«¡Ponte las zapatillas que está el suelo muy frío!», «¡Deja de andar descalzo!», «Ya he perdido varios zapatos porque mi bebé no para de quitárselos»… ¿Te suenan estas frases? Las explicaciones y respuestas a estas incógnitas y afirmaciones que se repiten de generación en generación, están en el libro ‘Pasito a pasito‘ (Zenith), escrito por la enfermera y podóloga infantil Neus Moya.
La experta, que acumula en las redes sociales más de 359.000 seguidores, quienes siguen de cerca sus consejos o análisis de zapatos, declara en esta entrevista con ABC, que en consulta se está «encontrando con bastantes casos en los que el pie plano está hundido porque no ha trabajado en su vida». Es decir, las familias calzan a los niños demasiado pronto y, además, de manera inadecuada.
– Neus, ¿son los padres y madres conscientes de la importancia de cuidar el pie de los niños?
Es verdad que se ha avanzado pero aún hay muy poca conciencia del cuidado de los pies. Son los grandes olvidados hasta que viene el problema. Esto es algo que he visto siempre en adultos: hasta que no pasa algo, nadie hace o dice nada. Pero poco a poco hay cada vez más familias que incluso hacen revisiones del niño sano: lo mismo que se lleva al menor al pediatra, al podólogo también.
– ¿Cómo es el pie de un bebé cuando nace? Porque hay mucho cartílago ¿no?
Exacto. Gran parte del medio pie es cartílago. Por este motivo, a menor compresión, mayor libertad de movimiento tiene el pie. Si además se respeta su morfología, mucho mejor.
– De ahí la importancia de entender la cronología de osificación de la que hablas en el libro…
Sí, porque el pie del niño no es el de un adulto en miniatura. Y no solo por la maduración, sino porque también las proporciones son totalmente diferentes. Al principio, el pie de un niño es inmaduro porque es todo cartílago pero a medida que pasa el tiempo, ese cartílago se convierte en hueso. Por eso, los pies de los niños son gordos, planos y muy flexibles. Cuando los padres vienen a la consulta preocupados porque su hijo de 3 años no tiene puente, yo les digo: ‘¡Menos mal porque si lo tuviera sí que me preocuparía!’
Esta maduración del pie, aparte de los muchísimos procesos que ocurren, necesita del movimiento: cuanto más estímulo tenga el niño, mejor porque todos los elementos tendinosos cogen fuerza, elevan el pie, se empieza a osificar, etc. Es decir, hay una serie de mecanismos que nosotros no podemos controlar y otros que sí, y es el permitirle al pie movimiento constante.
– Sin embargo, las familias están deseando calzar a sus hijos. Incluso sin que el bebé haya nacido, suelen haber comprado ya varios pares de zapatos en miniatura.
Siempre les digo a los padres que tengan en cuenta la función y definición de zapato que es la protección del pie frente a un agente externo. Si el pie no toca el suelo, no hay que protegerle de nada, es decir, no es necesario ponerle zapatos. Unos patucos aún pero ponerle algo rígido que comprime es mucho más perjudicial. Yo siempre abogo por el sentido común: si vivimos en una zona de mucho frío, no pasa nada por protegerle el pie con algo pero nunca con un zapato duro y encima con hormas tan estrechas y punteras acabadas en punta. Podemos proteger el pie pero siempre respetando su movimiento.
– Por algo los bebés tienden a quitarse todo lo que se les pone…
¡Sí! Hasta los 9-10 meses de edad, el niño tiene el doble de sensibilidad exteroceptiva en los pies que en las manos. ¡Es como cubrirle los ojos! Por eso se los quitan. Incluso cuando los niños ya caminan, al ponerle el zapato, doblan los dedos. El pie es mucho más receptivo de lo que pensamos. Por eso es muy normal que se quiten el calzado o los calcetines.
– Comprar calzado. ¿Cuáles son las claves para acertar?
El zapato debe ser lo mismo que si tu hijo fuera descalzo. Si cuando le ponemos el zapato, modifica la marcha o vemos que de repente el pequeño abre más los pies o parece que camina como un pato, es que no estamos escogiendo el calzado correcto, es decir, aquel que permite el desarrollo del pie del niño como si éste nunca hubiese sido calzado. Para que esto ocurra, el zapato adecuado es aquel que permite que el pie se pueda mover con total libertad.
Desde que da sus primeros pasos y durante los siguientes seis meses, para mí son primordiales y seguiría sin ponerle prácticamente nada más que aquel calzado con muy poca estructura, calcetines con suela de silicona, etc. Cuando ya lleva seis meses caminando, lo que tenemos que escoger es un zapato con una suela muy fina para permitir que le lleguen todos los estímulos que, como hemos comentado, son necesarios para la maduración del pie. Dicha suela ha de ser también muy flexible, para facilitar el movimiento, y sin altura posterior.
