La destitución del ministro Qin Gang es un hecho excepcional en la política china, como también lo fue, en cierto modo, su nombramiento, efectuado poco después del XX Congreso del Partido Comunista de China y sin esperar a las sesiones legislativas, como es habitual tratándose de un miembro significado del gobierno.
¿Cuestión de salud, como se ha dejado entrever, o de seguridad política? La opacidad no impedirá que con el tiempo se aclare. No obstante, un par de certezas sobresalen. Primero, para Xi es un contratiempo que cierra en falso con la recuperación de su predecesor en el cargo, Wang Yi. De este modo, la sucesión queda abierta pues, a todas luces, representa una solución temporal. Segundo, quizá no sea casualidad que este desenlace se haya precipitado tras un aluvión de visitas relevantes de altos funcionarios de EE UU: el secretario de Estado, Antony Blinken, la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, el enviado para el clima John Kerry y, si me apuran, hasta Henry Kissinger.
Todo ello plantea la duda acerca de si hay en todo ello un ensayo de matices de importante alcance en la política exterior y, significadamente, en la relación con EE UU, objeto de graves tensiones que en el año corto de mandato de Qin Gang no lograron suavizarse ni mucho menos. Si Xi está pensando en promover momentáneamente un giro en el guion, una desescalada en los ámbitos de mayor controversia, en especial las sanciones y Taiwán, el perfil del definitivo sucesor puede disipar incógnitas.
En este sentido, el cese de Qin Gang podría interpretarse como un gesto que invita a una moderación del alto nivel de toxicidad que impregna la atmosfera bilateral, con potencialidad para abrir un tiempo de reflexión recíproca que podría haberse iniciado ya con las visitas citadas. Kissinger, especialmente, ha sido particularmente insistente respecto a la necesidad de evitar la confrontación y eliminar los malentendidos.
Para Xi Jinping es de especial importancia amortiguar y contener una confrontación que le está pasando factura internamente. Los efectos indeseables para el desarrollo de China son apreciables. La prioridad para el liderazgo chino es hoy reafirmar la apertura e involucrar de nuevo a Occidente en la culminación del objetivo principal de su proceso, esto es, la modernización. El riesgo de una tensión permanente en la relación con EE UU y por extensión, con las grandes economías liberales, genera lógica inquietud ante el temor de que derive en una crisis crónica.
Cuando en 2013, de visita en EE UU, Xi propuso a Obama un nuevo tipo de relación entre grandes potencias, estaba lejos de lanzar un envite desafiante a Washington; por el contrario, al tiempo que reclamaba el reconocimiento de su nuevo estatus global, también explicitaba cierto interés estratégico en consensuar con EE UU una agenda a gestionar de forma compartida. ¿Piensa en retomar esa directriz en detrimento quizá de la promoción de ese mundo multipolar que tanto terreno ha ganado en el discurso chino en los últimos tiempos?
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