Berta Capdevila y Aina Bufón se vieron muy solas hace más de una década. Tan incomprendidas se sintieron que hoy no quieren que ninguna mujer que pase por la misma situación personal sufra tanto la soledad, el estigma o la incomprensión. De ahí su proyecto, Ser Madrastra, un espacio en el que las féminas encuentran la ayuda que necesitan, son escuchadas y dotadas de las herramientas que necesitan para afrontar su realidad y poder formar, junto a la pareja, una familia.
«Las dos nos mudamos por nuestra familia», cuenta Berta en esta entrevista con ABC, que dejó atrás su Barcelona natal hace 13 años para mudarse a Galicia «porque mi pareja y su hijo viven aquí». Aina, que también vivía en la Ciudad Condal aunque era de Valencia, hizo una mudanza a Madrid hace 10 años. «Me ha costado mucho adaptarme porque pasé de tener mi piso de soltera a la vida de madrastra, a tener hijastros…», rememora.
Ambas son madrastras y aunque sus relaciones personales siguen adelante, de hecho han tenido hijos con sus parejas, aseguran no ser el ejemplo de triunfo, sino «más bien de supervivencia». Porque ser madrastra es una carrera de fondo.
– De vuestras historias personales nace vuestro proyecto, ¿no?
Aina: Es como cualquier historia de amor normal y corriente en la que conoces a alguien que te dice que tiene hijos. Ésta es la diferencia (risas) porque nadie te ha preparado para saber cómo afrontar que tu pareja, que te quiere y quiere estar contigo, tiene una familia de antes. En mi caso, tras conocerle, tenía dos bebés. Al principio fue un ‘shock’ pero luego pensé ‘no será para tanto’. ¡Y madre mía! Sabía que los hijos estaban ahí pero no sabía qué iba a implicar realmente. La primera vez que vi a mi novio coger en brazos a sus hijos, fue durísimo. Ahí fue cuando me pregunté: ‘¿Cómo se digiere esto? Pero sigues pensando que hay que tirar hacia adelante… Y cuando empiezas a convivir es cuando realmente todo se complica. Además, me instalé en la que era la casa familiar y no sabía dónde colocarme, había dos bebés a los que cuidar, era muy difícil encontrar tiempo pareja y, además, había otra persona que complicaba la ecuación: la madre de mis hijastros. Entre ellos, entonces, había solo un acuerdo verbal de cómo se organizaban con los niños pero en el momento en el que yo aparecí, la relación se tensó y se generó un cisma.
– Menudo problema…
Aina: Hoy lo entiendo, entonces no. Para mi pareja fue una idea fantástica que yo me fuera a vivir con ellos pero para la madre de mis hijastros no sabía quien era, le asaltaron miedos, dudas… Y yo tampoco estaba cómoda porque le decía a mi pareja que buscara un abogado pero él me decía que quería llevarse bien con ella. Lo malo es que desembocó en un divorcio muy feo, desgraciadamente. Al final, nadie nace sabiendo.
– ¿Y tu historia, Berta?
Berta: Cuando conocí a mi pareja, sabía que tenía un hijo porque teníamos un amigo en común. Pero como dice Aina, tú conoces a la persona y tus sentimientos nacen en relación a ella y no metes en esa ecuación al hijo, a la madre de ese menor, a todo lo que implica la crianza, los sentimientos de cada uno… Yo conocí al niño antes de que fuésemos novios y, aún así, no me podía imaginar lo que fue después.
– ¿Por qué? ¿Cómo fue?
Berta: Tuvimos durante una época una relación a distancia porque, evidentemente, él vivía en Galicia y yo en Barcelona. Alguna vez vi a su hijo y para mi era una situación muy intensa porque sabes que tu relación, que te ilusiona tanto, depende de que seas capaz de llevarte bien con ese niño. Tienes tantas ganas de que funcione, que pasas por encima de tus miedos, de tus dudas… pero, en realidad, no te sientes a gusto. Aún así, miras hacia el otro lado porque piensas ‘es el principio, después todo va a ser más fácil’.
