Es como un largo tajo en las verdes llanuras de Europa oriental. Unos 700 kilómetros de valla de alambre, revestida de cuchillas de concertina, separan Lituania de Bielorrusia. En un margen, el territorio de la OTAN y la Unión Europea; en el otro, el del aliado de Moscú, que Vladímir Putin ha empleado como lanzadera para la invasión de Ucrania. La crisis de 2021, cuando cientos de migrantes cruzaron ilegalmente desde Bielorrusia, ayudados por el régimen de Aleksandr Lukashenko en lo que la UE consideró un “ataque híbrido” de Minsk —y que dejó a miles de personas en el limbo en las puertas de Europa, maltratadas por las autoridades de ambos lados—, alumbró la valla. Lituania incrementó la seguridad en sus fronteras, además, cuando Rusia lanzó la guerra sobre Ucrania. Ahora, el posible traslado a Bielorrusia de miles de mercenarios de la oscura compañía Wagner, el juego al despiste en sus movimientos tras su fallido motín contra la cúpula militar rusa, y la supuesta instalación de armas nucleares en ese país añaden un nuevo factor de desestabilización y pueden abrir otra crisis de seguridad en el flanco oriental de la Alianza Atlántica.
El Gobierno lituano ha sido históricamente uno de los más críticos de Europa con el Kremlin por las lecciones aprendidas y la herencia de la ocupación soviética de casi medio siglo. Junto a los otros dos países bálticos, alertó durante años del apetito expansionista de Putin y sus ambiciones imperialistas. Esta semana, el presidente lituano, Gitanas Nauseda, ha vuelto a dar la voz de alarma sobre los “asesinos en serie de Wagner”, que han sido clave en las (pocas) victorias de Moscú en la guerra en Ucrania. “Pueden aparecer en cualquier momento en Bielorrusia y nadie sabe cuándo podrán volverse contra nosotros”, ha advertido, en vísperas de la decisiva cumbre de la OTAN en Vilnius la semana próxima. La capital lituana acogerá a los 31 miembros de la Alianza. Un lugar de simbolismo extremo en un momento especialmente crítico para los aliados —y sobre todo para la zona oriental—, marcado por la contraofensiva ucrania y por el debilitamiento del régimen de Putin con la rebelión de apenas 36 horas del jefe de Wagner, Yevgueni Prighozin, tras la que el Kremlin trata de demostrar que no ha quedado tocado.
La sensación de incertidumbre por el factor Wagner eleva la tensión en el flanco oriental de Europa. Tras el episodio del motín y en vísperas de la reunión de alto nivel, un refuerzo del Ejército lituano, con armas cortas y fusiles, se ha unido a la guardia fronteriza que gestiona el comandante Sigitas Valainis en la zona de Padvarionys (en el sureste). Equipos mixtos de ambas fuerzas patrullan a pie y en coche durante unas cuantas horas al día la valla que atraviesan coloridas mariposas y avispas zumbonas, como si esa gran cicatriz de alambre no existiera. En un pulcro puesto cercano, cuatro agentes vigilan a través de 105 cámaras diurnas y 70 de imagen térmica instaladas en grandes torres en torno a los 33 kilómetros de su distrito. A lo largo de la alambrada, Lituania ha montado, además, un cable de detección del movimiento, explica con frases cortas y concisas Valainis.
La patrulla de turno en la cercana zona de Bajorai, tres oficiales morenos con gafas de sol oscuras que conversan animadamente sobre un tractor bielorruso naranja que lleva varios días plantado y sin moverse tras la alambrada, cree, sin embargo, que el mayor riesgo por ahora no es Wagner, sino el sabotaje a su vigilancia y un nuevo cruce ilegal de migrantes. Como el de finales del año pasado, cuando los oficiales bielorrusos cortaron la valla durante la noche y guiaron a una veintena de personas hasta territorio de la UE, según se ve en las imágenes de videovigilancia grabadas que muestra Valainis en una de la decena de cámaras que cubren la pared principal del centro de control fronterizo.
