Cuando Putin crea que todo está perdido, todavía le quedará la esperanza de Trump. Todo lo que necesita es mantenerla viva hasta el 5 de noviembre de 2024, el día de la elección presidencial en Estados Unidos, su gran oportunidad. El expresidente ya ha prometido que terminará la guerra en 24 horas si regresa a la Casa Blanca. Sacará a Washington de la OTAN, los europeos tendrán que apañarse solos con Rusia y el Kremlin podrá aspirar a una rápida paz sin devolver el territorio que no es suyo ni responder por los crímenes perpetrados, ni indemnizar a Ucrania por los daños causados con la guerra.
Hasta ahora todo son derrotas para Putin. La última es diplomática. No podrá asistir personalmente a la cumbre de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) el próximo 22 de agosto. Deberá limitarse a la intervención por videoconferencia y a mandar a Serguéi Lavrov, cuando esperaba la foto junto a Narendra Modi, Xi Jinping, Lula da Silva y Ciril Ramaphosa, el anfitrión que le ha desinvitado para evitar su detención como presunto autor de crímenes de guerra por orden del Tribunal Penal Internacional. Una derrota más, que se suma a las divisiones reveladas por la rebelión de Prigozhin y a la segunda voladura del puente de Kerch, la vía de comunicación con Crimea, cada vez más frágil y amenazada por los ataques ucranianos.
Su único éxito es que todo siga sin novedad en el frente. Que siga estancada la ofensiva de Ucrania, iniciada hace seis semanas. A falta de éxitos en el ataque, al menos los obtiene en la defensa, siempre más fácil. Que nada se mueva hasta el próximo invierno y pueda repetir el chantaje del gas sobre Europa, tal como ha advertido ya la Agencia Internacional de la Energía. O el de los cereales, si no restablece el tráfico marítimo cortado desde que caducó el acuerdo patrocinado por Turquía este pasado lunes. Y que luego consiga mantener a raya al ejército ucranio en el frente paralizado durante todo el próximo año de renovación presidencial, hasta la misma elección en Estados Unidos, y después de la farsa de su propia reelección como jefe del Estado de la Federación Rusa en marzo de 2024, a menos que alguien de su entorno le organice con éxito un golpe de palacio.
La estrategia militar de Putin es doble y pensada para durar: catenaccio terrestre y bombardeos aéreos. La triple línea de trincheras y el minado impiden el avance por tierra. El castigo aéreo sobre las ciudades desgasta la moral de la población civil.
No son malas las noticias que le van llegando sobre las peripecias judiciales de Trump, más afianzado como favorito de las primarias republicanas a medida que se le complican las cosas y se acerca a la cárcel. En la última, en directa relación con el asalto al Congreso el 6 de enero de 2021, se le acusará de delitos vinculados a su intento de permanecer en la presidencia a pesar de haber perdido las elecciones. Sus actuales tres procesamientos ya son, por sí solos, un pesado baldón para el prestigio de Estados Unidos, que quedará agravado si además ingresa en prisión durante la campaña.
Así es como dominará la contienda electoral una permanente erosión de las instituciones, desde la Casa Blanca hasta el departamento de Justicia, pasando por la fiscalía y el FBI, impugnados como agentes electorales demócratas por su defensa e incluso por sus rivales republicanos. Por acertadas que puedan ser las políticas de Biden en relación con la OTAN, Europa y la guerra de Rusia, Trump es para Putin un feliz factor de incertidumbre y de desestabilidad que no desaparecerá mientras siga políticamente vivo y con el partido republicano bajo su control.
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