Me trasladé a Galicia y lo hice muy contenta porque me encantaba el lugar. Pero dejé mis amistades, mi trabajo, mi familia… Llegué aquí y la única relación que tenía era con mi pareja y su hijo. Cuando estaba con él solo, muy bien pero cuando entraba su hijo en la ecuación, me sentía fuera. Ellos tenían un vínculo previo y, aunque el niño me aceptó desde el primer momento, no podía evitar sentirme una extraña en mi propia casa. Salir de esa sensación me costó y me causó malestar durante mucho tiempo. Fue cuando empecé a buscar un poco de información para saber si había más gente a la que le pasara esto, si era normal o me estaba volviendo loca. Y no había nada. Buscabas madrastra en internet y te salía pornografía o noticias escabrosas. No había información ni profesionales especializados sobre el tema, sólo algo en ingles.
– ¿Cómo lo gestionasteis? ¿Nadie os entendía?
Aina: Me sentí muy mal porque perdí todas mis amistades porque viví este proceso con mucha vergüenza. Yo tenía novio cuando conocí a mi pareja pero no era feliz. Le dejé para irme con una persona ocho años mayor, separado y con dos hijos. Mis amigos no entendían lo que me estaba pasando y, encima, me iba a ir a Madrid. También sentí mucha vergüenza a la hora de contárselo a mis padres. Luego lo llevaron bien pero mi hermana no. De hecho, estuvimos mucho tiempo sin hablar.
Y luego, en casa, estaba bien. Mis hijastros me aceptaron y, al ser tan bebés, tuve una relación con ellos muy maternal desde el principio. Yo estaba muy feliz y me gustó mucho la faceta de mamá. Pero mi entorno no lo entendía, pensaban que mi carrera la estaba tirando por la borda… De pronto, una amiga me dijo: ‘Bueno, no pasa nada, estás criando. Ya está. Llegará un momento en el que puedas volver a dedicarte a tu carrera profesional. Tienes que pensar que ahora mismo esto es lo que te está haciendo feliz y punto. Nadie debería de juzgarte’. Y estas palabras me salvaron porque me sentía una fracasada como amiga, hija, madrastra… Porque mi gran dificultad es que la relación con la expareja era muy complicada pero todo el mundo me decía: ‘Es que tienes que entenderlo porque es la madre de los niños’.
«Buscabas madrastra en internet hace años y te salía pornografía o noticias escabrosas»
– ¡Qué complejo!
Aina: Lo es porque, estando bien en casa, ¿por qué el ámbito social me estaba haciendo sentir tan mal? Pero, por una vez en mi vida, seguí mi instinto y decidí hacer lo que quería. ¡Sería culpa mía si no salía bien! Pero salió adelante, aunque con mucha presión social. Y estoy contenta, aunque a veces también frustrada porque hoy, a mis 36 y tras tener mis hijos, he retomado carrera profesional.
– Berta, ¿tú también viviste esa presión social?
Berta: Nuestras experiencias son muy diferentes. Yo lo viví con mucha soledad porque ninguna de mis amigas tenía hijos y, mucho menos, hijastros. Que yo me fuese a vivir con un hombre 14 años mayor que yo y que, además tenía un niño, era marciano. No había posibilidad de diálogo con mi entorno y me fui distanciando porque no encontraba la interlocución que yo necesitaba.
A mis padres o, mejor dicho, mi madre y mi padrastro, porque soy hija de padres separados, se lo dije pronto y no fue tanto la vergüenza de darles la noticia. Llevaba peor que viesen cuánto me estaba costando encajar todo, lo perdida que estaba… Por eso me aislaba. Cuando venían a visitarme, mostraba una gran sonrisa, como si todo fuese bien, porque no quería compartir mi malestar de interno. Fue muy intenso durante los primeros dos años. Tuve una crisis personal muy fuerte y me tuve que ir de casa una temporada porque era tal mi ansiedad por encajar, darlo todo…Mi vida se ponía en pausa cada vez que venía el niño, sólo me centraba en estar para él, en lo que le gustaba, para sentirme parte. Y eso que me aceptaba.
