En un momento en el que las pantallas están bajo la lupa de familias, sociedad y Estado, María Couso analiza en su último libro, ‘Cerebro y Pantallas‘ (Destino), cómo el móvil o la tableta impactan en el desarrollo cognitivo en la infancia y la adolescencia. Y lo hace desde la más estricta evidencia científica, con un pormenorizado repaso a cómo se desarrolla el cerebro en los menores y que, sin duda, marcará su futuro para siempre.
«Les estamos robando de manera sutil posibilidades de desarrollo», alerta esta pedagoga y maestra especializada en neuroeducación. Y es que las aparentes inofensivas pantallas, que tanto salvan a las familias para poder comer de manera sosegada en el restaurante, «conllevan un deterioro del aprendizaje y un aumento del uso emocional».
– Dedicas el libro a la infancia y a la adolescencia, «por todo lo que les hemos robado?». Duras palabras, ¿no?
Creo que es una responsabilidad social educar a la infancia y a la adolescencia. Y no lo estamos haciendo bien. Deberíamos atender más a la evidencia científica y dejar de utilizarles como conejillos de indias. ¡Hay muchas investigaciones que ratifican el impacto pernicioso de las pantallas! Y la situación nos erige como culpables.
– ¿Qué se les ha robado y quienes son los responsables?
Les hemos robado la posibilidad de tener una infancia y adolescencia llena de estímulos en un mundo en el que poder comunicarse mirando a los ojos y no a través de una pantalla. Y ese tiempo ya no va a volver para permitir ese desarrollo adecuado de las redes neuronales, que es vital y sólo se produce en esas etapas de la vida, para que tengan un correcto funcionamiento el día mañana.
Es un problema complejo, del propio sistema, estructural y social. No podemos dar respuestas simplistas y con un único enfoque individualista. Implica cambiar muchos aspectos en nuestra sociedad, el ritmo de vida, el darle la importancia que merecen realmente la maternidad y la paternidad que se supone que han de estar protegidas por el estado del bienestar… Todo ello son posibles soluciones porque no proporcionar un sistema que apoye la crianza hace que todas las familias caigan en el uso de la pantalla como niñera.
– A lo largo del libro, narras diferentes situaciones en las que has visto cómo madres y padres daban móviles a sus hijos, en cualquier momento y lugar. ¿Hemos normalizado el darle la pantalla para calmar la rabieta? ¿El que estén con el móvil en el restaurante para que no molesten?
Yo no lo he normalizado. He visto situaciones, sí, y todos las vemos en nuestro día a día y, quizás, hay quien sí le parece normal. Hubo una situación que sí me escandalizó especialmente y no olvido: una mamá en el supermercado con su bebé, que tenía meses, llevaba el móvil anclado en la barra del carro. Un bebé, lo único que necesita es interaccionar con la realidad, con la mirada de su madre, con esa conversación que le damos tipo monólogo…. ¡Pero su atención estaba secuestrada por una pantalla! Esto es un escándalo porque les afecta al lenguaje. Luego descubrí que este tipo de anclajes para móviles son lo más vendido en las tiendas de puericultura para el propio uso de los menores. Se me escaparon las lágrimas porque… ¿Qué estamos haciendo mal para que nadie se escandalice como yo?
– Si cogiéramos hoy a un niño nacido en los 80′ y le comparásemos con otro nacido en 2020, ¿qué diferencias habría?
