En uno de esos lugares en Ucrania en los que, a pesar de la guerra, la población se siente (o se sentía) segura, esta madrugada ha caído un misil matando a cuatro personas e hiriendo a más de tres decenas. Es un barrio residencial tranquilo y lleno de árboles de una ciudad, Lviv, por la que pasan los refugiados de camino a Polonia y a la que se han mudado muchos desplazados internos buscando la seguridad que no tienen en las ciudades y pueblos más cercanos al frente. Justo allí, en una cafetería al lado del edificio atacado, dos compañeros del periódico y yo entrevistamos hace dos meses a Dasha, una mujer de 30 años que se mudó a Lviv desde Járkov para huir de las bombas constantes. En esa cafetería, en ese barrio, en esa ciudad, se sentía a salvo. Enfrente había un parque inmenso lleno de tulipanes, de niños y de soldados paseando con sus familias en uno de esos escasos momentos de tranquilidad y paz que deja la guerra.
Habíamos quedado para hablar de amor. De su historia de amor con un soldado, de cómo se construye una relación en medio de un conflicto bélico que apenas les permite verse en persona. Con mucho cuidado, sin prisa, me dijo. Con tanto cuidado que tardaron en decirse que se estaban enamorando, que ya se habían enamorado. “Todo era tan frágil y tan tierno a la vez que me daba miedo romperlo con palabras grandes”, contaba Dasha. Hablaban cada día, se mandaban mensajes, fotos, regalos.
A él lo habíamos visto días antes entre el sonido de los tanques disparando en un entrenamiento militar cerca de Kramatorsk, un frente complicado. Nos contó que cuando le llega un regalo de Dasha desde Lviv no lo abre de inmediato. Mira el paquete, cualquier detalle con el que pueda imaginar algo de ella, de cómo lo empaquetó, lo mandó, la letra con la que está escrito el nombre del destinatario, el nombre del remitente. Lo guarda unos días antes de abrirlo porque lo quiere disfrutar más tiempo. Tiene 31 años, no es soldado profesional, no había empuñado un arma nunca, está combatiendo para defender a su país y la relación con ella es casi lo único que le devuelve por un instante a una vida normal tras más de 16 meses en el Ejército en medio de un conflicto bélico salvaje. “He entendido muchas cosas en este tiempo”, reflexionaba. “Que el amor no es solo un sentimiento, sino también un acto de voluntad, una decisión. No es fácil decidir luchar, como hice yo, y tampoco lo es decidir amar de verdad a alguien. Y pasa cuando pasa, como la guerra”.
Viendo las imágenes del inesperado ataque de Lviv y las fotos de Luis de Vega, que también estuvo aquel día de mayo con Dasha, hemos vuelto los dos a aquel día, a aquella conversación en una cafetería que ahora se levanta junto a los escombros de un edificio en el que sus habitantes, hasta hoy, vivían tranquilos creyéndose a salvo. Un ataque atroz para atemorizar a los civiles recordándoles que, vivan donde vivan, en Ucrania no hay lugar seguro. La guerra lo atraviesa todo.
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