Por otro lado, se juntó otro factor: yo quería ser madre. Muy al principio de nuestra relación, hablé con mi pareja de ello. Él venía de una separación difícil con un niño y no quería volver a pasar por lo mismo. Mis ganas se chocaron con sus miedos. Fue muy difícil y, por él, no habría tenido más hijos pero se mostró abierto a vivir esa experiencia conmigo si la relación funcionaba. Nos dimos dos años. Yo, racionalmente, sabía que era una medida de precaución pero empecé a comparar su primera experiencia de paternidad (‘me pones condiciones’, ‘tienes dudas’…), imaginándome que no iba a querer a mi hijo igual que al otro, que no le haría la misma ilusión vivir la experiencia conmigo o que esos dos años eran para mi un periodo de prueba. Y esto es algo que vivimos muchas madrastras, aunque no es exactamente así. Pero es como ‘tengo que ser la madrastra perfecta para conseguir realizar mi sueño de ser madre‘.
– Osea, ¿muchas mujeres tienden a pensar que están por detrás?
Berta: Son numerosas las ocasiones en las que se equipara la relación de los hijastros y los hijos. Por tanto, te sientes a prueba ya no sólo como pareja. Pero hay que entender que la relación con tu hijastro y tu hijo es diferente. Ha sido un proceso largo de revisar muchos prejuicios e ideas preconcebidas. Pasar por todo esto, agravó mi malestar.
– Hoy, muchas mujeres os tiene a vosotras pero… ¿Cómo se cruzaron vuestros caminos?
Aina: Aunque nuestras experiencias son diferentes, tiene muchos puntos en común. Yo estaba feliz en mi rol de madre, pero todo mi problema era el conflicto con la ex, cuando realmente yo no pintaba nada en ese en ese problema.
Fue un proceso interno el asumir y aceptar la situación que había y ponerle nombre. Mi pareja me dijo que me hiciera un blog contando lo que estaba viviendo porque alguien más tendría que haber en mi situación. Lo hice y así encontré a Berta, que ya tenía su propio blog: Ser madrastra. El encontrarla, me hizo crecer muchísimo porque al fin pude empezar a poner nombre a lo que sentía y vivía. Empecé a tener un espejo en el que mirarme y analizarme para poder empezar a colocar las piezas del puzle porque si no le pones nombre a lo que sucede, no existe. Y yo con Berta lo pude hacer. Empezamos a querer formarnos juntas para hacer hacer un proyecto común y divulgar, queríamos formarnos para ser especialistas en este tema y crear algo que de verdad, con rigor científico, ayudase a otras mujeres.
– ¿Qué es ser madrastra hoy en día? ¿Hay muchos tópicos?
Berta: Creo que todavía hay mucho tabú y estigma. Para mi, ser madrastra tiene dos caras. Una es asumir un proyecto familiar de alta complejidad. Por otro lado, es hacerlo asumiendo un rol que está estigmatizado y este estigma va a afectar a tus relaciones dentro y fuera de la familia, a tu valor social y a tu autoestima.
Por tanto, tienes que asumir toda esta complejidad (niños que no son tuyos, conflicto con la expareja, divorcio, un menor que está viviendo la separación de sus padres) y que tú estás asumiendo un modelo familiar que frustra todas tus expectativas porque nadie quiere ser madrastra. Esa es la la pura realidad. Hay un montón de duelos en medio y todos los implicados conviven con relaciones que son muy nuevas. La pareja es la que sostiene todo pero carece de fundamentos, comunicación, etc. para sostener todo. Digamos que es una relación de gran complejidad, con unas bases muy pantanosas.
Además, hay una serie de mandatos muy pocos respetuosos que la madrastra tiene que seguir si no quieres ser la bruja piruja: ‘tienes que querer a los hijos de tu pareja como si fueran propios’, ‘tienes que cuidar de manera abnegada’, ‘tienes que respetar toda la dinámica familiar previa porque los menores han pasado por mucho’… Y, mientras tanto, tú, como madrastra, se supone que no estas pasando por nada, se supone que tienes que amar, cuidar, no esperar tener ningún tipo de reconocimiento, tampoco puedes tener voz a la hora de negociar las dinámicas familiares porque ‘tú no eres madre‘. Y tampoco esperes que los hijos te quieran porque ‘madre sólo hay una’.
Todo este tipo de ideas hacen que sea insostenible y tiene que ver con ese estigma de la madrastra: ‘tienes que dar todo sin esperar nada porque no eres madre’.
