias de los docentes. Es clave, por tanto, avanzar en este aspecto pero es igual de importante saber utilizar adecuadamente las capacidades técnicas necesarias».
Sobre las posibles causas que han provocado que el metaverso brille por su ausencia en la educación, está la dificultad por parte de los docentes de aprender más sobre él: un 45% considera que su aprendizaje no es fácil (frente al 50% que no lo ve complicado). El informe apunta a una mayor necesidad de formación, no solo formación práctica, sino también teórica que permita llegar a ver, primero, la relevancia de esta tecnología, pues más del 60% de los profesores percibe que realmente no la necesitan.
De hecho, el profesorado no quiere usar una nueva tecnología sin haberla experimentado previamente en el plano personal y, posteriormente, en el educativo. Además, tras este factor de «experiencia personal», destaca un segundo factor «utilidad en clase», que determina la aceptación y uso: hasta que el metaverso no pueda ser experimentado por el profesorado y este pueda comprobar su utilidad en clase, su nivel de aceptación y uso no será alto.
«El metaverso es una tecnología con un enorme potenciar transformador pero, me atrevería a decir, está aún en fase embrionaria», ha comentado Fernando Trujillo, profesor de la Universidad de Granada e investigador principal del estudio, quien ha destacado la predisposición del profesorado a querer saber más a pesar de los resultados. «No hay un cierre en banda hacia la tecnología», ha dicho. «En definitiva, tenemos un profesorado que pide experimentar, tanto en su vida personal como profesional, para saber si el metaverso es eficaz en el contexto educativo».
Respecto a la opinión de los alumnos, casi un 40% considera que es muy divertido y entretenido (frente al 18% de los profesores) y para 1 de cada 4 jóvenes su interacción con el metaverso es muy clara, comprensible, le resulta muy fácil de utilizar y tiene un nivel de calidad muy aceptable y satisfactorio.
Pero también aparece otro 40% que considera que no le resulta útil ni en su vida cotidiana ni en su clase, que no le ayuda a realizar las cosas más rápidamente ni aumenta su productividad, y que su uso no es algo natural en ellos, por tanto, no lo utilizarán en su vida cotidiana.
Todos estos resultados se deben a los obstáculos de infraestructura, que podrían venir a aumentar más la brecha digital en el sistema educativo, y la necesidad de crear entornos seguros. Por otro lado, los encuestados destacan los obstáculos institucionales mientras que el profesorado señala algunos retos sociohistóricos y culturales que tienen que ver con el estrés continuo en relación con la tecnología y su conformismo o inercia respecto a la innovación tecnológica.