Cada vez que ve a un alguien durmiendo en el metro, aferrado a su maleta, Katihusca piensa que podría ser ella. Ahora trabaja en la limpieza de alquileres turísticos y vive con su marido y su pequeña, Chiara Emilia, de apenas diez meses, en un piso compartido. Quiere empezar a estudiar para poder darle un futuro mejor a su niña, pero se «siente satisfecha y orgullosa» de no haberse rendido, de haber podido rehacer su vida después de más de un año de incertidumbre y soledad. Durante un tiempo, ella fue una de las más de 28.552 personas sin hogar (atendidas en centros asistenciales de alojamiento y restauración) que contabiliza el Instituto Nacional de Estadística, una cifra que ha crecido un 24,5 por ciento en los últimos diez años. Pero tuvo la suerte de recalar en el Hogar Santa Bárbara, gestionado por Cáritas Diocesana de Madrid, que le dio el impulso que necesitaba para salir adelante.
Katihusca llegó a España en mayo de 2022, con apenas 25 años. «Llegué sola, con todas las ilusiones, pero pronto me di cuenta de que no todo era como me lo habían pintado. No tienes a nadie, estás tú y solamente tú», afirma. La falta de apoyo social es, de hecho, una de las características que definen al heterogéneo colectivo de personas sin hogar. Según un estudio realizado por la Federación de Asociaciones y Centros de Ayuda a Marginados (FACIAM), el 57% de los sintecho carece de vínculos sociales o los han roto.
Así, lo primero que hizo, al ver que se le acababa la reserva del hotel en el que se alojó los primeros días, fue empezar a buscar anuncios de alquileres en las cristaleras de los comercios: «Fui a conversar con la señora, le dije que aún no tenía trabajo pero que me iba a poner a buscar y me dijo que estaba bien». En Perú trabajaba haciendo detalles florales y también estuvo en el Congreso, trabajando como asistente de un diputado, pero aquí estaba dispuesta a empezar de lo que hiciera falta. «Entonces me dieron todos los síntomas del embarazo y cuando mi casera se enteró quiso echarme de la casa», recuerda.
«Hay que moverse»
Tenía algunos ahorros con los que podía pagar su alquiler, pero los arrendatarios no se fiaban de su palabra. Y Katihusca estaba al límite, había perdido ya doce kilos, todo lo que comía le sentaba mal y era un mar de dudas e incertidumbre… Entonces, una vecina le recomendó llamar a Cáritas o Cruz Roja. La primera llamada que hizo fue a la organización católica. «Me hablaron de un hogar para mujeres solas. Al principio, cuando dije a mi familia que iba a ir a a un albergue se asustaron, porque en Perú son para vagabundos, y de verdad que el Hogar Santa Bárbara es una casa, muy limpia, cómoda, donde te atienden y te apoyan en todo. Fue una experiencia linda, bonita», relata. Pese a que la promesa del ansiado techo estaba cerca, fueron días de tensión, puesto que tardó semanas en lograr plaza en este albergue y la situación con su casera era ya insostenible. «Me trataba mal, me hablaba feo. Y son los propios latinos los que te hacen eso. Es como si no se acordasen de cómo llegaron ellos, porque todos empezamos de cero», sostiene.
Cuando consiguió asentarse en el Hogar Santa Bárbara empezó su verdadera lucha contra reloj. Pese a que entonces «ni tenía documentación ni estaba empadronada», no sólo le dieron alojamiento y comida, también le ayudaron con el seguimiento de su embarazo. «Todavía me pongo a llorar cuando recuerdo el día en el que escuché el latido de mi bebé y me dijeron que iba a ser niña», rememora con emoción contenida, agradecida eternamente a la monja que, además, le acompañó durante el parto. «Es un momento muy importante, porque estás dando vida, y uno siempre espera que esté su familia. En mi caso era imposible, pero fue muy bonito».
Como sabía que sólo podría estar en Santa Bárbara hasta que la niña tuviera seis meses, empezó a moverse sin descanso para encontrar trabajo. Estuvo un tiempo cuidando a personas dependientes, pero finalmente logró firmar un contrato de 30 horas semanales en el sector de la limpieza y plaza para su pequeña en una guardería pública. «Todo trabajo es digno», admite resuelta. «Muchas chicas van de un recurso a otro, porque aunque te ayudan hay que moverse mucho. Yo siempre recomiendo no mirar atrás, al final es un país con muchas oportunidades».