Polonia, Letonia y Lituania, que lindan con Bielorrusia, están analizando pedir más apoyo para seguridad fronteriza y han advertido a la OTAN de que necesitan “solidaridad y unidad”. El anuncio de Putin y Lukashenko de que se han desplegado en suelo bielorruso armas nucleares tácticas rusas —aunque la Alianza ha asegurado que no hay cambios en la postura sobre armamento atómico de Moscú— y de la construcción allí de un almacén para ellas es “un movimiento de escalada” y una “amenaza directa”, dicen los líderes de los tres países en una carta enviada el viernes al secretario general de la Alianza Atlántica, Jens Stoltenberg.
Advierten también de que la reubicación de los Wagner y de Prigozhin, como parte del pacto alcanzado con la mediación del líder autoritario Lukashenko para poner fin a la rebelión del pasado 24 de junio, generaría “riesgos en la estabilidad política” en Bielorrusia y “la posible pérdida de control sobre las armas convencionales y nucleares”. Además, dicen, su presencia “podría servir de incentivo” para que el régimen de Minsk “vuelva a desencadenar una nueva ola migratoria y una crisis humana”.
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El vínculo de Wagner con países como Libia, República Centroafricana o Malí —dice una fuente de inteligencia occidental que ha seguido Rusia y conoce el trabajo de la compañía—, añade otra derivada. La empresa de contratistas de seguridad que levantó Prigozhin ha actuado como brazo armado oficioso del Kremlin para defender a líderes afines y los intereses de Rusia en el extranjero, y está vinculada a la explotación de recursos naturales. Pero también ha hecho sus pinitos con las mafias de tráfico de personas, asegura la misma fuente.
La Alianza Atlántica considera a Rusia —y al terrorismo— como su principal amenaza. El país euroasiático, y también su guerra en Ucrania, centrará gran parte de los debates de la cumbre de alto nivel de Vilnius del martes y miércoles. Los aliados, entre los que está España, se sentarán a debatir sobre su modelo de relación con Kiev, con una declaración en la que especificarán que el lugar del país está dentro de la OTAN. También se hablará de qué compromisos bilaterales pueden ofrecer algunos Estados al país invadido hasta que la guerra termine, de su eventual entrada en la OTAN, y de la adhesión de Suecia.
Mayor reorganización desde la Guerra Fría
Además, se prevé que la Alianza apruebe su mayor reorganización desde la Guerra Fría en forma de unos planes regionales que, entre otras cosas, consolidarán el objetivo de poner a más de 300.000 soldados en alerta máxima —frente a los 40.000 de ahora—. También incluirá un compromiso de refuerzo en el flanco este, donde se ha acordado expandir los llamados batallones de avanzada (entre 1.000 y 2.000 soldados) a brigadas (entre 4.000 y 5.000), explica Justyna Gotkowska, del Centro para los Estudios del Este.
La localización de la cumbre envía también una señal clara al Kremlin: Vilnius se encuentra a solo 35 kilómetros de esa valla con alambre de espino y a menos de 200 del enclave ruso de Kaliningrado, encajado entre Lituania y Polonia, y del llamado corredor de Suwalki, unos 60 kilómetros de frontera boscosa que unen Bielorrusia con el estratégico enclave y que durante años ha supuesto un problema de seguridad que se incrementó con la invasión de Ucrania. Estos factores, que hacen aún más simbólica la cumbre de Vilnius, han sido decisivos durante años para que se considerase a Lituania como uno de los puntos más vulnerables del flanco oriental de la OTAN.
En las últimas semanas, durante unas maniobras conjuntas para mostrar músculo militar, Alemania anunció que está dispuesta a enviar unos 4.000 soldados y estacionarlos de forma permanente en Lituania, para reforzar el flanco oriental y como respuesta a la agresión rusa a Ucrania y a la tensión en el país euroasiático. Se sumarán al refuerzo del grupo de batalla, también liderado por Berlín y con tropas de ocho países, enviado el mes pasado. Lituania ha reclamado, además, impulsar la protección de los cielos bálticos y que se pase por fin del modelo de “policía aérea” al de “defensa aérea” (más permanente), remarca Gotkowska.