La regulación de la tolerancia a la frustración, es decir, la capacidad de esperar sin que un intermediario les distraiga. Yo, que nací en 1986, aprendí a esperar en la consulta del médico. Y esa regulación existía incluso cuando un niño transitaba en la rabieta, con un adulto acompañándole y ayudándole a regularse. Hoy, los niños no tienen esa tolerancia a la frustración, les falta saber cómo gestionar las emociones e, incluso, reconocerlas. No estamos bien alfabetizados a nivel emocional y cuando no reconoces las emociones, no puedes pedir empatía, inteligencia emocional…
Otra diferencia que me gustaría destacar es el lenguaje, que ha de ser estimulado desde la cuna. Las redes que lo articulan en nuestro cerebro se sitúan en el área de Broca, que está en el hemisferio izquierdo, y se activan a los tres meses de vida gracias a las conversaciones del entorno. Privarles de una interacción en la que medie el lenguaje en un tiempo simultáneo sincronizado, no siendo una máquina que te aporta vocabulario, impide construirnos. De hecho, se ha observado que los niños menores de 4 años nacidos en los últimos tiempos tienden a una merma de la mielinización en las áreas del lenguaje cerebral, es decir, sus conexiones son de peor calidad que las generaciones anteriores, lo que impacta directivamente en su desarrollo cerebral. Tienen peor desempeño gramatical, menor extensión de vocabulario…
– Y todo ello les influye en su aprendizaje, en su relación con el mundo…
Las relaciones están mediadas por la capacidad de comunicación que tenemos. ¡El lenguaje oral es nuestra clave! Si desde la infancia nos relacionamos con la pantalla, si no hay una mediación de un adulto que nos traslade a la humanidad, todas nuestras relaciones se verán afectadas. ¡Tenemos una alteración de base!
No hay indicios de que el cerebro pueda ser desarrollado con una pantalla. Los niños de ahora no necesitan cosas diferentes a los de hace cuatro décadas o a los que nacieron hace mucho antes porque seguimos teniendo las mismas redes neuronales. Es decir, seguimos necesitando lo mismo: la mediación de un adulto. Los seres humanos somos sensibles a la interrelación pero la estamos sustituyendo por una pantalla.
– ¿Somos conscientes de cómo les afecta en su educación? Por cierto, en los colegios hay tabletas, digitalización…
No lo somos. Estamos obnubilados con el desarrollo de la competencia digital y no dominamos el conocimiento per se, el correcto lenguaje, la adecuada lingüística… Si alteramos ese camino que deberíamos transitar desde muy pequeños y buscamos caminos adyacentes, estamos cambiando el destino.
Se están bajando las exigencias académicas, el propio sistema no dedica los recursos necesarios a lo básico pero sí los destina a la competencia digital y, encima, sin saber muy bien cómo ni cuándo aplicarlos. No hay que destinar recursos desde la infancia para proveerles de una pantalla. Hay otras necesidades antes, como la bajada de ratios, algo que reclama incluso la OCDE, para que no haya una quiebra del sistema educativo. También hay que dedicar atención a la neurodiversidad, etc. Todos tenemos un cerebro distinto y un docente se tiene que enfrentar a enseñar con una única forma a 25 cerebros diferentes.
Hay que replantear hacia donde tienen que ir los recursos económicos. Es más importante mejorar la formación del profesorado que invertir en pantallas para el colegio. Doy formaciones en centros educativos y los docentes tienen un gran desconocimiento acerca de los trastornos del neurodesarrollo (autismo, TDAH…). No se están atendiendo las necesidades reales del sistema para dar calidad educativa.
Con ello no quiero decir que no tenga que haber pantallas en los colegios. Tendrán que estar a partir de una determinada edad, analizar muy bien su uso, etc. porque las pantallas no valen para todo. Es fundamental tener en cuenta antes la pedagogía. ¿Por qué no se dota al sistema de las bases necesarias para que se construya adecuadamente y no en una digitalización que no sólo no aporta nada sino que, además, no es inocua?
Luego, nos llevamos las manos a la cabeza. ¡Metemos muchas pantallas y ya si eso después, cuando los estudios lo digan, las quitamos! ¿Cómo se puede jugar así con la infancia? No se puede experimentar así con los niños. Es verdad que existe poca evidencia porque hay ciertos intereses pero que exista poca evidencia no quiere decir que no haya un impacto negativo en sus cerebros.
– ¿Por qué les perjudican las gratificaciones inmediatas, que es lo que obtienen con la pantalla?
