¿Estamos todos traumatizados, como sugiere el psicólogo y divulgador Rafa Guerrero? Puede que sí, porque de hecho él mismo lo está, tal y como reconoce él mismo en las primeras páginas de su último libro, ‘Trauma. Niños traumatizados, adultos con problemas’ de la editorial PlanetadeLibros.
Todo lo que rodea al trauma, asegura, está muy silenciado. «Nadie quiere hablar de ello, no le queremos poner nombre… Y sin embargo, estar traumatizado es muy fácil. De hecho, tener algún trauma de la infancia es relativamente sencillo», advierte.
En primer lugar, reflexiona, «partimos de la base de que cualquier estímulo o contexto es potencialmente traumático, y eso amplía la probabilidad de estar traumatizado». Se refiere Guerrero a que, incluso, un simpático payaso te puede traumatizar. «Se supone que son divertidos, pero hay niños a los que no les hace ninguna gracia».
En segundo lugar, «¿qué hace falta para que haya un trauma?», se cuestiona este experto. «Uno, una situación estresante, emocionalmente intensa, y dos, un adulto que no valida al menor, que le obliga a callar». Esas situaciones estresantes, prosigue, son el día a día. «Los adultos, con muy buena intención, tratamos de que nuestros hijos no sufran, que no lo pasen mal, no les permitimos que sientan, con lo cual el trauma está servido».
Por lo general, continúa Guerrero, «vamos por la vida con la bandera de todopoderosos, que ‘nada me afecta’, y que somos capaces de soportar cualquier circunstancia, cuando no es así, y menos de niños. El adulto se supone que tiene más recursos, por eso traumatizar a un niño es super fácil».
Dice usted que todos hemos vivido una situación traumática, pero por lo general, nadie reconoce haber tenido una situación traumática en la infancia.
Cuando preguntas a las familias en la consulta si ha habido una situación traumática en su vida como padres, la respuesta es no ha habido y quien te dice que sí, es porque ha habido una situación impactante y que todos reconocemos como situación potencialmente traumática. Esto es, por ejemplo, haber sufrido un accidente grave, un desastre natural, una agresión sexual, la muerte de un ser querido, de nuestra mascota, haber vivido un atraco con violencia… Eso es potencialmente traumático y lo reconocemos como tal. Pero no es lo más frecuente.
De hecho, señala que hay otras muchas situaciones que no identificamos, o no tenemos en cuenta, pero que son mucho más habituales y, además, traumáticas. ¿A cuáles se refiere?
Me refiero, por ejemplo, al hecho de ignorar a un niño. A nosotros como persona adulta nos molesta que una compañera nos ignore, pero nosotros utilizamos esa estrategia que consideramos educativa con los niños. O el abandono emocional. A un niño al que no se le validan sus emociones, al que no se le permite sentir, es un niño traumatizado, porque tiene que estar sintiendo y gestionando una emoción que él solo no puede.
Esto tiene una explicación: Somos una especie social. Nacemos para vincularnos con los demás, en primer momento con nuestras figuras de apego y en segundo lugar, con el resto de personas que nos rodean. Vamos haciendo cada vez un grupo mayor de personas, de gente que te protege, que te quiere y te comprende… Por eso el mayor trauma, el mayor miedo que tiene el ser humano, es el abandono, el ser ignorado, no ser comprendido… De hecho, una de las situaciones más traumáticas que puede sufrir un menor es la soledad, el abandono, el señalamiento, el acoso escolar, que muchos padecen en silencio. Es más, cuanta menos conexión tenga con el grupo más sufrimiento y más probabilidad de desarrollar problemas de salud mental.
¿Cómo podemos detectar que el niño tiene un trauma?
Sabiendo que todo lo que implique maneras de relación que no sean respetuosas, se pueden convertir potencialmente en situaciones traumáticas. Por eso es importante que seamos los padres conscientes de que cualquier forma de maltrato implica trauma.
Sugiere que los padres sean conscientes de cómo están educando. ¿Qué cosas no hay que hacer, pero ve usted que se hacen?
Existen determinadas formas de vincularte con tu hijo que no son adecuadas, como son el chantaje, las amenazas, los condicionamientos, sometimientos… Ojo a esta palabra, porque la realidad es que hay mucho sometimiento y está hiper mega normalizado, a través de los premios y castigos, la sobreprotección, el establecimiento de relaciones de poder y, por supuesto, de maltrato físico y abuso sexual… Pero estos dos últimos son lo que todo el mundo relaciona.
¿Quiere decir que lo anterior está, digamos, admitido?