Esto es una parte muy importante del trabajo que hacemos porque damos herramientas para la gestión de esta dificultad familiar pero, además, para estar cuestionando constantemente todas esas ideas que lo único que hacen es hacerte daño a ti y a toda la familia, porque en base a eso no se puede construir un proyecto familiar en el que todos cuenten y tengan su sitio.
– ¿Así que es inevitable que la madrastra se sienta siempre como la peor persona?
Berta: Al principio sí, hasta que te plantas. Creo que hasta que no encuentras un grupo de madrastras que cuestiona todo este un mandato social, necesitas tu propia estructura para poder cuestionarlo. Y de ahí la importancia de los los grupos de madrastras en los que poder hablar y ver que eso ‘no me pasa sólo a mí’. Así es como la mujer descubre que no está loca si no que se trata de un problema social: ‘¿Por qué no cuidar a esos niños como si fueran mis propios hijos?’, ‘¿Por qué no puedo decir hasta aquí?’, ‘¿Por qué tengo que respetar la dinámica familiar anterior?’. Es normal que una madrastra quiera tener voz y eso no significa que sea una bruja. Es un proceso individual y social.
Aina: Y es muy duro. Nosotras, además de divulgar sobre el tema o de ofrecer atención personalizada, tenemos una comunidad privada donde las chicas hablan y les ofrecemos más materiales para que tengan herramientas. Y es muy llamativo cuando una da el paso y dice que va a decir ‘no’ a muchas cuestiones. No se siente ya sola, si no arropada. Porque como te sientes tan sola, crees que si te enfrentas a todos estos mandatos que tienes impuestos, lo que te queda es la nada. Seguimos experimentando los fracasos de las relaciones como vitales. Hay madrastras que empiezan a tomar ciertas decisiones y la familia se transforma para bien y hay otras a las que le supone una ruptura de pareja. Pero también hay que entender que no pasa nada si la relación finaliza. Merece más la pena enfrentarnos a una ruptura de pareja que ti te haga bien, que estar subyugada y sufriendo. Puedes ser madrastra sin sentir que estás en una cárcel.
«Es normal que una madrastra quiera tener voz pero eso no significa que sea una bruja»
Berta: Es que ‘tienes que querer como una madre, pero no tienes que esperar ser como una madre’; ‘no puedes ser una amiga pero tampoco una figura de autoridad’; ‘tienes que cuidar y asumir la responsabilidad, pero no tienes la autoridad para ejercer esa responsabilidad’. Sin embargo, si tú estás con esos niños, los estás cuidando y necesitas tener una autoridad para poner límites, para protegerlos… ¡Pero no! Lo que se pide a las madrastras es tan contradictorio… Por eso, muchas se sienten inadecuadas cuando lo inadecuado es la configuración del rol.
Aina: Si una madrastra cocina, lava la ropa, la deja preparada para que la cuelguen en el armario y, sin embargo, se la encuentra tirada por la habitación, es una falta de respeto hacia ella. Pero no puedes dejar de hacerlo porque entonces estás siendo egoísta, infantil… ‘porque son sólo niños’.
Berta: Tampoco puedes decirles que la guarden porque ‘no es tu lugar’.
– Se trata de poner límites, una cuestión que tanto se exige a los niños. Pero los adultos son los primeros que han de saber ponerlos con uno mismo y con la pareja ¿no?
Aina: Eso es. Socialmente, está muy asumido que a la madrastra se la desacredite verbalmente, sin ir más lejos, con el colegio o en el médico. Que los niños tengan que crecer en este ambiente, escuchando ciertos comentarios que le hacen creer que la madrastra no es nadie y que no tiene autoridad, les hace mucho daño porque les estamos diciendo que su padre y su madre son la autoridad cuando están con ellos; en el colegio, es la profesora; en casa de los amigos, son los padres de esos amigos; si le dejamos con la canguro, es ella la autoridad pero, cuando están con la madrastra, no. ¿Cómo puede ser? Estamos educando a pequeños monstruos si les enseñamos a desacreditar a esa autoridad. El mecanismo social en el que vivimos está hecho para desacreditar a la madrastra.
– ¿Cómo responden las parejas ante todo este proceso que una madrastra atraviesa y, en segundo lugar, les implica?