En podología hay muy pocos estudios pero hay uno que demuestra que con solo 7 mm. de suela ya se producen modificaciones en la marcha del niño, las fuerzas de frenado, etc. ¿Para qué vamos a modificar eso? El ser humano en realidad está diseñado para poder caminar tal cual.
– ¿Qué información te dan las rodillas de los niños?
Al igual que sucede con los pies, pasan por un proceso. Cuando los niños tienen un año de edad, las rodillas tienen forma de paréntesis, y es muy normal. Una señal de alarma es cuando entre ambas hay una asimetría. A los dos años, se ponen rectas; a los 3, tienen forma de X y de los 3 a los 7, se van modificando hasta que se ponen casi rectas como las de los adultos. Todo ello, siempre dentro de unos límites.
– Hablas en el libro de deformidades en los dedos, de los pies planos, del pie zambo… ¿cuáles son las patologías más comunes que ves en consulta?
Solemos ver el pie plano, que puede ser flexible, semirígido o rígido. El pie plano infantil flexible nos lo estamos encontrando en niños mayores, cuando ya debería haber cogido tono y haberse enderezado, pero no lo está haciendo. Esto se produce por diferentes causas pero nos estamos encontrando bastantes casos en los que este pie plano está hundido porque no ha trabajado en su vida. Es decir, hemos puesto el zapato rígido y no ha trabajado nada. Son niños cuyos pies tienen poco tono, son muy delgaditos, caen hacia dentro… Toca rehabilitar.
– ¿A qué te refieres cuando dices que son pies que no han trabajado lo suficiente?
Si estamos en casa, les decimos que se pongan los zapatos; si juegan descalzos parece un sacrilegio… Yo he visto en mi escuela infantil a niños desde muy pequeñitos llevando calzado con suelas muy gruesas, rígidas, con ‘drop’ (diferencia de altura entre el talón y la parte delantera) y encima punteras. Cuando los dedos no tienen espacio, no están trabajando y se quedan como apéndices muertos al final del pie. Entonces, cuando estos dedos no se agarran al suelo, no trabajan toda la musculatura intrínseca del mismo.
– ¿Existen los dolores de crecimiento?
No hay prueba que nos diga que lo que tiene el niño es un dolor de crecimiento. Se diagnostica por exclusión de otras cosas. Este se caracteriza porque tiene que ser intermitente, autolimitante, no tiene que haber rojez, tumefacción ni limitación articular. Una vez excluido todo lo demás, sí podemos llegar a la conclusión de que es un dolor de crecimiento. Mi hijo, por ejemplo, se despertaba cada noche con dolores. La doctora Angela Evans, pionera en podología pediátrica, llegó a relacionar dolores de crecimiento, que realmente pueden llegar a entorpecer el descanso del crío, con una mala pisada y dolores musculares anómalos. En el caso de mi hijo, le hicimos unas plantillas y mejoró. Por eso en el libro incluyo también algunos estiramientos que se pueden hacer a los menores para intentar evitar tensiones musculares.
– Verano y calzado: ¿qué hacer?
En verano, hay que aprovechar que vayan descalzos. Sé que a muchos abuelos, que además se quedan a cargo de los nietos, les cuesta horrores. De hecho, al final del libro digo que lo mejor es intentar evitar enfrentamientos con la familia (risas). ¿Alternativa? Acordar un adecuado zapato de verano para estar por casa. ¿Chanclas? No porque dan lugar a accidentes. Los de tipo zueco tampoco porque son muy gruesos y llevan ‘drop’. Por tanto, unos calcetines de licra o unas cangrejeras cerradas son mejores opciones. Otra cosa es que los niños se pongan las chanclas para bajar a la piscina porque tardan cinco minutos. Sentido común, por favor.
– ¿Y cuando ya estamos en la piscina?
Tanto en piscinas como en las playas es muy importante protegerse el pie. De hecho, me acaban de pasar unas imágenes en las que unos niños se han cortado los dedos en una piscina por mal mantenimiento y van a denunciar. Esto es muy mucho más frecuente de lo que nos pensamos porque, además de una falta de mantenimiento, fuera de la piscina se hacen tratamientos antideslizantes muy agresivos y la piel de los niños es blandita y está húmeda muchas horas. Entonces, hay que proteger esta piel para evitar las heridas en los dedos y el contagio de papilomas u hongos.
Para dentro del agua, hay calcetines de agua. Pero hay que hacer un poco de civismo: estos calcetines no son para ir al baño ni para estar correteando. Las duchas de piscina y playas son un peligro potencial de contagios.
Yo soy la rara, soy la exagerada… Todavía no he ido a un parque acuático porque no me acaban de gustar. Pero el día que vaya, todos iremos con protectores de pies. Nos mirarán mucho pero mejor prevenir.