Las piscinas al aire libre de Berlín se han convertido en tema de conversación en todo el país, que asiste con preocupación al goteo de incidentes violentos que se vienen registrando desde el inicio de la temporada. Peleas, enfrentamientos con los trabajadores, acoso a mujeres y a personas LGTBI, desprecio por las normas básicas de convivencia… Las noticias sobre trifulcas en las piscinas de la capital, oasis de frescor en una ciudad en la que prácticamente ninguna casa tiene aire acondicionado, no son nuevas, pero este año el problema ha saltado al ruedo político. Incluso el canciller, Olaf Scholz, habló en su rueda de prensa de verano sobre cómo hay que actuar con los gamberros de piscina.
De momento, el alcalde de la capital ha impuesto nuevas normas: control de identidad a la entrada y mayor presencia policial, con patrullas móviles que van haciendo rondas por las instalaciones. Desde este lunes hay que presentar una identificación con fotografía para acceder a las 27 piscinas de verano de Berlín, y en las que tienen fama de conflictivas, situadas en los barrios céntricos de Neukölln y Kreuzberg, se ha vuelto habitual ver hileras de furgonetas de Policía en los alrededores. También se han contratado guardias de seguridad que registran los bolsos a la entrada, algo que antes no sucedía.
El nuevo alcalde de Berlín, el conservador Kai Wegner, ha dejado claro que su Gobierno está dispuesto imponer el orden. “No vamos a tolerar espacios sin ley”, dijo solemne a los periodistas el 13 de julio en la piscina de Prinzenbad, una de las que acumula este tipo de incidentes violentos, normalmente protagonizados por jóvenes a los que los medios se refieren como “con antecedentes migratorios”, es decir, de origen extranjero. Ese día empezaban las vacaciones de verano de los colegios. “Especialmente en este distrito muchas familias no podrán salir de la ciudad porque no tienen dinero y quiero que disfruten con seguridad de las vacaciones”, subrayó.
El reguero de incidentes, cada vez más destacados por los medios de comunicación, ha provocado que algunos partidos empiecen a pedir mano dura y a cuestionar el éxito de la integración de sus jóvenes protagonistas, que en muchos casos son de segunda, tercera o cuarta generación de familias migrantes. El nuevo secretario general de la Unión Cristianodemócrata (CDU), Carsten Linnemann, ha pedido juicios rápidos para los alborotadores. “Cualquiera que ataque a alguien en la piscina a la hora de comer debería sentarse ante un juez por la tarde y ser condenado, incluso en fin de semana”, le dijo al diario Bild el domingo.
Su propuesta no convence a la oposición, que la ha tildado de “populista”, ni a las asociaciones de jueces, que no le ven ningún futuro, pero ha causado sorpresa porque no es habitual que un político apunte directamente a un colectivo. Linnemann, el nuevo hombre fuerte del líder de la oposición, Friedrich Merz, añadió en Bild: “Las familias que no pueden permitirse unas vacaciones o una piscina en su casa tienen que ver cómo jóvenes, a menudo de origen inmigrante, se vuelven violentos en la piscina al aire libre. Tienen la impresión de que el Estado se queda mirando”.
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Este tipo de declaraciones llegan en un momento de auge en las encuestas del partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), que propugna precisamente más mano dura contra los comportamientos incívicos y suele relacionarlos con los jóvenes de origen inmigrante. El éxito del partido, con un 20% de intención de voto, está provocando un giro a la derecha de los democristianos, que buscan cómo recuperar a parte de ese electorado.
