¿Los niños también se deprimen? «Sí, los niños también tienen problemas y, sobre todo, no cuentan todavía con la madurez suficiente para entenderlos, procesarlos y expresarlos, por lo que estas alteraciones pueden llegar a no ser detectadas ni tratadas y encima correremos el riesgo de que se cronifiquen», apunta, con un acento andaluz que le concede cierta cercanía a su profesión, la psiquiatra Nuria Núñez, alias @nuria.nunez_psiquiatra en Instagram.
En esta red social cuenta con más de 25.000 seguidores y desde ahi da respuesta a miles de padres sobre las dudas más básicas, hasta lo concreto. Esto mismo ha intentado reflejar en su libro,‘Los niños también se deprimen’(La Esfera de Los Libros), donde recoge asuntos habituales de consulta como el déficit de atención e hiperactividad, la ansiedad, autismo, bipolaridad, así como otros trastornos de la conducta.
«Creo que en la actualidad hay una mezcla de más casos, pero también que las familias están más concienciadas y demandan más atención médico psicológica. La pandemia ha sacado a la superficie cosas que ya había, las ha puesto en evidencia y se ha constatado que la salud mental es importante. Quizás -reflexiona-, antes la gente obviaba los problemas de los más pequeños y hoy los padres ante cualquier problema consultan mucho antes».
En su libro empieza con una duda muy básica: ¿cuándo acudir al psicólogo y cuándo a un psiquiatra?
Si no hace falta una medicación, no hace falta ir al psiquiatra. El psiquiatra está para hacer un despistaje de patología orgánica, es decir, que el trastorno esté causado por un hipotiroidismo, por un problema de vitaminas… Este profesional además puede pautar medicación. Esas serían las dos diferencias principales con el psicológico. Si la patología orgánica está descartada, y no hace falta medicación, el trabajo lo pueden hacer ambos profesionales por igual.
¿Cuáles son las señales que nos deben poner en alerta de que algo no va como debería en la salud mental de un menor?
Cualquier cambio brusco de personalidad, en el carácter, en la manera de actuar, en el rendimiento académico, en el sueño, en el apetito, en el aislamiento, cambio en el nivel social…. Son cosas muy específicas pero que nos tienen que poner en alerta. No hay que llegar a consulta con un diagnóstico hecho. Si hay algo que te llama la atención, si no ves a tu hijo bien… debemos preguntar.
¿Por qué es tan difícil diagnosticar la depresión en la infancia?
Para empezar, porque no hace falta que haya pasado algo o tener una carencia muy grande para desarrollar un estado depresivo. La depresión es un trastorno persistente del estado de ánimo en el que se siente tristeza casi la mayor parte del tiempo, acompañada de desmotivación, apatía, incapacidad de disfrutar de las cosas que normalmente nos gustan, falta de energía, estar muy sensibles… Todas estas características son fáciles de identificar en un adulto o un adolescente, pero no tanto en el menor. De ahí la dificultad en el diagnóstico en los niños, que pueden encontrarse muy mal, pero que lo que percibimos los mayores puede ser un cuadro completamente diferente y confundirlo con problemas de comportamiento.
La depresión no es solo estar triste…
De hecho, muchos niños ni siquiera son conscientes de que están apenados, sólo sienten un malestar que no son capaces de manifestar verbalmente y lo expresan a través de las conductas de somatización. Además, esta tristeza se instaura de forma muy lenta y progresiva, por lo que los padres pueden no darse cuenta. También nos confunden porque un niño deprimido no está triste todo el rato, puede estar muy bien jugando con sus amigos, pero en casa estar decaído o irritable, o más retador, y como antes le hemos visto saltando y riendo, no nos planteamos que pueda ser una depresión.
En ocasiones, el motivo de la consulta es porque están siempre enfermos y los tienen que recoger del cole a diario por dolores de tripa o de cabeza. El pediatra ha hecho múltiples pruebas médicas, pero no consigue encontrar la causa de ese malestar… También hay casos de niños que empiezan a retrasar su desarrollo sin motivo aparente… Se vuelven retraídos, empiezan a suspender en el colegio y van más atrasados que sus compañeros cuando anteriormente llevaban el mismo ritmo que sus iguales.
¿Puede suceder en la etapa preescolar?
Es menos frecuente, pero también se dan casos. Aquí deben llamarnos la atención la disminución de interés por el juego, la pérdida de peso, los cambios de sueño casi cada día, la falta de energía y que presenten juegos relacionados con la muerte (sin que haya una causa aparente). Otra de las cosas que más nos dificulta el diagnóstico es que el estado sea cambiante.
¿Qué pasa con la medicación, que las familias se resisten y evitan la medicación cuando se trata de niños?
No hay una edad mínima para el sufrimiento o la enfermedad, habrá que ajustar la dosis a su peso y a sus circunstancias, pero no pasa nada por tomar medicamentos a edades tempranas. No hay que tenerle miedo, ni le va a dejar dormido, ni va a retrasar su crecimiento ni su desarrollo, son grandes mitos de la medicación psiquiátrica.. Pero es verdad que existe la creencia de que soy mejor padre si no medico a mi hijo y hago todos los esfuerzos para evitarlo, cuando realmente es una herramienta más. Hay que ponerla cuando hay que ponerla, y tampoco antes, ni después… Aplazarlo puede traer graves consecuencias a nivel de autoestima, de carácter y personalidad del niño.