Berta: Al principio, suelen venir con precaución porque también es verdad que es un espacio que se llama ‘Ser madrastra’ y ellos piensan que va a ser una cuestión de bandos. Realmente, funcionan como tal porque cuando los hijos no son comunes, hay una desconfianza porque ‘tu prioridad no son los niños. Tienes otros intereses’. Lo cual, en parte, es cierto: tu prioridad como madrastra no son los hijos de tu pareja, si no tu relación de pareja. Y esto se se ve como algo negativo.
Además, cada uno está gestionando sus propios duelos: el padre ya no puede estar siempre con sus hijos, tiene miedo de perderlos, ha de gestionar la complicada relación con la expareja…. Al mismo tiempo, la madrastra está preocupada porque quiere encontrar un lugar en la familia, necesita que su pareja se implique con ella y la introduzca en el mundo de los niños, tiene que hacer su propio duelo por el tipo de familia que ya no va a poder tener… Como cada uno está en sus procesos y son tan diferentes, a veces es muy difícil que pueda haber empatía y esto hace que muchas parejas empiecen a funcionar como enemigos, con desconfianza, sin formar equipo, etc. Por eso, lo primero que hacemos es deshacer estas posiciones tan polarizadas porque, para funcionar como pareja, hay que atender tanto a lo del uno como lo del otro, incluso aunque muchas veces no entiendas, ni vas a llegar a entender, el malestar del otro. Hay que permitir que ellos se encuentren desde la diferencia.
Normalmente, los padres suelen sorprenderse porque todavía albergan la esperanza de que, de alguna manera, su pareja va a hacer un proceso y al final van a conseguir tener una familia parecida a la que tuvo, es decir, el tradicional porque, al final, es el único modelo que tenemos y el único que se ve como positivo. Entonces, les choca que les digas que su familia no va a parecerse a lo que tenían o que los roles en casa no van a ser los mismos y que, aún así, puede ir bien.
Cuando empezamos a nombrar esta necesidad de cambiar la mirada, a veces les choca y se se resisten porque supone una pérdida. Esto hay que trabajarlo para que puedan abrirse a un modelo familiar distinto, en el que su pareja va a querer mucho a sus hijos o, a lo mejor no, y hay que establecer una relación de respeto en la que ellos van a tener que asumir papeles que no están en la masculinidad tradicional porque van a tener que ser los principales cuidadores.
– Entonces, ¿cuál es el objetivo a conseguir con tantos implicados, diferentes posturas…?
Aina: Primero, el propio. Entender que estamos construyendo lo que significa ser madrastra, cambiando el estereotipo que nos han contado por uno real. El modelo que tenemos de ejemplo no es la maternidad. Ser madrastra es lo que tú necesitas y quieres que sea. Y está bien aunque todo el mundo te diga que tienes que ser como una madre sin serlo. No. Tienes que encontrar tu modelo que puede ser implicarte al máximo con los hijos y quererlos como si fueran tuyos, o establecer una relación de respeto y mera cordialidad porque a ti lo que te interesa es tu relación de pareja. Y no pasa absolutamente nada. No hay dos madrastras iguales, cada una tiene que encontrar su lugar. Y mirar fuera nunca va a ser la solución.
Lo mismo pasa con entender el modelo de familia: no es reconstituida, sino enlazada. Implica que tú estás creando tu núcleo a la vez que hay un núcleo o varios núcleos en paralelo que van a estar relacionados contigo porque hay unos niños implicados. Y hay que aceptar que esto es así y cooperar de la mejor manera posible, sin estar constantemente mirando lo que hace el otro núcleo, juzgándolo y quejándonos. Cada uno que trabaje lo suyo, olvidándose del modelo tradicional familiar. La pareja tiene que trabajar para tener una estructura férrea. No hay modelo de referencia, hay que crearlo, y eso da vértigo.
– Aunque no haya modelo de referencia, todas las parejas pasan por las mismas fases. ¿Cuáles son?
Aina: Nosotras detectamos las fases de la configuración de ser madrastra y las de la configuración de la familia.
Berta: Sí, pasan por lo mismo porque inicialmente casi todos venimos con todas esas ideas preconcebidas de lo que debe ser la familia o de lo que debe ser la pareja. Ante esas expectativas, todos nos sentimos unos fracasados.