Vincenz Leuschner, profesor de sociología y criminología en la Escuela de Economía y Derecho de Berlín, cree que estos incidentes se están sobrevalorando, ya que las cifras muestran que los casos de violencia juvenil en grupo han disminuido en los últimos años, desde 8.000 en 2006 a los 1.800 del año pasado. En su opinión, puede tratarse de jóvenes en la misma situación socioeconómica que los que protagonizaron disturbios en la pasada Nochevieja en los barrios de Neukölln y Kreuzberg: se sienten poco valorados y marginados por la sociedad y aprovechan cualquier oportunidad para enfrentarse a figuras de autoridad. Las piscinas públicas exacerban esos comportamientos, explica a EL PAÍS en un correo electrónico: “Usan el espacio público como escenario para demostrar su masculinidad y, al ir en grupos de amigos, entran más rápidamente en conflictos violentos si hay una disputa verbal individual porque quieren actuar ante su público”. El calor, añade, agrava la situación al aumentar la agresividad.
Los días calurosos, y últimamente ha habido unos cuantos en la capital alemana, las piscinas se llenan hasta apenas dejar huecos para colocar la toalla. El 9 de julio se produjo una nueva pelea en Columbiabad que requirió presencia policial. Beatriz, española afincada en Berlín, estaba esa tarde allí. No llegó a ver la trifulca —el recinto cuenta con tres piscinas y amplias extensiones de césped—, pero le extrañó cuando anunciaron por megafonía el cierre de las instalaciones más de dos horas antes de lo previsto: “Empezaron a aparecer policías de uniforme a decirnos que teníamos que recoger y salir. Pensé: ‘Menuda se habrá armado’, pero no pregunté. Después lo vi en Twitter”.
Columbiabad cerró y no volvió a abrir hasta una semana después. Sus empleados, que fueron atacados ese día por jóvenes descontrolados, se dieron de baja por enfermedad a la vez. Fue la gota que colmó el vaso de su paciencia. El diario berlinés Tagesspiegel desveló una carta enviada a principio de la temporada a la dirección de las Piscinas Municipales de Berlín (BBB) en la que el personal se queja de que sufre regularmente agresiones verbales y físicas, incluidos escupitajos e insultos. El texto describe la “escala intolerable de los acontecimientos” y precisa que los objetivos de los agresores son los empleados, las usuarias mujeres y las minorías, en particular las personas LGTBI y trans.
A finales de junio la misma piscina vivió otro enfrentamiento violento. Los medios locales han descrito que empezó porque unos niños con pistolas de agua salpicaron a una mujer de 21 años y a sus amigas en la cola para subir al tobogán. Se enzarzaron en una discusión hasta que un hombre de entre 35 y 40 años, que también llevaba pistola de agua, terció en la discusión y se encaró con ella. La mujer le escupió y él la golpeó en la cara con el juguete, rompiéndole la nariz. Cuando llegó la Policía, la piscina se había convertido en un gigantesco tumulto: una turba de unos 250 bañistas acosaba al personal de seguridad y a los propios agentes, que tuvieron que pedir refuerzos. La piscina acabó evacuada y cerrada.
En su esfuerzo por controlar los brotes violentos, el Ayuntamiento de Berlín no solo ha impuesto los controles de identidad —también en la compra de entradas por internet hay que indicar nombre y apellidos—, sino también más recursos para que cese el “terror” —en palabras de la concejal socialdemócrata de seguridad, Iris Spranger— en las piscinas. Es decir, más dinero para aumentar la seguridad. El actual jefe del sindicato policial aseguró tras el incidente de las pistolas de agua que hace falta contratar mucho más personal de seguridad. Los agentes, dijo, no son socorristas y tienen mejores cosas que hacer que vigilar piscinas.
Los incidentes en estos recintos, que acaparan titulares en la prensa de todo el país, se colaron en la rueda de prensa de verano del canciller, Olaf Scholz, que dijo apoyar la presencia de policía en las instalaciones y advirtió de que el Estado no tolerará esos comportamientos violentos. Las estadísticas policiales muestran un total de 57 delitos violentos en piscinas de la ciudad el año pasado. Las autoridades se proponen vetar la entrada a los reincidentes, algo que ya venían haciendo, aunque en números más modestos de los que previsiblemente se van a registrar a partir de ahora.
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