Antonia se casó en 1964 y desde entonces su gran ilusión fue quedarse embarazada. Lo consiguió al año de su boda, pero perdió el bebé a los seis meses de gestación. Hubo muchos intentos más, pero ese hijo tan deseado no llegaba. Pasaron los años. Catorce exactamente. Y llegó Santiago, un niño prematuro que nació en la Clínica del Rosario de Madrid cuando Antonia acababa de cumplir 42 años. «Fue una gran alegría porque ya pensaba que nunca sería madre», recuerda Antonia, que actualmente tiene 87 años.
Confiesa emocionada a ABC que cuando cumplió 81 años se convirtió en abuela,«siempre he sido tardía» —matiza—, pero hoy su felicidad se ha visto triplicada porque tiene tres nietos. «Elena (6 años), Paula (5 años) y Marcos (3 años) son una preciosidad. Ayer mismo vinieron a mi casa y al abrir la puerta y verles cómo vienen a saludarme corriendo con esas vocecitas de alegría y cariño y me dicen ‘abuela te quiero’... Es una maravilla, me llena de felicidad. Es un sentimiento difícil de explicar, de verbalizar; me dan la vida».
Antonia es una mujer muy activa, «aún conduzco», presume, y se encuentra muy bien físicamente. Sin embargo, el hecho de convertirse en abuela le ha hecho que aumenten sus deseos de cuidarse «para sentirme mejor y poder estar más tiempo con mis nietos, que me disfruten durante más años y yo de ellos. Cuido más mi alimentación, por ejemplo: En mi casa no tengo comida procesada, yo cocino todo desde verduras, carne y pescado a la plancha o cocido cuando bajan las temperaturas, pero todo es natural y fresco —insiste—. Además, a veces también cocino para mis nietos y quiero que se alimenten muy bien».
Esta abuela y su marido Santiago viven en un chalet muy grande con un jardín de 2.400 metros cuadrados. «El otro día estuvieron mis nietos jugando con unas pistolas de agua y querían mojarme el vestido. Al final tuve que ponerme el bañador, coger una pistola de agua y entrar en la batalla de agua. Lo pasamos pipa. Mi marido se reía mucho con la escena de verme detrás de ellos disparando como una más. Eso sí, reconozco que acabé cansada, pero mereció la pena por lo divertido que fue y la vitalidad que me da estar con ellos».
Aún así, reconoce que ella no puede quedarse con los tres porque es demasiado trabajo, «pero siempre que mi hijo y mi nuera me necesitan, allí estoy para ayudarles. Incluso, algún fin de semana me he quedado con las dos mayores. En mi casa tienen su habitación lista en la que hay muchas fotos de su padre de cuando era pequeño».
Antonia insiste en que está muy feliz de ser abuela y que tiene mucha suerte por poder ver a sus nietos… «Hace años era habitual que los abuelos vivieran en la casa de sus hijos y hacía que el vínculo entre ellos y los nietos fuera menor. Sin embargo, ahora trabajan el padre y la madre y es más complicado todo. Muchos mayores tienen que ir a una residencia, y no porque sus hijos no les quieran, sino porque es donde mejor van a estar cuidados. Lo que hay que hacer es no olvidarse nunca de ellos y hacerles muchas visitas. Los abuelos son personas muy importantes para los nietos porque les cuentan historias pasadas, saben dar buenos consejos por la experiencia de vida que tienen, saben transmitir valores como la empatía, insistir en que sean buenas personas, que hagan el bien…».
Explica que hay gente mayor que piensa que la juventud está solo pensando en divertirse e ir de fiesta, «pero hay muchos jóvenes, como los que conozco en la asociación Adopta un Abuelo en la que participo, que son buenísimos, que se preocupan por los demás y quieren hacer el bien acompañando a mayores que están y se sienten solos. Yo me llevo muy bien con ellos y me respetan mucho. Alguna vez me he reunido con ellos y les doy charlas inspiracionales o les enseño a hacer una paella. Que cuiden a los mayores es muy importante y muchos de ellos se convierten en los nietos de estas personas que saborean la soledad».
Así lo corrobora Alberto Cabanes, fundador de Adopta un Abuelo, al puntualizar que ellos intentan cubrir la parte de socialización de estos mayores que por la circunstancia que sea están solos. «Fundamentalmente, los mayores de 80 años se ven muy afectados por la brecha digital, por tener situaciones de cierta dependencia que les limita su movilidad o por el deterioro cognitivo. El sistema sociosanitario les cubre muy bien, así como en la mayoría de las residencias, para darles de comer, sus pastillas, asearles…, pero en lo que se refiere a la dimensión humana están bastante desatendidos a pesar de que se les ofrecen ciertas actividades. Esta parte de socialización es la que tienen menos cubierta y en la que nosotros queremos hacer un gran esfuerzo para que se sientan siempre acompañados y de manera intergeneracional».
Cabanes lamenta que se encuentra con muchos casos desoladores, como el de un hombre de 93 años que está en una residencia y que nadie le llama por teléfono ni van a visitarle. «Situaciones personales de este calibre son muy dolorosas y hay que dar una solución».
En este intento, desde esta organización cuentan con diversos programas como el de los ‘voluntarios recurrentes’, que son jóvenes que una vez a la semana van a ver y a reunirse de forma individualizada con mayores que están solos. En la jornada ‘Abuelos hacker´ son los jóvenes los que enseñan a los mayores a utilizar la tecnología de manera muy práctica para que se beneficien de ella. «El momento en el que aprenden a hacer una videollamada —explica Cabanes— y conectan con uno de sus nietos, es sencillamente increíble. Les parece pura magia. Se sienten orgullosos, felices, emocionados».
Otra actividad programada para incrementar sus relaciones sociales es ‘Mi abuelo es la caña’ en la que jóvenes y mayores se van de cañas (de zumos) en la que disfrutan mucho del ambiente que se crea entre ellos. ‘Cumpleaños’ es el nombre de un programa muy importante, «puesto que hay mayores a los que nadie les felicita en esta fecha tan especial. Nosotros le llamamos y le felicitamos para que sienta que sí hay a quien le importa su vida. Y si hay una actividad que me encanta por excelencia es ‘Sueños’ en la que tratamos de que cumplan aquello que siempre han añorado. El último caso ha sido el de la abuela Ángeles, una mujer ciega que nunca había montado en avión. La llevamos a Palma de Mallorca y no podía estar más feliz cuando la recibió el comandante del avión para darle la bienvenida y cuando se comió en destino una deliciosa ensaimada. Lo importante, al final, es que los abuelos, y los mayores en general, se sientan felices en esta etapa de la vida, que no sientan la soledad o que les abandonamos porque ellos son la base de la sociedad», concluye Alberto Cabanes.