Primero te esfuerzas muchísimo por emular ese modelo a nivel de pareja, de madrastra y crianza. Como no lo consigues, hay un momento de caída (‘soy un desastre’) y después llega la aceptación y tristeza (‘no voy a poder tener eso que yo pensaba que sí’).
Tras ello, poco a poco, hay un proceso también de empoderamiento: asumes que ese modelo no era el tuyo y que hay que toca encontrar ‘mi manera’, saltándote todo lo establecido. Es cuando muchas parejas terminan rompiendo porque ‘la relación no funciona’, cuando lo que no funciona es el modelo que tenemos establecido.
Las parejas que sí superan este momento experimentan una gran sensación de unidad porque han atravesado mucho durante mucho tiempo, alcanzando una gran complicidad. Nosotras siempre decimos que la luna de miel de estas parejas enlazadas llega años después. Y eso es muy bonito.
– Es lógico que muchas rompan. Las relaciones de pareja, de por sí, son ya complicadas…
Aina: Las expectativas en estos casos son muy malas aliadas y luego tenemos la mala costumbre de no expresar lo que esperamos del otro, ¡y no sabemos leer la mente! Por eso siempre recibes reproches cuando no das lo que se supone que esperan de ti.
Berta: Las madrastras en este proceso somos muy revulsivas porque, dentro de este tinglado familiar, aunque todos lo pasamos mal, la posición más incómoda es la de la madrastra porque hay una expectativas puestas sobre ella muy altas. Y al ser la primera que rompe con esos mandatos sociales, incluso la pareja llega a pensar que ella es el problema.
Las mujeres, además, arrastran problemas de ansiedad, estrés y físicos porque esta situación tiene un impacto muy fuerte en su salud. Por eso, el padre tiene que sumarse también a ese paso que la madrastra da de romper con los modelos establecidos. Y, si no sucede, puede haber muchas rupturas.
Tenemos que entender que cada uno tiene que hacer sus propios duelos. Primero, la madrastra trata de satisfacer las expectativas del padre de tener ese tipo de familia tradicional. Sin embargo, ella ya tiene suficiente con lo que tiene y él ha de atravesar el duelo de que ese modelo familiar que tuvo ya no lo va a tener. Y hacerlo por separado para que eso funcione.
– ¿A qué problemas sociales os enfrentáis?
Aina: Con el colegio tocamos hueso. La sociedad no está preparada para tratarte como madrastra, sólo para que seas una cuidadora ocasional.
Berta: Los colegios no tienen protocolos, no hay opción de incluir a los nuevos modelos de la familia. Sólo existe un padre y una madre. Cuando aparece la madrastra, todo el mundo se empieza a poner nervioso. Nos hemos encontrado con situaciones esperpénticas.
Aina: A mis hijastros, les llevo al colegio, les recojo otras veces, me abrazan cuando me ven… Y las maestras me informan de cómo han pasado el día en ese momento. El pasado curso, yo iba a ir a una tutoría pero a la madre no le gustó. El colegio se puso nervioso y a pesar de que casi toda la formación relevante me la daban todos los días, me dijeron que por protección de datos no podía ir a las tutorías. Las madrastras quedamos excluidas. ¿No puedo ir a las tutorías, pero sí recogerlo y contarme cómo les ha ido el día? Entonces, sí puedo ser la chacha pero no puedo hablar ni expresarme.
Berta: Porque eso implicaría un reconocimiento de tu autoridad, que ahí es donde va el problema: reconocerte como una figura parental, que es lo que eres, que cría y educa.
Aina: Yo al colegio les he dicho lo que tenía que decir. También le firmé a mi hijastro una autorización que necesitaba llevar porque a su padre se le olvidó y… ardió Troya de nuevo porque ‘¿quién soy yo para firmar esa autorización?’ Y yo ya, que ya tengo el lomo curtido, le dije al colegio que estaba casada con el padre de esa criatura y que yo, legalmente, soy familiar de primer grado del menor. Si a su padre o a su madre les pasara algo, yo soy la responsable de ese niño, no los abuelos ni los tíos. El colegio no sabía dónde meterse, comprobaron que los que les dije era verdad y me pidieron disculpas porque no sabían que estábamos casados. ¡Esa no es una información que haya que dar para que se nos reconozca como personas de pleno derecho! ¿Qué educación están dando a los menores? No hay protocolos ni los quieren crear y cada vez hay más familias separadas.
