Lúa y Max son los protagonistas ‘Las cinco máquinas del amor’ (Carambuco), un cuento con el que Marta Prada, experta en educación respetuosa, busca hacer entender a los niños -y adultos- que el lenguaje del amor es amplio y diverso, es decir, que hay muchas formas de trasmitirnos y percibirlo.
Así, Parada, que es también la creadora del conocido blog de educación y crianza Pequefelicidad, que acumula más de 47 millones de visitas, anima a los niños a elegir las personas con las que quieren o no compartir su amor. Y por supuesto, los adultos deben dominar a la perfección los diferentes lenguajes de dicho sentimiento para entender qué ocurre y por qué, evitando así posibles comparaciones o comentarios desafortunados pero muy comunes.
– Marta, el libro habla de amor, de mucho amor. Por tu experiencia, ¿escasea el amor en las familias o es que no sabemos entenderlo o interpretarlo?
No creo que haya escasez de amor en las familias, al menos no de una forma generalizada. La familia es lo más importante para muchas personas. Lo que sí ocurre es que muchas personas arrastramos heridas de nuestra infancia, que nos condicionan y nos limitan (a veces de forma inconsciente) a la hora de expresar el amor y poder percibirlo. Pongamos un ejemplo: puede que mi pareja tenga muchos detalles conmigo, pero quizá lo que yo necesito es que sea más cariñoso y tengamos más contacto. Esto puede dar lugar a un malestar, que no solo se genera entre las parejas, también les ocurre lo mismo a los niños: puede que como madre o padre me esté desviviendo por tener la casa limpia, la ropa a punto y la comida preparada para mostrar amor a mis hijos, y sin embargo, vemos que nuestros hijos no lo valoran y se sienten insatisfechos porque quizá simplemente necesitan pasar tiempo con nosotros o más contacto físico. El amor se expresa a través de cinco máquinas internas que lo fabrican, como expongo en el cuento: el contacto, las palabras de afirmación, el tiempo de calidad juntos, los detalles y los actos de servicio.
– ¿Por qué es fundamental entender el lenguaje del amor desde la infancia?
Precisamente para poder identificar las muestras de amor que recibimos de nuestras figuras de referencia y poder crecer con más salud emocional, para aprender a pedir amor de la forma en la que lo necesitamos y aprender a dar amor como lo necesitan los demás. En definitiva, para forjar una inteligencia emocional más sana y construir relaciones más saludables.
– Nadie nos ha enseñado a entender que cuando tu hijo sale del cole con un dibujo para ti, te está diciendo te quiero… No entendemos su lenguaje, ¿no?
Es un gesto que seguro que nos emociona, pero si ese dibujo no va acompañado de un beso, y como adultos no somos conscientes de que hay diferentes lenguajes del amor, puede que soltemos un comentario como: ‘Ni un beso me das. Eres más arisco…’. Entonces el niño, que sale con la ilusión y expectativa de mostrar amor a través de un detalle, se frustra porque a pesar de sus esfuerzos parece que nada cumple con las expectativas de su padre o de su madre.
– ¿Cómo podemos conocer el lenguaje del amor que hay en la familia para que todos se entiendan mejor?
Todos podemos expresar amor de diferentes formas: detalles, contacto, palabras, tiempo, actos de servicio… Pero solemos tener un lenguaje de amor primario que es el que más queridos nos hace sentir, el que más rápido llena nuestro tanque de amor. En cada persona es diferente y está muy influenciado por las experiencias y vivencias de su infancia. Ese lenguaje de amor primario no solo es el que nos hace sentir más queridos, sino que también es el que más habitualmente usamos para dar muestras de amor.
– Cuando los hijos son ya mayores, lo de dar besos o recibirlos no va con ellos. ¡Qué poco me quieres!, ¡Eres una rancia!, dicen los progenitores a los hijos. ¿Cómo deberíamos actuar en estos casos?
En cualquier edad, pero fundamentalmente en la adolescencia, es especialmente relevante aprender a conectar con nuestros hijos, escucharlos, hablar sobre sus aficiones, darles la oportunidad de manifestar su opinión sin ningunearlos. Es una etapa en la que están buscando su identidad y su lugar en el mundo, más allá de su familia. Saber ver sus necesidades en esa etapa, y la forma en la que nos expresan amor y necesitan recibirlo nos va a ayudar mucho como familias a establecer relaciones sanas de confianza y respeto. Si como adultos tenemos esta consciencia, y nuestro hijo no quiere besos pero quiere compartir con nosotros un rato de charla podremos saber valorar y disfrutar esa muestra de amor y la relación será más satisfactoria para ambos.
– Háblame de esas heridas que todos arrastramos desde la infancia y que condicionan nuestra manera de dar y recibir amor.
Todos tenemos heridas de nuestra infancia, a veces están ya cicatrizadas y en otras ocasiones sangran y condicionan nuestro día a día. Nuestros padres hicieron lo mejor que pudieron con las herramientas que tenían y con sus propias heridas. Pongamos un ejemplo: quizá nuestro padre trabajaba muchas horas para que no nos faltase de nada, pero nosotros necesitábamos tiempo junto a él, eso pudo generar una herida de rechazo, que puede seguir condicionándonos en la adultez en forma de hiperexigencia hacia nosotros mismos y hacia nuestros hijos, en forma de sobreprotección, en forma de culpa… Estas heridas afectan a nuestra autoestima y son las que nos limitan a la hora de mantener relaciones sanas, a la hora de integrar hábitos saludables, a la hora de alimentarnos, a la hora de equilibrar nuestra vida laboral con la personal, a la hora de poner límites a nuestros hijos y por supuesto también a la hora de descifrar las muestras de amor que nos dan y de expresar amor a las personas que nos rodean como necesitan.
– ¿Y cómo se ha de afrontar el amor hoy con esas heridas en la familia?
Hay algo fundamental: trabajar en nuestro autoconocimiento y en avanzar. Esta consciencia y ese trabajo con nosotros mismos nos permiten liberarnos de ese dolor inconsciente. En ese sentido, naturalizar el hecho de pedir ayuda es clave. En muchas ocasiones no podemos hacerlo solos y necesitaremos a un profesional que nos guíe, igual que cuando nos rompemos un brazo vamos al médico. Pedir ayuda cuando tenemos heridas que nos están condicionando es un acto de amor hacia nosotros y hacia nuestros hijos.
– Un tema muy común, sobre todo de las generaciones más mayores, es ‘obligar’ a los niños a dar besos a la abuela, a la vecina que es una persona mayor, etc. Si un niño no quiere… ¿cómo actuar?
Muy simple: respetándolo. Está claro que hemos de mostrar a nuestros hijos modales: cómo saludar al llegar, cómo despedirse al irse… Que un niño no dé un beso, no significa que sea grosero. A veces tenemos como adultos ese prejuicio y soltamos comentarios como: ‘no seas maleducado’, ‘es muy frío’, ‘es un arisco’…. Un niño puede saludar y despedirse siendo amable sin necesidad de dar un beso, y no debemos forzarlo, porque por encima de convencionalismos, la infancia debe aprender a respetar su cuerpo porque son vulnerables y hemos de hacer natural decir no. A medida que el niño forje un vínculo con esas personas y absorba de su entorno el contacto como una forma de expresar amor, si le apetece besará de una forma espontánea y natural, así han de ser los besos. Voluntarios, naturales y desde el amor.