Está normalizado. por eso el trauma está tan silenciado. Está admitido. No solamente castigamos sino que justificamos el castigo… O pensamos que los niños tienen que aprender a obedecer ‘porque soy su padre y punto’. No, los niños no tienen que aprender a obedecer, tienen que aprender a que llevar a cabo esta conducta no es conveniente, ni respetuosa, pero lo tienen que entender, lo tienen que vivir. No es una cuestión de obediencia ciega, porque eso conduce a una ausencia de pensamiento crítico y a una autoestima baja, a no tener confianza en lo que haces y lo que dices, a dudar constantemente, a no confiar en tus criterios, en lo que te hace sentir bien.. .Porque cuando te someten, lo que entendemos es que estás equivocado y disponible para los demás. Le ocurre incluso a la persona que está sometida sexualmente, y no es así.
Otra cosa que se apunta en el libro es la importancia de mirar al niño y de que este ‘se sienta visto’.
Hay tanto niño que no se siente visto… Es fundamental. En general, tenemos un gran déficit de ser vistos por los demás… Me refiero a ser visto, que es mirar también, pero es que les atendamos, que se sientan importantes para nosotros, que contemos con ellos, que les tratemos con respeto. El niño que no fue visto, hoy es un adulto que necesita ser visto porque antes nunca lo fue. Digamos que no tiene ese mínimo de gasolina, es fundamental. El abandono emocional es chungo. Igual que cuando de mayores estamos pasando por una mala época y nos encontramos con un amigo, una compañera de trabajo, mi pareja, que nos mira, que nos escucha y comprenda supone un balón de oxígeno. Lo único que queremos es ser aceptados y ser incluidos e integrados. En el descargo de los progenitores podemos decir también que hay papás que trabajan muchas horas, pero que el poco tiempo están, hacen sentirse importantes a sus hijos.
¿Qué consecuencias tiene en el adulto no haber sido visto en la infancia?
Ese adulto lo que hace es llamar la atención con determinadas conductas: A lo mejor es una persona muy impulsiva o muy agresiva, o conduce a 200 por la carretera… Actitudes así indican que esas personas necesitan ser vistas, que alguien les diga: ¡guau, qué rápido vas!
Se entiende que ningún padre lo hace a propósito, y que la mayoría lo hace lo mejor que puede.
Que sea consciente no quiere decir que hay muchas cosas que sepa resolver. Pero si tuviéramos esa conciencia de lo que realmente es el trauma y quisiéramos hacer ese ejercicio… Todos los adultos pasamos por malas etapas y los niños son súper vulnerables. es como tratar de coger un flan para ponerlo en el plato. El flan es muy lábil, no es un plátano…Los menores son muy influenciables por el contexto que les rodea. Esto quiere decir que cuando somos pequeños nos afecta el entorno, cómo están las personas que se encargan de nosotros, si hay conflicto entre ellos, si tienen problemas económicos, sus propios traumas, que están ahí presentes… Es muy difícil que el flan no se te caiga
Pero, por fortuna, en su libro apunta que hay un antídoto del trauma.
La clave está en el apego seguro, es decir, en que los padres atiendan a sus hijos de forma respetuosa, que sean conscientes. El apego seguro es la mejor protección contra las enfermedades mentales.
¿Qué características tiene la tormenta perfecta para que un niño se traume?
Para que una situación estresante se convierta en trauma se tienen que dar tres condiciones: 1) Que haya una situación emocionalmente intensa, que al niño le provoque miedo, rabia y tristeza, asco… 2) Que no se le valide o no se le permita tener esa emoción: «es que esto me da mucho miedo». 3) No solo no se permite al menor sentir miedo, sino que encima te obliga a callar: «aquí no ha pasado nada». Eso es lo que muchas veces hacemos con situaciones que son desagradables.
¿Eso lo ve en consulta?
En consulta lo que veo es que, cuando han abusado del menor, sucede lo siguiente: que cuando ellos intentaron contárselo a su hermana, su pareja o su amiga íntima, lo que habitualmente les dicen esas personas, que son los ‘elegidos’, es contestar: «Pero eso pasó hace mucho tiempo, ¿no lo habrás soñado? ¿estás segura? No se permite contar esto. Es como algo prohibido, que ya pasó y que hay que obviar porque ahora la vida te va muy bien. Eso es gran nudo, metaforicamente hablando, en tu cerebro que te impide relacionarte de manera sana o tener relaciones sexuales satisfactorias..
Hay un capítulo muy llamativo en el libro, donde se advierte que, a veces, se confunden los niños con traumas con los que son diagnosticados por Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH).
Lo estoy viendo mucho. Hay que darse cuenta que los síntomas del trauma son idénticos o parecidos a los del TDAH: falta de concentración, inquietud, movimiento, hiperactividad… A una persona traumatizada le va a costar concentrarse e integrar o comprender lo que le está diciendo la profe y va a mostrar los síntomas que presenta el TDAH. Si no somos conscientes de llegar a la raíz de estos síntomas, qué causa estos problemas de concentración y de inquietud en el aula, lo normal es que le diagnostiquen de TDAH y le mediquen.