Berta: Precisamente, nosotras queremos crear un protocolo para las escuelas que quieran. Hay que hablar de nuevo roles, de incluir la diversidad… ¡Los niños no saben ni cómo llamarnos! A los colegios les cuesta mucho gestionar este tipo de situaciones y hay que cambiarlo.
Aina: Yo quise denunciar un caso de acoso escolar pero no pude porque ‘no soy interlocutor válido’. Si llama una tía, sí que vale. Y así sólo conseguimos dejar desamparado, en este caso, al menor. ¡Hasta unos padres en mi colegio han enviado a una mujer pagada para que fuera a la tutoría y es válida! ¿Y yo no?
«La sociedad no está preparada para tratarte como madrastra, sólo para que seas una cuidadora ocasional»
– Entonces, ¿se supone que el padre te ha de autorizar?
Aina: Legalmente, sí. A principio de curso, tú informas al colegio de a quién autorizas para recoger a los hijos. Pero cuando es la madrastra, hasta en el colegio dicen que la madre, no solo el padre, te tiene que autorizar. ¡Pero la madre de mis hijastros no es mi tutora legal! Yo no tengo patria potestad, no voy a tomar decisiones activas acerca de la educación o sobre la sanidad de mis hijastros pero, sí les he llevado al centro de salud porque se ha abierto la cabeza estando en el parque. Pero si se trata del colegio, no puedo.
Berta: Los centros escolares se erigen como protectores de la familia tradicional, calificando de ‘desestructurada’ a una familia separada, cuando no es verdad. Pero cuando entra una madrastra en juego, se la ve como un peligro y esperan que no pretenda ser reconocida aunque sí lleve y traiga a los niños. Y yo creo que lo hacen pensando que eso podría dañar los niños y también por lealtad a la figura de la madre. Si mi pareja me autoriza, no necesitas la autorización de la madre porque él, en su ejercicio de la patria potestad y en el tiempo que le corresponde, decide quién va a cuidar de sus hijos.
– Si eres una madrastra insegura que no sabe, no tiene apoyo legal… Te rindes ante el sistema.
Aina: Es una picadora de carne y de emociones de los niños. Mi hijastro tuvo que rehacer su árbol genealógico porque no me podía poner, ya que su madre no le dejaba. Y le dije que no me pusiera, pero que sí a su hermano. No hay necesidad de hacerles pasar por esos tragos.
– La expareja seguro que siempre es fuente de discusión. ¿Cómo se hace para no tener siempre en el punto de vista a la madre de los niños?
Aina: Los hijos tienen que entender que el conflicto pertenece a los adultos y que ellos no son el problema, pero sienten que lo son. Yo decidió que no iba a hablar mal de ella y me centré en dar herramientas a mis hijastros para que entendieran que sus padres son como son, que nadie es perfecto y que tenían que cooperar de la mejor manera posible. Y les insistí mucho en que hay cosas que las tienen que hablar con su madre. Es muy difícil.
Berta: Las mujeres tampoco estamos preparadas para que haya otra figura femenina y, en parte, competimos porque, aunque no quieras, entras en la comparación. La madre no va a hacer el trabajo de aceptar tu presencia y siempre va a estar en conflicto. La madrastra tiene que aprender a no focalizar tanto en lo que hace o deja de hacer la madre y poner a su pareja en el lugar que le corresponde, aunque a ellos no les guste, porque es un lugar muy difícil. Así se recupera el control. Y las madrastras tienen que asesorarse legalmente para saber lo que pueden o no hacer. Por ejemplo, hay progenitoras que acosan a las madrastras pero tú tienes que saber que tienes derecho a poner una orden de alejamiento.
Aina: Cada uno tiene que hacerse responsable de lo que le corresponde porque las madrastras tenemos la tendencia a cargarnos con todo. Cuando tu pareja coloca las cosa en orden, todo fluye.
Berta: Tienes que cambiar tú la posición, no esperar a que la otra cambie y se convierte en tu obsesión. Tienes que asesorarte, decirle a tu pareja las cosas para que ponga límites y no hacerte cargo del daño que se pueda causar a los niños porque no es responsabilidad tuya, sino de su padre y de su madre. El acto de soltar a veces es difícil, pero muy necesario.