El impacto que se genera en el cerebro es a largo plazo pero el ser humano es cortoplacista por especie y nos encanta lo inmediato. La inmediatez con la que vivimos a través de las pantallas no nos hace bien alguno porque, para manejar un móvil o una tableta, no necesitamos desarrollar una habilidad. Al niño le encanta usar ese dedo mágico con el que activa la pantalla en busca de la recompensa inmediata. Estamos codificados para pensar más en la recompensa inmediata que en la retardada. ¡Los adultos somos los responsables de enseñar a los niños la autorregulación pero no les damos las herramientas! Les decimos ‘tienes que aprender a esperar’ pero, con 4 años, les estamos dando una tableta. Les estamos mandando un mensaje contradictorio porque nuestras palabras no coinciden con nuestros actos.
– Dices que la atención está en peligro de extinción. ¿Por qué?
Porque las pantallas hacen todo lo contrario. Los procesos atencionales son muy complejos porque implican redes neuronales arduas que necesitan de mucho tiempo y de una correcta estimulación. Y está comprobado que, para que la capacidad de atención se desarrolle, debe tener estímulos a una velocidad lenta.
Sin embargo, en las series infantiles actuales, hay unos cambios abruptos de imagen por minuto: si en ‘Verano Azul’ había 5, en las producciones de hoy podemos encontrar hasta 26 cambios por minuto. En ‘Henry Danger’, por ejemplo, puede llegar a haber 44 cambios abruptos por minuto, y en ‘La Abeja Maya’, que se ha remasterizado, hasta 59. ¡Hablamos de un cambio por segundo! Es un ritmo de estimulación muy rápido para cualquier cerebro infantil cuando lo que queremos es desarrollar la atención.
– Cuesta creer el panorama. Además, en la infancia, que aún controlas a los hijos, se supone que es más fácil pero con los adolescentes…
La adolescencia tiene ciertas características neurobiológicas por el momento de desarrollo en el que se encuentran. El control del impulso propio se encuentra en la corteza prefrontal, que se desarrolla a un menor ritmo en la adolescencia. Si con esta base innata, basada en la impulsividad, exponen su cerebro a estímulos diarios con mucho impacto, aún se exacerba más esa falta de control de impulsos.
Entonces, los adolescentes actuales, por un lado, son más impulsivos que los de décadas anteriores y por eso les preocupa mucho más la pertenencia al grupo, el compartir en redes sociales. Y luego está el sesgo de prestigio y conformidad, del que hemos de hablar. En generaciones anteriores, admirábamos a personas por lo que hacían, por sus actos (a un determinado cantante por su música), pero hoy admiran a los influencers en base al número de seguidores o de ‘likes’.
El sesgo de prestigio no se basa en el ser, sino en el tener. Esta es la principal diferencia. De ahí que chicas cada vez más jóvenes sean las que lideren las operaciones estéticas. Existe una baja considerable de la autoestima entre la juventud y está relacionado con el aumento de las tasas de suicidio, autolesiones, etc. Es verdad que no hay una causalidad demostrada pero sí existe cierta correlación.
Respecto al sesgo de conformidad, los jóvenes, antes, cuando salían en grupo y había algo que no les gustaba, se buscaban otro grupo. Así ibas construyendo tu personalidad. ¡Pero hoy no hace falta ni que salgas de casa para relacionarte! Basta con meterte en las redes sociales para interactuar y ver lo que hace el grupo mayoritario. ‘Es lo que tengo que hacer para encajar’, piensan los adolescentes, porque estamos hiperconectados.
– ¿Cómo ves el futuro?
Soy optimista y pienso que podemos cambiar porque el cerebro tiene una característica muy importante, es plástico. ¡Estamos a tiempo y la situación podría ser reversible bajo una correcta directriz!
Quiero decirle a las familias que es difícil, que cuesta mucho y va a doler, pero se pueden cambiar las cosas. La educación es una de las tareas más difíciles en la vida. Es importante explicar a los hijos todo esto que hemos hablado, cómo les impactan las pantallas, adecuándoselo a su edad, hablando mucho con ellos. Es más impactante la prevención que la intervención, pero esta última funciona y, aunque cueste, funciona mejor si compartes la información y explicas a los menores que son susceptibles de sufrir una adicción tecnológica.