Sin noticias de Prigozhin
Mientras, en Minsk, Moscú y San Petersburgo, Prigozhin, Lukashenko y Putin juegan al despiste. Hace días que no se ha visto al empresario. Esta semana, cuando los canales estatales rusos difundían imágenes del supuesto registro de su mansión en la ciudad del Neva, y mostraban desde lingotes de oro hasta una sala medicalizada, una bañera dorada y un rosario de fotografías del jefe de Wagner con disfraces y pelucas, el líder autoritario bielorruso aseguró que Prigozhin se movía como un hombre libre y que estaba en Rusia. Mientras, los mercenarios, que según el supuesto acuerdo para poner fin al motín, como aseguró Putin, debían pasar a las filas del Ejército regular o marcharse a Bielorrusia como su jefe, siguen en sus campamentos en el Donbás ucranio ocupado, según varias informaciones de los canales de Telegram vinculados a Wagner. Algunos de ellos han asegurado que están “de vacaciones” antes de mudarse.
El secretario general de la OTAN, que esta semana ha extendido su mandato de nuevo al frente de la organización, ha afirmado que están “supervisando de cerca” la ubicación de Prigozhin y de sus combatientes. “Hemos visto algunos preparativos para albergar grandes grupos de combatientes de Wagner en Bielorrusia. Hasta ahora no hemos visto a tantos de ellos yendo allí. También hemos visto a Prigozhin moviéndose”, ha dicho Stoltenberg. El viernes, Bielorrusia sembró aún más confusión al organizar una visita guiada al supuesto campamento militar preparado para los Wagner: una instalación vacía, con 300 grandes carpas llenas de literas que, en realidad, fue preparada para las maniobras de sus fuerzas de defensa territorial. “Dónde se desplegará Wagner y qué hará no depende de mí”, comentó Lukashenko en una reunión con periodistas, recogida por la BBC. El líder autoritario está disfrutando como nunca de la atención que le ha brindado el caso Wagner.
En Medinikai, a solo 2,5 kilómetros de Bielorrusia, un pequeño pueblo presidido por un castillo medieval, uno de los más importantes del gran ducado de Lituania, muchos vecinos conservan vínculos estrechos con Bielorrusia. Bajo el sol báltico de principios de verano, Guenadi y su equipo de operarios cavan en la tierra rojiza para instalar una tubería. “Lukashenko tiene unos huevos enormes”, lanza Guenadi, mientras hace gestos rotundos con unas manos de dedos gruesos de trabajar la tierra. El hombre, de 56 años, que habla ruso y lituano, menciona las dotes “diplomáticas” de Lukashenko y asegura que el episodio con los Wagner le ha vuelto a poner en circulación. “Creo que es el único que ha ganado aquí”, dice.
Lena y su hermana, que antes de la invasión y las restricciones fronterizas iban a Bielorrusia a comprar de vez en cuando, aseguran que el Gobierno lituano —también el polaco— está utilizando el “asunto Wagner” para cerrar aún más la frontera, blindar el país de toda inmigración y hacer más inaccesible la zona a los activistas. “Los Wagner son mercenarios, están acostumbrados a ganar mucho dinero, van donde hay pago. ¿Qué van a hacer en Bielorrusia? Dudo que vayan”, asegura la arquitecta, de 38 años, que también duda de que, en el caso de que finalmente Prigozhin y sus hombres se trasladasen allí, ataquen el territorio de la OTAN. Sobre Wagner, el Gobierno lituano y expertos como Olga Lautman, del Centro para el Análisis de Políticas Europeas (CEPA), hablan más bien de “amenazas híbridas” y de “sabotajes”.
Lituania no ha blindado toda la frontera. Permanecen algunos pasos abiertos por los que entra un goteo de personas a lomos de bicicletas. En coche es extremadamente difícil por el papeleo, los registros y la burocracia, apunta la oficial Edita, de larguísimas pestañas negras decoradas con puntos de brillantina. Algunos cruzan la frontera a Lituania casi cada día para trabajar. En torno a los pasos de salida brotan enormes colas de camiones que pueden llegar a esperar un día entero. “Es todo política, como siempre”, lamenta Dmitri Serguiévich, chófer de un enorme camión lleno de coches averiados, que aguarda para seguir su camino hacia Minsk, su ciudad. Se dedica al transporte desde hace décadas y cree que todo lo relacionado con Wagner, como antes la invasión de Ucrania, “perjudica muchísimo” a Bielorrusia. “Lleguen o no lleguen a Bielorrusia, nada bueno puede salir de eso. Lo que está claro es que todos vamos a ir a peor”, asevera.
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