¿En qué consiste ir a la raíz?
-Hay que ver si ha habido una situación traumática, cómo son esos padres cuando se vinculan con este niño… Se trata de, otra vez metafóricamente hablando, de ver el humo, que son los síntomas, porque hay fuego. La pregunta no es lo que le pasa a tu hijo, sino qué le pasó. Un comportamiento muy agresivo e irascible en un niño no es más que el humo a lo lejos que hay detrás de un problema… El humo es el SOS que está lanzando el menor. Para eso tenemos que ir a la raíz del problema y ver qué está pasando. La clave está en dedicar tiempo pero como vamos tan deprisa a todas partes… Se evalúa, diagnostica y medica en cinco segundos para reconducir determinados síntomas, pero no para curar, para sanar una herida. Cuando hay ansiedad, se ponen ansiolíticos, cuando hay depresión, antidepresivos… No digo que no haya que administrarlos.. pero hay que ir un poco más allá. Marian Rojas Estapé, aparte de hacer un trabajo de divulgación psiquiátrica maravilloso, corrobora que desde la psicoterapia también hay que ir a la raíz…
¿Cómo se sanan los traumas? Apunta que esto es necesario hacerlo, para encarar la maternidad y la paternidad de una manera sana, respetuosa y segura.
Los traumas se sanan de la misma manera que se gestionan correctamente para sanar el trauma o esa herida emocional es integrarlo dentro de tu vida, hablar de ello, pensar en ello e integrarlo en tu vida. Me refiero, por ejemplo, a esa curva de la Nacional-II donde estuviste a punto de perder la vida, es parte de tu vida, a veces lo llevamos mejor, otras peor… Para sanar hay que hablar de ello, hacer ese viaje a tu niño interior y permitirle que exprese toda esa rabia, ese miedo, a que tirite, exprese y sacuda toda esa tensión acumulada que la sigue gritando dentro del cuerpo.
Hay un dato curioso que aparece en este libro, donde se puede leer que se ha comprobado que las personas traumatizadas siguen teniendo el latido acelerado años después.
Claro, es que el cuerpo lleva la cuenta. En consulta veo personas con 40, 50 años, y me están hablando de traumas concretos de cuando tenían 4, 6 años. El cerebro no dice: «vamos a borrarlo…». No. El cerebro no empieza de cero nunca porque estuvo a punto de perder la vida, cuando en esta curva casi muere. No lo olvida. Ahora esa rabia se ha convertido en miedo y hay que reducirlo, bajarlo.. La alarma está bien que salte, pero de que me salte a que se convierta en una situación en la que lo pases fatal.. Como digo, para sanar hay que hablar, integrar. ¿Qué es lo que hacemos? Todo lo contrario: evitar, huir … De ahí las adicciones, cualquier tipo de adicción de una manera de enfrentar a tus traumas…
Es más, señala usted que el trauma causa síntomas parecidos a los del TDAH.
El trauma en la infancia apaga la conexión del wifi del cerebro del niño. Se produce una disociación, que no es más que una desconexión. Si tengo un edificio y se va la luz, habrá un problema de penumbra. Se trata de que todo el edificio esté conectado: el sótano, el primero, el tercero… La disociación es una desconexión como medida de protección. Existe una disociación normativa, que es la que sucede cuando tú estás hablando con alguien y solo oyes ‘bla, bla, bla’… En realidad, es porque no te interesa nada. O cuando vas conduciendo y vas pensando en tus cosas, pero paras en los stops en rojo, arrancas en el verde. Eso es una disociación normalizada. La disociación de la que hablamos es la que permite a la persona traumatizada sufrir lo menos posible. En realidad, es una bendición para las personas traumatizadas, es una manera de que se salven unos minutos, una tarde, unas horas…
Por último, ¿cuál sería la mejor vacuna contra el trauma?
La vacuna, insisto, es el apego seguro. Cuando tenemos mamás y papás que realmente dan la gasolina que realmente necesitan los cachorros de seres humanos, la cosa va bien. Esa vacuna metafórica es la mirada, y debe llevar ciertos ingredientes. No solamente es ver a tu hijo, es comprenderlo, entender sus caras, empatizar con él, que haya tacto, mucho tacto, con un tono de voz adecuado, una relación donde se evita gritar. Todos gritamos y tenemos derecho a cometer errores, pero que no sea lo habitual. Es importante que seamos conscientes de nuestros errores y sepamos pedir perdón. También puede ayudar el hecho de no juzgar sus comportamientos y, por supuesto, dejar la tecnología a un lado para poder vincularnos de manera sana a nuestros hijos. Si uno deja de gritar, apaga el móvil un rato, ralentiza el ‘corre, corre’, puede atender mejor a un hijo. No solo cambias, tú, en consonancia cambiamos todos. Es una vacuna que sirve para toda la vida.